La economía feminista es una corriente de pensamiento que se preocupa por visibilizar las dimensiones de género involucradas en las dinámicas económicas y sus implicaciones en la vida de las mujeres.
Tiene su origen en los movimientos sociales, sobre todo en el movimiento feminista de los años 70’s que introduce un debate sobre la reproducción, el cuidado y el salario doméstico.
Surge como una crítica a la economía neoclásica, que intenta reducir la vida a fórmulas matemáticas que invisibilizan todo un entramado de relaciones sociales y de cuidado, para mostrarnos un sujeto (homo economicus) que se presenta ante el mercado o la cadena producción, como un ser desvinculado de las relaciones sociales, familiares y afectivas, cuyo único interés es su propio bienestar.
El cuidado, el trabajo del hogar, las relaciones familiares, sexuales, el cuidado de los niños, el de las personas enfermas, el de los mayores, todo esto para la economía feminista es fundamental porque no solamente explican la forma en que se sostiene nuestra vida, sino que dan sentido a la forma en que se sostiene una forma de producción en el mundo.
Otra de las principales ideas de este enfoque es considerar la forma en que se obtiene el dinero y se generan las mercancías.
Su objetivo es colocar el lente en las formas de explotación del trabajo humano, principalmente el trabajo de las mujeres y las consecuencias devastadoras que tiene la explotación en la vida de las personas.
No es amor, es trabajo no pago
El salario nos da la impresión de un trato justo entre trabajador y patrón: trabajo y me pagan por ello, aunque no siempre suceda esta transacción de forma justa.
El salario también reconoce nuestro status de trabajadores, bajo el cual podemos pelear y negociar los términos de la cantidad de trabajo y la cantidad de paga.
Cuando las relaciones se medían por un pago es más fácil comprender que trabajamos no porque debamos hacerlo de forma natural, sino, porque recibimos un salario por ello y esa es la única condición bajo la que se nos permite vivir.
La diferencia del trabajo doméstico es que para muchos ni siquiera es reconocido como “trabajo” porque ha sido impuesto a las mujeres con el argumento de que forma parte de su naturaleza y carácter realizar esta clase de labores.
De la misma forma que el trabajo esclavo no fue remunerado porque se les condenó a ocupar un lugar en la sociedad donde no eran reconocidos como sujetos de derechos, el trabajo doméstico bajo esta investidura de amor maternal fue condenado a no ser reconocido como trabajo.
Los grandes pensadores han estudiado la economía como el momento en que el obrero entra a la fábrica y produce una mercancía, pero su perspectiva ha obviado todo el trabajo que hay detrás para que eso suceda.
Para que el obrero llegue cada mañana a su jornada laboral existen un sinnúmero de actividades que alguien debió haber realizado por él: limpiar la casa, lavar la ropa, cuidar a los niños, hacer la comida, ir de compras.
Debemos admitir que el capital ha tenido mucho éxito escondiendo nuestro trabajo. Ha creado una obra maestra a expensas de las mujeres. Mediante la denegación del salario para el trabajo doméstico y su transformación en un acto de amor, el capital ha matado dos pájaros de un tiro. Primero, ha obtenido una cantidad increíble de trabajo casi gratuito, y se ha asegurado de que las mujeres, lejos de rebelarse contra ello, busquen obtener ese trabajo como si fuese lo mejor de la vida.
Doble jornada y brecha salarial
Pese a los informes optimistas donde Nicaragua se presenta como “el mejor país para ser mujer” aún queda mucho por hacer en materia laboral.
Basta revisar algunos informes, como por ejemplo el ultimo publicado por el PNUD en el 2014 donde muestra que el mercado laboral sigue siendo ocupado por hombres (86.6 % de hombres vs 62 % de mujeres), pero lo más alarmante es que la mayoría de las mujeres se encuentran en la informalidad y son trabajadoras por cuenta propia.
A eso debe sumársele que muchas de ellas son los únicos sostenes de sus familias y las que no, de igual manera no se ven liberadas de los trabajos domésticos y de cuidado, a esto se le llama “doble jornada laboral”.
Las mujeres siguen trabajando tanto fuera como dentro de sus casas sin parar porque las labores de cuidado siguen sin ser distribuidas de forma equitativa entre los miembros de la familia.
Todas estas situaciones ponen en desventaja a las mujeres en un mercado laboral que es cada vez más difícil de acceder a medida que la edad aumenta.
Las brechas salariales entre hombres y mujeres siguen siendo bastante considerables, principalmente por la precarización del trabajo de las mujeres y el espacio que ocupan mayoritariamente en el sector informal. Muy pocas de ellas son jefas, directoras, patronas o tienen algún cargo de liderazgo dentro de las empresas e instituciones.
Economía del cuidado
La economía del cuidado incluye el reconocimiento del trabajo doméstico no remunerado en los hogares y otros múltiples espacios, y el cuestionamiento de la división sexual del trabajo, pero va más allá, al proponer otra mirada sobre la reproducción como ámbito que debería regir la organización de la economía en su conjunto, como prioridad.
Esto significa plantear otra forma de organización social alrededor de la vida y la preservación de la misma como principal objetivo, antes que el funcionamiento del mercado.
Una forma de traducir esto en acciones concretas es la distribución equitativa de las tareas domésticas, el pago digno a las asistentes del hogar, el impulsar guarderías y espacios de atención a menores en los centros de trabajo, permisos de paternidad y maternidad de larga duración.
Todas estas acciones se dan desde las políticas públicas, pero también desde acciones individuales nos hace pensar en la importancia de crear redes de cuidado comunitarias que nos permitan equilibrar la forma en la que se distribuye el trabajo doméstico.