Lucy Argueta y Andrea Fonseca nos cuentan sobre lo que significa para ellas hacer gestión cultural, los desafíos en la labor artística y cultural que hacen y los aprendizajes que han adquirido a lo largo de sus carreras.
Lucy Argueta
«Soy artista de Honduras, gestora cultural y educadora, cofundadora de la Escuela Experimental de Arte».
Como artista, la práctica de trabajo de Lucy Argueta se basa en la reflexión alrededor de los modelos de reproducción y distribución de mercancías en el mercado negro y de la piratería asociadas a las grandes marcas de lujo.
Asimismo, Lucy explora la memoria de los objetos y las prendas como contenedores de la esencia simbólica a partir de su uso y las narrativas derivadas de estos.
Como educadora, su trabajo se ha centrado en los procesos pedagógicos que, desde la Escuela Experimental de Arte, desarrolla a partir del trabajo con artistas emergentes, arte-educadores y comunidades de distintos perfiles.
«En ese sentido, esta práctica pedagógica se combina con la gestión cultural, desde la cual me interesa la creación de espacios para la producción de un aprendizaje colectivo, mediado por la empatía y la colaboración», expresa Lucy.
Actualmente, Lucy desarrolla estas apuestas educativas desde dos contextos: la ciudad de Bogotá y el desarrollo de programas de formación en Honduras.
La gestión cultural, reto y recompensa
Para Lucy, el contexto del sur global ha sido históricamente caracterizado como un conjunto de regiones precarizadas en muchos sentidos, a pesar de la riqueza de los países en cuanto a sus antecedentes culturales, ecosistemas naturales, materias primas, etc.
Esta perspectiva de precarización se traslada a todas las esferas de nuestras sociedades. Lucy explica que es algo que se puede ver en el campo de la educación, la agricultura, la industria y desde luego la cultura.
Este último sector, Lucy considera que es uno de los más olvidados, y en muchos contextos como el de Honduras, carente de políticas públicas encaminadas a su fortalecimiento. Es por eso que para ella la gestión cultural ha significado una apuesta retadora, pero a su vez, gratificante.
«Si bien el desarrollo de una carrera en gestión cultural implica en muchos casos, un trabajo arduo, ver la materialización de un proyecto y su impacto en las comunidades con las cuales trabajas, es satisfactorio. Particularmente porque le da al trabajo un sentido más allá de la realización personal», opina Lucy.
Desde la Escuela Experimental de Arte Lucy apuesta por la creación de redes y colaboraciones, esto les ha permitido generar lazos con diversos espacios institucionales e independientes, artistas y personas con los cuales trabajan desde esta visión común.
«El escenario cultural en Honduras y Centroamérica en su conjunto, puede que sea árido, particularmente para las y los trabajadores de la cultura y las y los artistas, sin embargo, es una labor que vale la pena realizar», afirma Lucy.
Desafíos para la gestión cultural
Según Lucy, uno de los mayores desafíos para gestoras culturales, artistas y espacios independientes, radica en cómo generar estrategias efectivas que impacten realmente en la democratización de la cultura, el arte y los espacios de formación.
Sin embargo, esto sólo es en cierta medida, una parte de dichos desafíos. La parte más compleja radica, a su parecer, en lograr una auto-sostenibilidad de estas apuestas culturales
«Como sabemos, el arte y la cultura, al menos en Centroamérica, carece de una viabilidad tanto comercial como presupuestal. Las ofertas son muy reducidas y la demanda por parte de espacios y actores culturales compitiendo para acceder a una beca o una subvención es alta», agrega Lucy.
En su opinión, Lucy considera que esta situación es el resultado de una falta de estímulos y apoyo por parte del sector público y también privado en el rubro de la cultura.
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«En buena medida, se debe a que tradicionalmente se asocia al arte y la producción cultural a un conjunto de actividades prescindibles y no como un sector productivo capaz de aportar beneficios a las economías locales y regionales», explica.
Sin embargo, Lucy asevera que la cultura puede aportar beneficios no solo en un nivel simbólico, social y colectivo, sino también posibilidades de sostenibilidad mediante la creación de ecosistemas productivos: «Tal y como lo demuestran las experiencias en otros contextos tanto en países desarrollados, así como países de economías intermedias».
En consecuencia, Lucy opina que la naturalización de la competencia entre espacios y actores culturales mediante convocatorias, generalmente desarrolladas por entidades internacionales, terminan produciendo un impacto negativo mayor, al beneficio que se pretende aportar.
«Se le traslada la responsabilidad de la gestión y administración pública de la cultura al sector de cooperación internacional y estas prácticas generan procesos intermitentes ya que muchos de los programas financiados no pueden sostenerse en el tiempo y a su vez, profundizan en la precarización financiera de las personas e instituciones involucradas en el sector artístico y cultural».
El balance entre los roles
Por otro lado, un desafío igual de relevante es el de tener la capacidad de establecer un balance adecuado entre la labor como artista, gestora y las otras experiencias de lo que significa ser mujer, en su caso la maternidad y su vida personal.
