Hoy somos parte de la región más urbanizada del mundo, Latinoamérica. Se calcula que alrededor del 80% de la población vivimos en una ciudad y que para 2050 seremos el 89%, mientras que la media mundial se situará aproximadamente en 66% para el mismo año.
Sin embargo, no todas las personas que habitamos las ciudades lo hacemos en igualdad de derechos y oportunidades.
Se estima que en América Latina 1 de cada 4 residentes urbanos vive en asentamientos informales, espacios en donde encontramos carencias como el acceso a agua y saneamiento, viviendas precarias, hacinamiento, mayor vulnerabilidad ante desastres naturales, empleo informal, inexistencia de infraestructura, entre otras.
Y, en Nicaragua el panorama no es esperanzador, aquí casi la mitad de quienes habitan en una ciudad lo hacen en estas condiciones.
Pero realmente ¿qué es una ciudad? Y, ¿por qué nos tiene que importar lo que pasa en ella?
El primer concepto que nos ofrece la Real Academia es: “conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas”.
Sin embargo, el sociólogo urbano Robert Park nos ofrece un significado más filosófico y quizás más realista de la ciudad: “es uno de los intentos más consistentes, y a la postre, más exitosos del hombre(y la mujer), de rehacer el mundo en el que vive a partir de sus anhelos más profundos… Así, de manera indirecta y sin una conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el hombre (y la mujer) se ha rehecho a sí mismo”.
Romper el paradigma de la “ciudad: construcción” para convertirlo en la “ciudad: personas” sin duda no será fácil pero es urgente, pues con tasas tan altas de urbanización tenemos que empezar a hablar y actuar con la base de que las ciudades son mucho más que espacios llenos de infraestructura. La ciudad es un territorio vivo y dinámico.
El territorio es un espacio de relaciones sociales, de disputa, de luchas, anhelos, reivindicaciones, conflictos, contradicciones, acá se plasman los procesos sociales que aumentan o disminuyen las desigualdades, por lo tanto el territorio no es neutral.
Hombres y mujeres no accedemos a la ciudad de la misma manera
Actualmente los territorios se han convertido en espacios de dominación capitalista, pero también patriarcal.
Hombres y mujeres no accedemos a nuestras ciudades de manera equitativa, partiendo de la división público/privada en la que se nos asignan nuestros roles, predominantemente las mujeres hemos sido relegadas al ámbito privado, a las labores de reproducción, al cuido de la familia.
Mientras los hombres han dominado el ámbito público, las labores de producción; sumado a esto, y debido al avance de políticas privatizadoras y de reducción del Estado, los derechos se han convertido en bienes de consumo en donde únicamente quienes “producen”, es decir quienes tienen trabajos remunerados podrán “comprar sus derechos” de manera autónoma, en nuestras sociedades los hombres tienen tasas más altas de ocupación.
La forma en la que vivimos y experimentamos las ciudades pasa por la división sexual del trabajo, por esta divergencia de la que hablamos entre hombre en lo público, en lo productivo y mujer en lo privado, en lo reproductivo y generalmente no remunerado o bien ejerciendo desde la economía sumergida (que es el conjunto de trabajo ilegal -prostitución, tráfico- más trabajo informal con condiciones laborales precarias – en el mundo apenas 1 de cada 10 asistentes del hogar tienen sus derechos laborales regulares-).
Los espacios públicos por lo tanto han sido apropiados desde una visión masculina, es por eso que nos encontramos con acoso callejero, presupuestos municipales no sensibles al género o trabajos donde ser madre es una razón suficiente para no dar un puesto o ser despedida.
Abrirse paso para asumir retos
Sin embargo la discriminación de género que se da en las ciudades no es de una vía, sino que ocurren otras interseccionalidades como pueden ser étnicas, socioeconómicas, religiosas, culturales y de segregación territorial.
Por ejemplo no pasa por la misma experiencia en la ciudad una persona viviendo en una zona residencial que una en un asentamiento, o habiendo migrado al Pacífico desde la Costa Atlántica.
Es justo reconocer los importantes avances que en el ámbito público o productivo se han logrado, como por ejemplo los derechos laborales.
Sin embargo en la otra cara de la moneda, en los espacios privados, en las familias, dentro de las casas no se ha avanzado de la misma manera, con una ley fallida contra la violencia hacia las mujeres, cifras de femicidios sin disminuciones significativas (en promedio cada semana es asesinada 1 mujer en Nicaragua), mujeres con doble y hasta triple jornada.
