Escrito por: Flor del Desierto
Una gabardina verde neón, un vestido de lentejuelas a lo nightclub y un conjunto deportivo fuera de lo común, son todo lo que necesitan las chavalas de Improsultas para improvisar, crear una historia y hacer reír a su público.
Es una tarde de sesión de fotos y el equipo fotográfico consiste en una cámara digital sacada de los años 2000s. A medida que las actrices de teatro, Gilma Rodríguez, Priscila González y la bailarina, Aurora Sandino posan con sus atuendos estrambóticos y divertidos, explican su nuevo proyecto, que al mayor estilo ecléctico, combina el teatro, la improvisación y la comedia.
“Para hacer comedia debés de ser una mujer improsulta. Significa ser auténtica sin pedir perdón, decir tu opinión sin tener miedo, hablar en voz alta o decir tus pensamientos, aunque no sean tan políticamente correctos”, explica Rodríguez sobre el origen del nombre de este grupo de comedia.
Pues, lanzar un proyecto teatral de este tipo en Nicaragua siendo mujer y joven, es intimidante, especialmente en una industria donde la comedia se encuentra en un espacio mayormente masculinizado y en el que a las mujeres se les critica si producen un humor disidente. Por esa misma razón, atreverse a hacerlo, también es altamente político.
“Desde que somos chiquitas nos dicen ‘sentate de esta manera’, ‘hablá de esta forma’. En el escenario debés ser expresiva y hablar sin miedo”, continúa Rodríguez.
“Queremos hablar de las cosas que vemos, cosas que queremos cuestionar, cosas que queremos hablar. No hacer un humor vacío”, agrega González.
Para Sandino está claro: “hay algo en mí que se desata cuando alguien se ríe. Hay otras formas de hacer comedia y lo queremos hacer de forma creativa”.
¿Y qué mejor que reír y hacer reír a la gente si no es entre amigas? Con esa pregunta en mente nació Improsultas, un juego de palabras entre el término nicaragüense “improsulto”, que suele utilizarse para describir a alguien que es atrevido o fuera de lugar, y la palabra improvisación, el tema principal del show.
La comedia como forma de contar las historias que duelen
Como para graficar mejor el meollo del asunto, Rodríguez, González y Sandino salen por un momento de sus personajes y detienen la toma de fotografías. Se adentran en la casa donde han parido el proyecto y traen consigo la utilería más fortuita para continuar con la sesión.
Gonzáles arrulla a un gato de peluche, que lo que tiene de extraño, también lo tiene de bonito. Rodríguez agarra una manguera de jardín y posa, parodiando a las modelos de revista. Y Sandino se une a la escena con una escoba, también fingiendo ser una modelo de alta costura.
Aunque la sesión de fotos de hoy está orientada a reflejar la estética improvisada del proyecto, las historias que Improsultas cuenta son analizadas, reflexionadas y discutidas entre ellas mismas. Las tres coinciden en lo mismo: el deseo de hablar de lo que les atraviesa como mujeres y como jóvenes.
“Quería hacer cosas con mujeres desde lo que duele, pero también desde lo que da risa. Lo que una comparte de manera cotidiana. Además de llorar ¿qué más podemos hacer sino hablar de manera cómica?”, expone González.
“Con mis amigas hablo de cosas que me pasan todos los días y siento que ellas reconocen mi voz. Me reconocen en cómo vivimos la vida y cómo la vemos en las edades que tenemos”, añade. “Al final se trata de compartir experiencias en las que otras mujeres se identifiquen”, explica Sandino por su parte.
Los proyectos teatrales liderados por mujeres jóvenes no son una novedad en Nicaragua, pero muchos enfrentan los mismos retos: la sostenibilidad.
Debido a que no hay una industria del teatro como tal en Nicaragua, no solo es difícil sacar los proyectos adelante, sino mantenerlos en el tiempo, especialmente si no se cuenta con los recursos, explican las actrices.
Como el teatro nicaragüense está limitado al espacio físico, Improsultas quiere jugar con la virtualidad y la presencialidad para llegar a más audiencias, y con el tiempo, no solo ser un grupo de comedia, sino también convertirse en una plataforma en la que puedan compartir sus conocimientos acerca del mundo del teatro con otras personas.
La recomendación para otras mujeres que quieran impulsar sus propios planes es evidente. “¡Qué lo hagan! Que busquen amigas y que lo hagan juntas. La vas a cagar y vas a aprender, pero siempre hay que continuar”, sostiene Sandino, mientras todas estallan en carcajadas.
Burlar la censura cuando se quiere callar a las mujeres
Las luces se ajustan tras bambalinas, el piso del escenario resuena con los pasos y las mujeres del grupo teatral La Cachada dicen sus diálogos en una solemne actuación. Aunque la obra se presenta en San Salvador, El Salvador, esta ha viajado por todo el mundo, bajo la dirección de Egly Larreynaga.
