Un profesor que ha formado centenas de estudiantes en el arte de la radio. Máster en Comunicación y Periodismo, apasionado por la radio y docente de la Universidad Centroamericana.
Más que su exitosa trayectoria académica, fue su personalidad la que hizo que se ganara el cariño del alumnado. Esta entrevista pretende retratar a Silvio y su personalidad explosiva.
El perfil en Facebook de Silvio Ramón Sirias, actual profesor de la Universidad Centroamericana (UCA), no dice nada de él en contraste con lo que oculta: “yo no tengo nada que ocultar”, lo oí decir alguna vez, pero sus ademanes escurridizos, su sonrisa pícara y sus ojos vivaces esconden el camino que lo llevó hasta hoy, lleno de historias de su natal Acoyapa, de su madre y único amor, de su pasión por la radio y de su vida como migrante en Costa Rica durante los ochenta, tras la revolución.
Atraparlo no fue fácil, entre sus clases y actividades académicas fue imposible entrevistarlo en su oficina, o más bien, su templo: cuando uno entra se respira una atmósfera a Silvio, su pared está tapizada con afiches de radio y recuerdos de sus numerosos viajes, una mezcla de color y luz tras su escritorio, donde se sienta cómodamente a trabajar en su proyecto o a navegar en Internet, “soy hiperactivo, ¡tengo que estar haciendo algo!”, admite.
Lo esperé en la recepción de su oficina, su presencia se hace notar siempre: “invierto en mi personalidad, en mi imagen. Me gusta ir a los lugares y que me queden viendo”, me confesaría durante la entrevista que solo pudo darse en un colchón dentro de una cabina de radio, de una manera casi clandestina, entre sus estudiantes de Taller Radiofónico II, quienes grababan sin dificultad una radionovela bajo su supervisión, sin duda estaban bien armados con las enseñanzas de su profesor. Aún sin acostumbrarme al cubículo –en el que él se siente como pez en el agua– lanzo la primera pregunta:
¿Qué está leyendo?
El infinito en la palma de la mano, de Gioconda Belli. Lo compré en una venta de patio en 25 córdobas, junto con un libro de yoga y otro llamado Las mujeres de los nazis.
¿Y qué tal?
Me encanta porque a mí la religión me ha decepcionado, y leyendo a Gioconda Belli se abre un camino para reencontrarme y sanarme de algo que verdaderamente, aunque no quiera, me hace daño, por la formación conformista que nos hace temer de la religión. Me ha llevado a reconocer la relación entre Adán, Eva y el pecado.
¿Admira a Gioconda Belli?
No tengo fascinación por nadie. Voy leyendo lo que cae y lo que van recomendando. Tengo fascinación por la prosa, las novelas y las historias de vida.
Un escritor que le “llame la atención” es el colombiano Fernando Vallejos, “me encanta su resentimiento con el orden establecido, su rebeldía se compara un poco con lo que yo quisiera ser, ahí me voy encontrando”. Su admiración por las historias de vida lo llevó a crear Gregarius, con el objetivo de juntar historias que se han perdido. “La narración es una herramienta ideal para documentar a la gente. Es un formato dinámico, agradable, testimonial, por eso me gusta la prosa”, reflexiona. El programa se transmite los martes por la noche en Radio Universidad.
Un niño feliz
Nació en 1968, siete años después que sus dos hermanas, fue el primer varón de cinco hermanos, dos varones y tres mujeres. Es el de en medio. “Sucedían cosas en el mundo que tuvieron que ver con la formación de mi carácter, el movimiento hippie, la guerra en Vietnam… uno respira lo que está en el ambiente”, recuerda. Narra que tuvo una niñez feliz en Acoyapa junto a su mamá, y distanciado de su papá por sus problemas de alcohol. “Fui buen alumno en los primeros años de escuela, recuerdo haber pasado el catecismo con cien, había un montón de cosas bonitas en mi pueblo y yo me integraba”, rememora.