Por esto, desde hace varios años muchos movimientos feministas vienen encarando el concepto de familia como el primer lugar en donde las mujeres sufren subordinación patriarcal y desigualdades.
Es por tanto que dada la experiencia en el espacio familiar las mujeres se han ido abriendo camino para asumir retos y ocupar espacios en la esfera pública y política, principalmente desde los liderazgos comunitarios.
La importancia del rol comunitario
Una mujer que en promedio dedica al menos cuatro horas para cuidar de la familia va a resentir más la falta de agua en la comunidad, para que las personas a su cargo puedan asearse, alimentarse e hidratarse, o que sufra las consecuencias de un camino en mal estado para ir a dejar los niños y niñas a la escuela, o que necesite un centro de salud cercano para no gastar dinero y tiempo con el que no cuenta para llevar a personas las enfermas.
Por eso se ha empezado a comprender el “rol comunitario” como una extensión del rol reproductivo que ha sido asignado a las mujeres; en las comunidades con las que trabajamos en TECHO – Nicaragua 9 de cada 10 personas que ocupan cargos de liderazgos comunitarios son mujeres.
El Censo de Asentamientos que realizamos en 2014 reveló además que el 83% de los asentamientos del Pacífico Urbano se había organizado para gestionar por lo menos un servicio básico.
Esto nos muestra que las mujeres están siendo motor principal en la gestión de la ciudad, en la producción social del hábitat y en la transformación de los territorios, lo cual pone en agenda la importancia de analizar el derecho a la ciudad desde una perspectiva de género
De esta manera las lideresas en los asentamientos no se asuman únicamente como “ciudadanas” luchando por sus derechos urbanos, sino también como mujeres a las que sus derechos les están siendo vulnerados por razones socioeconómicas, de género y segregación territorial principalmente.
Día para celebrar y exigir
Por eso en este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, celebramos a estas mujeres que están transformando sus territorios, que se están organizando junto a sus vecinas y vecinos para acceder a servicios básicos, que están reivindicando sus derechos y están haciendo de las ciudades un lugar más digno para quienes las habitamos.
Sin embargo, también queremos levantar la voz junto a ellas para exigir políticas públicas que aceleren la superación de la pobreza con enfoque de género como facilidades en el acceso a crédito, presupuestos municipales participativos y sensibles al género, mayor educación sexual en asentamientos, seguridad en la tenencia, cumplimiento y ampliación de leyes contra la violencia machista.
Karla, Jeimy, Manaris y Nelly así como otras mujeres, se han organizado en sus comunidades para transformarlas, participando en programas de nutrición, alfabetización, llevando agua al barrio, llevando escuelas al asentamiento, convirtiéndose en profesoras, construyendo viviendas, construyendo centros comunitarios, trabajando doble y hasta triples jornadas como madres, trabajadoras y lideresas comunitarias.
Conocé sus historias y contanos ¿vos cómo estás transformando tu territorio?
Jeimy Sánchez, Santa Julia, El Crucero, Managua
“Todas las mujeres tenemos derecho a salir adelante, no solo porque somos mujeres vamos a estar en la casa haciendo las cosas de la casa, tenemos derecho a muchas cosas igual que los hombres”.
Karla Rios, El Panamá, La Concha, Masaya
“Yo invito a las mujeres de esta y todas las comunidades a que sigamos trabajando, que hagamos valer nuestra comunidad y que no creamos que no podemos solamente por ser mujeres o por ser madres de familias, para mí es un orgullo ser lideresa”.
Manaris Espinoza, El Paraíso, Tipitapa, Managua
«Sueño con una comunidad linda, por eso sigo participando, ser madre soltera no ha sido un obstáculo para mí”.
Nelly Péres, Santa Julia, El Crucero, Managua
“En esta comunidad trabajamos para que tanto los hombres como las mujeres tengamos los mismos derechos”.
Karla Díaz, Laureles Sur, Managua
“Aunque tengo una agenda muy apretada como madre, profesora y estudiante siempre busco estrategias para motivarme y seguir trabajando como lideresa comunitaria como hace diez años que comencé a serlo. Me gustaría que en mi comunidad los derechos de todos los niños y niñas sean respetados”.