Al momento de hablar con ella, se encuentra en México. Ni siquiera se molesta en decir una ciudad en específica. Estará viajando y moviéndose, informa. Así es el mundo del teatro, y dirigir a un poderoso grupo de mujeres toma dedicación y tiempo.
El primer contacto que Larreynaga tuvo con el teatro fue apenas cuando tenía 19 años. Originaria de El Salvador, siguió a una compañía de teatro hasta Bolivia porque le fascinó. Cuando volvió a su país, dejó la carrera de Economía y se dedicó de lleno a ese mundo.
“Mi mamá se preocupó mucho, pero me dijo que no me conformara, que no fuera mediocre y que me apoyaba. Hasta el día de hoy me apoya”, relata entusiasmada. En ese momento de su vida, El Salvador se recuperaba de una guerra civil que duró 12 años, que dejó a la población desgastada y dividida, y en el que el área del entretenimiento estaba exiguamente naciendo.
Apenas explorando su adultez, Larreynaga no tenía idea de que perseguir ese sueño, que en un principio parecía loco, acabaría por crear uno de los proyectos sociales artísticos más importantes de El Salvador.
Un proyecto por el cual, además de ser actriz, se convertiría en directora, gestora y hasta un referente importante para otras mujeres en el oficio de las artes escénicas.
“En ese momento, no tenía idea de todo lo que se podía hacer con el teatro. Simplemente era una actriz y me concentraba en cómo hacer mi personaje bien y cómo actuar bien. No tenía el conocimiento de todo lo que se podía lograr a través de él”, explica Larreynaga.
El origen de La Cachada
Cuando tenía 32 años, Larreynaga, ahora de 44, brindó unos talleres a un grupo de mujeres que en realidad, no tenían ningún acercamiento al teatro. Eran mujeres que trabajaban en la economía informal, que eran vendedoras ambulantes o amas de casas que vivían en zonas precarias. En general, un sector marginado y excluido del mundo cultural y artístico.
“Cuando vi el poder de esas mujeres y lo que transmitían, les propuse que hiciéramos una obra. Fue la primera vez que me animé a dirigir y a crear una obra, que fue de sus historias biográficas. Sin saber que estaba haciendo eso (dirigir), me empezó a dar seguridad”, cuenta.
Con esa obra que relató las historias de vida de esas mujeres, no solo nació el grupo de teatro La Cachada, inició una nueva faceta de Larreynaga en la que se convirtió en directora y dramaturga.
Maternidad, sexualidad, violencia, desigualdades sociales, luto y mil vivencias más, han sido reflejadas en La Cachada durante los últimos 13 años. Y las actuaciones de ese grupo de mujeres, que en un inicio no se imaginaron como actrices, han llegado a lo largo de toda la región.
El proyecto no solo desarrolló una nueva faceta creativa y artística en las mujeres que participaron, sino también en Larreynaga, que se vio reflejada y conmovida con las experiencias de ellas.
“Mis padres fueron guerrilleros, así que mi historia la sentí muy cercana a esa realidad. La Cachada me dio un impacto diferente. Me ayudó a entender más este país. Conocí y comprendí mucho más de nuestros problemas”, explica.
Ahí descubrió otra función del teatro para transformar el carácter de las personas involucradas y para las audiencias que atestiguan ese proceso.
Más allá de aprender diálogos y técnicas de actuación, el teatro significa “mucho, mucho más”. Pues, para ella el arte tiene un poder muy fuerte para transmitir mensajes.
“El teatro puede reivindicar. Cuando se hace bien, toca mucho las fibras. El contenido y el discurso es importante, pero no olvidemos que el arte busca la estética, la belleza y el disfrute. Cuando se cuida la forma, tanto como el contenido, se vuelve una dupla muy poderosa”, señala.
El teatro como herramienta feminista
Aunque sostener La Cachada no ha sido fácil durante todo este tiempo, los últimos años han sido especialmente difíciles por la censura impulsada desde el Estado salvadoreño. Obras como Si vos no hubieras nacido, que explora temas como el aborto y la maternidad, han sido censuradas.
Larreynaga opina que el aborto no es el único tema tabú en el espacio artístico y social, sino todo aquello que representa una amenaza para el conservadurismo y el machismo, que además de estar impregnado en el Estado, también está arraigado y defendido en la sociedad salvadoreña. Esto incluye el feminismo, la diversidad sexual, la autonomía corporal y los derechos humanos.
Sin embargo, frente a la censura, las estrategias también surgen. Larreynaga considera que los símbolos, las alegorías y las metáforas, burlan las prohibiciones institucionales. Los mensajes siguen llegando, aunque sea de otra manera. La creatividad que originan estas mujeres no conoce de límites y barreras.
“Lo importante es la persistencia. Cuando crees en algo que te mueve y te impulsa, hacelo. Que las mujeres se crean capaces y defiendan sus visiones. Hay muchas mujeres que nos han abierto camino. Sigue costando, pero en la dirección hay cada vez más. Siempre va a faltar camino por recorrer”, sostiene Larreynaga.