“Yo le agradezco a la revolución, una de las cosas que aprendí fue a usar la plastilina, ya que en Acoyapa no teníamos material didáctico”.
La revolución vino cuando tenía once años, y junto con ella “todos los movimientos para que uno participara”. “Yo le agradezco a la revolución, una de las cosas que aprendí fue a usar la plastilina, ya que en Acoyapa no teníamos material didáctico”. Fue entonces, cuando aprendió a armar y desarmar artefactos militares, jugó con rifles de madera y decidió que no quería vivir en Chontales: “sentía que no era un espacio para mí, estaba atrasado para lo que yo quería hacer con mi mente. Quería conocer los edificios, la modernidad de la ciudad”.
El día de Silvio
Desde esos días de infancia en Acoyapa, despierta con una toalla húmeda en su cama –puesta la noche anterior– con la que masajea sus pies. “A continuación”, dice en tono teatral, “me tomo cinco semillas de Moringa –planta milagrosa- como pastillas”. Luego, hace su ritual de aproximadamente hora y media en el que se baña, se viste, perfuma, encrema, etcétera, etcétera, etcétera. “Con la edad he entendido que debo cuidar mi salud”, dice para justificar tantos mimos. “A continuación”, repite, “un batido de Herbalife de canela y especies”. “A continuación”, esta vez más circense, “un batido de avena. Y una vez por semana la Adaluz me hace gallopinto con huevo”, dice refiriéndose a la muchacha que le ayuda en la casa.
Cuando se trata de consentirse, no hay excusa que valga. “Si veo algo de 150 dólares y me encanta, no tengo problema en comprármelo”, dice. “En ropa no invierto tanto, pero sí en perfumes caros, cremas, batidos, comida. Me gusta comer bien. Me gusta ir a restaurantes finos. ¡Con solo contarte me está dando hambre!”, ríe.
Si le gusta comer bien, ¿cuál es su opción en la UCA?
Yo traigo mi almuerzo, la Adaluz me lo hace. Hoy ando pescado, papas y ensalada. Si no, voy a pepe’s, ahí venden la mejor comida.
¿Cuál es su comida favorita?
Mi comida favorita siempre ha sido el pescado. Me gustan los espaguetis pero no la salsa blanca, no me gusta su aspecto encima de nada, es algo de imagen, algo hace que yo la rechace –hace una pausa–. Pero me gusta la salsa roja, el tomate, puedo comerlo de cualquier manera.
¿Y la sopa?
Chiquito no me gustaba la sopa, la detestaba, era como Mafalda –caricatura de su agrado, oí que daría a imprimir una camiseta con el éxito de Quino–. Ahora me gusta porque me han variado la oferta, he aprendido a tomar sopa en porciones pequeñas.
¿La sopa Maggie le gusta?
La sopa Maggie la detesto, cuando viví en Costa Rica en los ochenta, en medio de la pobreza donde vivíamos solo tomábamos sopa Maggie, y tomarla es recordar una época que no quiero recordar.
«Costa Rica era lindo pero sentía que no estaba avanzando intelectualmente”
En el 85, a los dieciséis años, Silvio huyó del Servicio Militar Patriótico para los jóvenes de su edad. Se fue a Costa Rica, donde trabajó como vendedor de una de las tiendas más famosas del San José de la época: Laredo, “una tienda de vaqueros, muchos jeans, tenis, ropa de hombres”. Dos años después ya era administrador: “fue maravilloso, a mí me encanta dirigir”. Sin embargo, empezó a notar la carencia de algo. “Era una vida en la modernidad pero hacía falta contenido, aún no estaba realizado y se lo hice saber a mi mamá, que Costa Rica era lindo pero sentía que no estaba avanzando intelectualmente, eso le preocupó mucho”, cuenta.