Sin embargo, Lucy opina que es mucho más factible tener diversas facetas puesto que todos estos aspectos de la vida profesional, así como personal, son parte de un conjunto de experiencias que se retroalimentan.
Y a su vez «permiten comprender desde la empatía, otras subjetividades y otras vivencias a partir de los proyectos con los cuales una trabaja».
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Por último, Lucy considera que si bien el arte no es un campo de trabajo fácil y, por el contrario, puede ser en ocasiones muy retador, a la vez te regala muchas satisfacciones.
«Hoy más que nunca es muy importante, sobre todo para las y los artistas jóvenes diversificar sus capacidades y conocimientos, valorar la interdisciplinariedad y contribuir a la creación de redes de apoyo y colaboración», finaliza Lucy.
Andrea Fonseca
«Lesbiana, neurodivergente, feminista, hacedora de dibujitos y últimamente gestora. La expresión artística siempre ha sido parte de mi vida, lo que empezó siendo una herramienta para la sanación lo hago ahora a cambio de dinero».
Andrea dibuja desde que tiene memoria, es por eso que estudió diseño gráfico, no sin antes estudiar medicina por 3 años («entrar siempre a clases a dibujar debió ser un indicador que no estaba en el lugar correcto»).
El diseño gráfico le introdujo a los medios impresos y con esto la posibilidad de comenzar a difundir su trabajo artístico y conocer su propio contexto.
Al enfocarse más en su quehacer creativo Andrea se dio cuenta que una gran cantidad de sus colegas artistas estaban produciendo mucho y le interesó generar espacios donde pudiesen compartir lo que estaban haciendo e ir expandiendo sus redes.
«En un contexto tan precario era necesario juntarnos hasta para saber donde comprar materiales, además de hacer crítica constructiva y recomendaciones (solicitadas y no solicitadas)», cuenta Andrea.
Entre aprendizajes, intentos, y lecciones de muchos años fundaron la colectiva Libre como las Gallinas con la artista Gillian López.
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La colectiva busca la difusión del trabajo artístico y creativo de personas LGBTTTIQA+ y acercarlos a la justicia económica.
Andrea explica que: en Tegucigalpa, donde todo está centralizado, hay muy pocos espacios culturales (que no se han incendiado). En su mayoría no son accesibles para las propuestas artísticas de personas que no son hombres validados por las instituciones del arte.
«Aquí no se gana pero se goza. La gestión es es un trayecto cuesta arriba, tiene que gustarte demasiado para (intentar) dedicarse a eso, porque puede haber mucha frustración de por medio. Pero nos fortalecemos al irnos organizando y vamos encontrando en el camino personas que visionan un mundo del arte más diverso e incluyente. El arte nos conecta de una forma poderosa».
Como persona diversa, Andrea opina que es de suma importancia colocar tanto en su obra como en su trabajo de gestión los asuntos que le atraviesan, que son fundamentales.
«Si los hombres dominan los espacios y el discurso muchas historias se quedan sin contar, no hay otras miradas, otras discusiones, ni otras visiones (según ellos las mujeres y personas diversas ni siquiera terminamos de emerger en el mundo del arte)», enfatiza Andrea.
De igual manera, Andrea cuenta que estos espacios no son abiertos para mujeres y mucho menos para personas públicamente diversas, por lo que se vió en la necesidad de crear nuevos espacios para mostrar el trabajo que se estaba generando a su alrededor.
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«Me encontré con muchos sitios alternativos fuera de lo institucional que me permitían proponer actividades y tener mucha más flexibilidad, inmediatez y autonomía para colocar obras y diálogos. Además de compartir ocurría mucho intercambio y venta de obra lo que permite a les artistas seguir creando», cuenta Andrea.
Si bien Andrea está involucrada en la gestión cultural desde hace 12 años, sí se considera una gestora empírica, pues en Honduras no hay una carrera de arte y mucho menos una de gestión cultural.
«Creo mucho en la agencia que se puede lograr a través del arte, tiene tanto poder de transformación que las instituciones recurren a la censura para intentar frenar los cambios que puede suscitar (por hoy no vamos a decir quiénes son) pero no nos van a detener», asegura Andrea.
Censura y optimismo
A lo largo de su experiencia como gestora y artista, Andrea se ha enfrentado a mucha censura tanto a nivel personal como en los espacios generados por la colectiva.
«Los espacios institucionales siguen priorizando las propuestas de los hombres o desde la mirada de los hombres, instrumentalizando a personas con otras realidades. He estado en reuniones de artistas y exposiciones donde quizá soy la única mujer o la única persona diversa, lo que indica que hay muchas historias que están siendo invisibilizadas».
Sin embargo, Andre se mantiene optimista y afirma que la gestión cultural es un oficio donde se puede establecer redes y trabajar de manera articulada con otros grupos y colectivos. Al no estar sujeta a la agenda de las instituciones Andrea tiene cierta autonomía para crear y proponer.
«En un contexto de tantas carencias donde es un verdadero privilegio dedicarse a las artes hay demasiado por hacer», puntualiza Andrea.