Reivindicar aquello que no es considerado “importante”
Una capital más arriba, en Tegucigalpa, Honduras, una revolución artística y social sucede. Cosmos enteros aparecen apenas las cortinas son corridas y las actrices destapadas al público. Para Laura Yanes hacer teatro es crear universos nuevos, dice apasionada. Y a ella, la salvó el feminismo y el teatro.
“Mi primer contacto con el teatro fue un error”, dice sencillamente. Fue un encuentro inesperado e imprevisto, que después de 15 años, le enseñó cómo habitar el mundo de una manera más libre y con más posibilidades de existir, tanto como mujer, artista y lesbiana.
En su adolescencia, ella miró a un mimo actuar en un taller sobre educación vial. Fascinada por aquel rostro blanco, silencioso, pero sumamente expresivo, quiso saber más. “Me gustaría hacer eso”, pensó.
Se dio cuenta que el mimo al que vió, había estudiado en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Honduras. Emocionada, se matriculó sin pensarlo de manera inmediata. En la segunda semana de clases se dio cuenta que era una escuela de teatro y no una escuela de mimos, como se había imaginado.
A pesar de la confusión y de la sorpresa, decidió continuar, una decisión que le cambió -y mejoró- la vida.
“Me abrió un mundo de posibilidades que ni siquiera sabía que existía. Era un espacio en donde
habían personas diferentes y hablaban de su orientación sexual de una forma más abierta. Yo no venía de un espacio donde existía la posibilidad de pensarse más allá de la heterosexualidad”, señala Yanes.
Pensarse a una misma más allá de “tal posibilidad” fue lo que movió a Yanes para crear mundos nuevos. El teatro debe de ser algo que mueva, dice, que cree movimiento, que cambie cosas.
En especial aquellas que deben de ser cambiadas como el machismo, la discriminación y la injusticia, y sobre todo, incomodar a personas, instituciones y dinámicas sociales que aportan a todas esas problemáticas.
Desde que Yanes se nombró feminista, se ha dedicado a que las obra que interpreta, escribe y dirige estén presentes las voces que reinvindica, especialmente las de las mujeres y las personas de la diversidad sexual.
Aquellas voces que ha aprendido a expresar a través del escenario y con la que reivindica otras formas de amar y habitar el mundo.
Retos que inspiran
Con los años, la dramaturga se ha enfrentado a diferentes retos, a diferentes realidades y a diferentes maneras de crear. Aunque el teatro era un mundo liberador en el que conoció la diversidad, también se dio cuenta que era un espacio en el que existían muchos desafíos y violencias, especialmente contra mujeres como ellas que cuestionan y ejercen un liderazgo.
“Honduras es un país conservador y es difícil hacer este tipo de teatro. Incluso el mismo gremio teatral hondureño pone muchas excusas para no hacer un teatro más consciente o que se cuestione más. El gremio lo ve mal. Las personas mayores que han hecho teatro toda su vida no creen que sea importante algunas reivindicaciones sociales”, puntualiza Yanes.
Yanes considera que el gremio teatral de Honduras, y en realidad, de la región centroamericana, piensa la dramaturgia feminista como “lo otro, lo extraño, lo ajeno”, aunque en realidad es la dramaturgia de siempre con la visión y la vivencia de las mujeres.
Al igual que todo aquello hecho por mujeres, el teatro feminista se considera más pequeño, más específico, menos importante y casi, casi, más insignificante. Pese a que claramente no es así, la comunidad teatral, y a veces hasta el público, lo aborda de esa manera.
“La posibilidad de ver alguna mujer en el escenario, como directora, productora, técnica, o las diferentes funciones que se pueden hacer en el teatro, ya es una reivindicación”, agrega Yanes.
Eso no la ha detenido para continuar con su lucha y ha tejido redes en ese tiempo para que su visión llegue a otras mujeres que se quieran sumar, y también a hombres que quieran aprender. Para ella, seguir produciendo historias y poniendo su sello en ellas, es una forma de seguir aportando.
“A las mujeres se nos ha recluido al espacio privado ¿y qué puede ser más público que el teatro? Se trata de una mujer creando. Es una lucha y ya es algo ganado, un escaloncito subido”, expresa Yanes.
En su trayecto, Yanes ha aprendido que es importante que las mujeres compartan su visión del mundo, sus deseos de cambio y sus demandas personales. Dejar de ser complacientes y abandonar la enseñanza de que las mujeres son únicamente dulces y amables. Las mujeres también se pueden enojar, espeta de forma tajante.
En resumen, ser consciente de la voz personal, renunciar a las peticiones de los demás, pero sin dejar de pensar en lo colectivo, aclara. “Descubrirse feminista y descubrirse en el teatro, es descubrir el universo que una tiene adentro”, manifiesta Yanes.