La carta que definió su rumbo
Tras casi siete años viviendo en Costa Rica, su mamá le mandó una carta de nueve páginas. “Era como un pagaré”, asegura, donde le propuso regresar a Nicaragua, terminar los dos últimos años de secundaria y estudiar en la universidad. “Mi mami me dice ‘siete años te voy a mantener, te voy a pagar todo, ropa, estudios, comida’, era una gran oferta, y de ahí ha sido mi gran triunfo en la universidad”, asegura. La carta fue esencial para que pudiera “surgir”, “mi mami era una mujer bien sabia, me estaba ofreciendo algo que yo no sabía en el momento, me ofrecía un futuro”, afirma.
“Le dije a mi madre que quería empezar a relacionarme en Managua. Ya nunca regresé a vivir en Acoyapa. Empecé a vivir con mis hermanos, todos vivíamos aquí (en Managua), porque ella fue una mujer futurista, nos quiso sacar del pueblo para que buscáramos un futuro”. Inevitablemente surge la interrogante y pregunto sin pensar:
¿Con qué recursos pagó su madre los estudios de sus hijos?
Es interesante. En los noventa se puso de moda la venta de pacas, y mi mami convirtió la casa en la venta de pacas de Acoyapa, de ahí financió los estudios y las casas de sus hijos, de ahí salió la casa que me heredó. Ella era una mujer bien planificada, ahorrativa y esquemática en cuestiones de plata. Fueron 16 años bien intensos de negocio. Ni siquiera tenía nombre. En los pueblos no acostumbraban ponerle nombre. Solo sabían que donde doña Mirna vendían pacas de buen gusto, porque además ella tenía un glamour natural y una elegancia innata.
Silvio en la universidad
Antes de terminar la carrera, ya trabajaba como controlista en la pequeña radio de la UCA, para entonces (en los 90) ubicada a la par del auditorio Xabier Gorostiaga. “Fui feliz en la universidad, la disfruté muchísimo; eran los tiempos del seis por ciento, de cambios sociales que tal vez ya había vivido en Costa Rica pero ahora las vivía con gente de Nicaragua”. La felicidad que encontró en la universidad lo hizo pedirle al profesor Gilberto Ruiz el puesto en la radio:
“Le dije ‘profe, deme la oportunidad de ser controlista’, me dijo ‘perfecto, aprendé’. Me dieron el trabajo, no porque supiera usar los aparatos, yo solo me fijé cómo se usaban, sin saber que ese sería mi futuro en la UCA”.
Egresó de la UCA con una mención en radio. “Había menciones en televisión, radio, prensa y publicidad”, explica. “De 120 alumnos, solo siete nos inscribimos en radio. Estaba el boom de los medios audiovisuales y la radio siempre era la cenicienta, pero hemos venido transformando ese gusto por la radio. Yo he visto crecer este estudio donde estamos”, desde el 18 de agosto de 1998 –su primer día de trabajo en la universidad–. “Primero fui contratado como profesor horario, y desde el 2000 estoy de tiempo completo”, cuenta.
Su máster en Comunicación y Periodismo, “nació como una propuesta del Padre Soza y Gonzalo Norori para que estudiáramos. Más que el aprendizaje, me dio muchísima seguridad para poder discutir. El máster es conocimiento pero también es experiencia, uno se mete con muchas dudas y muchas experiencias, pero mostré lo que sabía; me llevó a mí mismo a tocar temas como la homosexualidad”.
El único amor de su vida
Cuando le pregunto por qué causa moriría: “¡Yo no quiero morir!”, exclama inmediatamente. Luego se queda pensativo y reflexiona: “creo que moriría por ver a mi madre de nuevo, solamente por eso”. Después agrega: “mi madre fue mi amiga, creo que cuando ella murió me sentí abandonado. Disfruto muchísimo cuando sueño con ella, la siento cerquita, siempre viva, aparece cuando estoy con algunos proyectos”, cuenta. Cuando su madre murió, encontró un papelito escrito por ella: “No importa lo que pase, sino, lo que hacemos cuando pase”, frase que siempre tiene presente. “No ha habido otro ser humano de quién me haya enamorado como me enamoré de mi madre”.
