Con sus manos inquietas, pero llenas de sensibilidad, Eva ha creado su propio paraíso repleto de plantas ancestrales que sanan cualquier dolencia en su proyecto ‘Necesidades básicas’
Desde los 19 años Eva comenzó a desandar el camino del grafiti, donde ahora nada en un mar de colores que inundan la vista y refrescan el espíritu, y así, un muro abandonado se convierte en un paraíso luminoso que reverbera lleno de alegría y exotismo.
A través de los años en paralelo, mientras Eva pintaba en la calle, realizaba un trabajo social bastante fuerte, llegó un momento que mientras trabajaba en su arte, iba conociendo artistas y orgánicamente la necesidad de recaudar fondos para que esos proyectos sociales se dieran, entonces decidió desarrollar iniciativas culturales.
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Necesidades básicas
La calle 24 en Calidonia, Panamá, tiene un mercadito de plantas medicinales ancestral e icónico, pero abandonado y casi en el olvido. Sus calles místicas están inundadas de plantas y flores que tienen diversos usos y que alivian dolores, insomnios, ansiedad y más.
Con la intención de que este espacio cobre vida y reciba la atención que merece Eva se ha aventurado a ilustrar y categorizar 20 especies locales en un llamado para suplir necesidades de salud de una manera más natural.
«Nos hemos casado con la industria farmacéutica y lo tenemos tan arraigado que si no se puede dormir, nos tomamos esa pastilla. Este proyecto busca generar más conciencia sobre el mundo de las plantas pues esta opción es mucho menos industrializada y se insiste que al final la mayoría de las medicinas salen de la naturaleza.»
De ahí nació la idea de hacer una guía, un libro que explique para que funcionan cada una de esas plantas, Eva nos cuenta que además de las 20 ilustraciones que ya hizo, su objetivo es hacer más y seguir generando la conversación sobre plantas medicinales, seguir conectando con la comunidad de yerbas y vendedoras, pues dicho lugar contiene una inteligencia ancestral.
Entre el arte y la ciencia
Clasificar las plantas la ha llevado no solo a conocer a las mujeres que venden en el mercadito, pero también a involucrarse con la parte científica del proyecto, identificando familias, especies y creando un registro botánico donde la ciencia y la creatividad van de la mano.
Este mercado contiene una gran herencia cultural que poco a poco se va perdiendo por el abandono gubernamental, los avances de la tecnología, y nuestra desconexión con la naturaleza. Sin embargo, su presencia permanece en la memoria colectiva y a través de esta exposición EVADE nos invita a reconocer esta calle, y aprender más sobre los remedios naturales que se han ido pasando de generación en generación por yerbateras que aún siguen ahí en aquellos puestitos. – Momó Magallón
Eva aspira a clasificar más plantas, pues en su proceso investigativo ha encontrado en el mercadito alrededor de 150 y la idea es ilustrar una cantidad un poco más cuantiosa, para poder imprimirlo o terminarlo en digital y que la gente tenga a mano esta guía.
Proyectos emblemáticos
Con el tiempo Eva empezó a hacer sus propias obras y aunque no era lo más estable, creaba sus pinturas y buscaba trabajos a través de eso. Así pintó una cancha de básquetbol y fútbol para una comunidad, aprovechó que había sobrado pintura de otro proyecto y se aventuró a plasmar su arte en el espacio.
A partir de ahí, todo evolucionó en la comunidad, los niños empezaron a usarla, la gente empezó a acercarse a la zona, la comunidad se apoderó bastante y Eva convocó a más artistas para que pintaran la avenida en colectivo, lo que resultó en que la calle se convirtiera en un espacio artístico e inspirador.
«Yo oficialmente vivo de esto, del trabajo de mis manos. Ha sido como todo muy orgánico, pues yo no he estudiado arte, pero lo he aprendido más que todo en la calle. Tengo un título en Publicidad y mercadeo, eso fue lo que estudié en la universidad, pero nunca lo he ejercido.»
Una de las obras que más recuerda con cariño fue cuando pintó en un parque ubicado en una zona bastante alejada y peligrosa. Era el límite entre dos bandas que frecuentaban el parque y los niños no jugaban ni salían, porque tenían miedo.
“Empezamos primera a conversar con la comunidad, viendo sus necesidades y sacamos unos poquitos fondos que teníamos de algo. Creamos una convocatoria para ver qué artista quería pintar en el parque y a cambio iban a recibir un pago, no era mucho, pero digamos que cubría materiales, alimentación y acompañamiento durante la gestión”.
Desde ese momento el parque se transformó, convirtiéndose en un espacio para los niños de la zona. Una fundación que vio ese trabajo envió dos columpios y la gente se involucró más.
Eva también nos menciona otro de sus proyectos favoritos por su incidencia social y artística: Transiciones. El Canal de Panamá la contrató junto a otros dos artistas para pintar dos torres de contenedores, cada uno escogió una parte de la estructura para contar una historia sobre la naturaleza, el agua y los tóxicos. El resultado final hizo que las personas aledañas y que pasaban por ahí fueran a ese espacio a interactuar con el arte y compartir fotos en redes sociales.
Principales obstáculos
Esta tenaz pintora confiesa que sus principales obstáculos han sido más a nivel personal, sus propios paradigmas y la batalla por visibilizar el valor de las artes urbanas, pues el grafiti usualmente no es una de las vertientes artísticas más apreciadas.
Sin embargo, Eva considera que sí se ha hecho una gran labor al generar murales con buenos mensajes y buena calidad con las que la gente ha podido conectar. Es por eso que usualmente prefiere dejar que su arte hable por ella, pues a veces le cuesta mucho trabajo explicar con palabras lo que quiere hacer.
“Tengo muchas ganas de implementar un proyecto de hiphop para comunidades el otro año, que involucre la lectura de la literatura nacional“.
Asimismo, Eva se ha dado cuenta que el factor humano es muy importantes, porque la gente busca conectar con el artista para así conectar con el mensaje. Ahora ella considera que tiene más libertad para pintar en las calles: “El hecho de poder expresarme con libertad y sin tener que pensarlo mucho. Y solo el hecho de poder ejecutar lo que me gusta, me trae mucha libertad. O sea, llegar y decir qué voy a plasmar en este espacio, qué quiero pintar, cuáles colores voy a usar“.
En la calle se siente como si fuera un gran canvas en blanco, donde no hay mucho espacio para el ensayo-error y esa misma limitante es la que la hace preferir una pared en vez de un lienzo, pues le da la oportunidad de comenzar a pintar sin pensarlo mucho y dejar que todo fluya a través de sus manos y su técnica.
«En el cuadro hay mucho más espacio para pensar lo que una quiere hacer, si te equivocas lo tapas y sigues o comienzas de nuevo y eso también da paz, pero puede hacer que el proceso sea más demorado. No voy a cambiar lo que hago en las paredes. Quiero terminarlo y me quiero ir. Entonces, como que tengo que tener bien practicada mi técnica. Tengo que saber bien lo que quiero hacer y eso me gusta».