Silvio ha viajado a Holanda, a Alemania, a Taiwán y a toda Centroamérica, pero fue en 2007, tras la muerte de su madre que le salió el viaje de su vida. “Estaba muy triste y depresivo, en Perú encontré la sanación”. El clima, la gente y el lugar le ayudaron mucho. En Lima, compró el libro 100 GAYS. “Me quedé asustado cuando lo vi, y dije ‘este libro no lo voy a encontrar en Nicaragua’ y lo compré”, comenta.
¿Qué significó el libro?
Hacer un recorrido por la historia y decir yo estoy en el último lugar… ¡El 101!
“He sido un tipo conocidísimo por mi homosexualidad, porque decidí ser sincero con las personas y honesto conmigo mismo”. No fue nada complicado para su mamá, asegura, “me protegía porque vivía en una sociedad nociva y conservadora como la de Acoyapa, así que ella se encargó de cuidarme y de que no me hicieran daño”.
¿Alguna vez le ocasionó problemas su homosexualidad?
Al inicio pensé que me podría ocasionar problemas pero yo he demostrado que me deben de ver como una competencia y no por mi homosexualidad. Lo que vale es lo que está adentro.
¿Qué piensa del matrimonio homosexual?
Que lo asuma cada quien como un derecho pero no como un papel firmado para estar unido a una persona. No lo haría ni por derecho, ni por compromiso.
Esa misma sociedad “nociva” lo hizo ser testigo de “la experiencia más dolorosa de discriminación en Acoyapa”, cuenta:
“Existía un club social donde iba solo la highclass –la clase alta–, entre comillas porque no la consideraba una “highclass”. Una vez que eligieron a la reina del club social, pero esta era hija de un hombre con su amante, no de su esposa. Significaba que la madre no podía entrar al club social porque vivía en concubinato, y la señora madre de la que estaban coronando tuvo que ver la coronación detrás de unas verjas”.
No quiere hijos, “nunca he pensado en hijos”, dice, pero admite que le encantan los gatos. “Tuve a Julián, mi gato preferido, pero lo dejé en un hábitat que le gustaba mucho en casa de una tía”. Indica haber encontrado en los animales mucha ternura y mucha sinceridad, “aunque la gente considera la sinceridad como algo malo”, comenta al referirse a una de sus cualidades. “Soy un tipo creativo e inventor, invento todo”. Se cuida con sus acciones dentro del campus, pero fuera es un tipo libre, asegura. No le gusta la impuntualidad, “me repugna”, le enoja prepararse y que los estudiantes no le pongan atención, no le importa mostrar su enojo, pero confiesa que la sección de clases es el lugar más feliz que puede tener. “El día que no dé clases, será muy triste”, expresa.
¿Cómo toma los días festivos?
No los valoro del todo, los veo como un tipo de vacaciones, como tiempo para descansar, no me interesa la navidad, ni el año nuevo. Soy un tipo bien raro.
¿Qué opina de los concursos de belleza?
Me repugna que los hayan hecho masivos, antes me gustaba solamente Miss Universo, esperábamos todo un año para verlo, eso era todo un espectáculo, pero ahora hay eventos de todo tipo, los han hecho tan corrientes que ya no me gustan.
¿Cine o teatro?
El teatro me gusta, la actuación, la viveza, los gestos, ver la ficción real en frente de mí, por eso me gusta el drama en la radio.
¿Cómo se ve de aquí a diez años?
Descansando, no quiero trabajar mucho. Espero que los sandinistas no pongan la pensión a los 65, porque no me podría jubilar –se carcajea–. De aquí a diez años me veo en mi pueblo.
El regreso a Costa Rica
El año pasado Silvio presentó en la Universidad de Costa Rica una investigación sobre las narraciones en radio. “Fue extraordinario. Presenté mi trabajo en una universidad que solo veía desde los buses. Mi ponencia significó un triunfo en mi vida”, concluye.
Texto por Francisco A. Soza