En la escuela República de Cuba, en Sierra Maestra, San Judas, un ensayo teatral en defensa de la mujer está a punto de comenzar a cargo del grupo Cha, pero no sólo ellos, porque varios grupos teatrales se encuentran en una travesía de teatro popular que los lleva a tocar uno de los temas más delicados en nuestro país: la violencia contra la mujer.
Katia Martínez, colaboradora del MOVITEP-SF (Movimiento de Teatro Popular – Sin Fronteras), explica que este proyecto se realiza por y para las mujeres. “Primero comienza con la capacitación a un grupo de mujeres en donde no importa la calidad del trabajo final, sino que sean parte del proceso y que entreguen un producto teatral como resultado. Cada grupo hace 10 presentaciones en donde el tema central es la Ley 779 y por ende, los derechos de la mujer”.
Uno de los encargados en la gestión y asesoría del proyecto fue conmigo al ensayo, se llama Pablo Pupiro, un señor moreno y risueño que te inspira confianza y te habla con entusiasmo. “Este es un proyecto con énfasis en el trabajo con mujeres para vincular sus derechos con el teatro y las organizaciones que las amparan. Durará 2 años, ya tuvimos nuestro primer festival a finales de marzo y la idea es hacer una especie de sondeo acerca de qué vacios o deficiencias presenta la Ley”, explica a grandes rasgos Pupiro y luego agrega que “las capacitaciones en los municipios ofrecen una herramienta para difundir y usar el teatro como foco de atención”.
Es ahí donde entra el Cha, por ejemplo, ellos se encargan del sector de San Judas, trabajan desde una perspectiva más directa con talleres para los jóvenes de Sierra Maestra, pues también sufren una especie de daño colateral de la violencia contra la mujer. “La idea con ellos es incluir cuentos típicos de hadas, de esos que tienen un final feliz y demostrar que esa no es la realidad, así se hace más atractivo y más sencillo para ellos. Sobre todo porque viven violencia y no siempre es fácil enfrentarlo, a veces nos dicen ′hoy no voy a poder llegar, porque tengo que cuidar a mis hermanitos y dejar la comida hecha o sino mis padres me pegan′”, cuenta Johanna.
Rosita y León, donde la catarsis engendra la maravilla
Pupiro guarda silencio en espera de otra pregunta, a pesar de su energía el cansancio lo delata y es que acaba de venir de Rosita, uno de los municipios de la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN) en donde el teatro está haciendo algo asombroso. Aunque la iniciativa está en distintas comunidades de Managua, Jinotega, Estelí, es en la parte sureste de León y en Rosita donde se encuentran los grupos compuestos solo por mujeres que han vivido en la piel las marcas de la violencia.
“En Rosita son comunidades distantes, 3 grupos culturales diferentes, pero que coinciden en gran manera. Los Twahkas, Panamaskas y Miskitu. Es por eso que a pesar de ser diferentes deciden unirse en un solo grupo, se negaron rotundamente a una separación y quisieron quedarse juntas pues se sienten respaldadas entre sí”, comenta Pupiro.
A él le llamó la atención la manera en que todas se han metido de lleno al teatro. Llegan desde varias comunidades donde el acceso es difícil, como Fruta de Pan, Dubahil, Wasakin, Banbana, “tenemos edades que van a los extremos, desde adolescentes de 13 años hasta señoras de 55 años que se integran a trabajar, a pesar de sus inhibiciones. Lo hacen porque quieren sacar lo que tienen dentro desde el teatro”.
Ahora estas mujeres demandan cada vez más capacitación “quieren ver teatro quieren ver cómo lo hacen ′las del Pacífico′ quieren tener más presentaciones. Exigen más, están ávidas de conocimiento. Si siguen así, las mujeres que se han mantenido desde el primer taller serán las encargadas de darle continuidad dentro de sus comunidades”, agrega.
Lo más curioso es que la obra en la que trabajan es en miskito, “no todas hablan español, se traducen entre sí, nosotros no tuvimos dificultades porque había un entendimiento implícito, ellas aprendían, nosotros aprendíamos”. Pupiro recuerda que la primera vez que se presentaron en un escenario el nerviosismo las tenía indecisas, pero se dejaron llevar desde el principio y hasta se montaron al techo de un bus para poder llegar a tiempo, todas se reían al verse como en una gran aventura pues nunca habían hecho eso en sus vidas. En los últimos talleres agarraron más confianza y fue cuando se notó que son mujeres joviales de esas que en cada sesión quieren bailar, “les compramos una grabadora que pueden usar para la continuidad de los talleres y estaban alegres, apenas conectamos el enchufe y ya estaban bailando esas mujeres, felices”.
La gente identifica la violencia afuera, pero les cuesta verla a lo interno, estas obras han logrado calar en esa dificultad y hacer una ruptura para cuestionarse, trascender y mejorar. Así lo han hecho las mujeres del sureste de León, han logrado salir del círculo vicioso contra la violencia que han vivido por años, “se han apropiado de la herramienta, no tanto con calidad, pero sí con pasión porque es lo que han vivido y quieren compartirlo con las demás mujeres”, comenta Pupiro.
Gretel Robleto, es una leonesa que actúa en las obras y para ella ha sido una experiencia muy gratificante, pues trabajan como promotoras comunitarias que vivieron la violencia y por esa razón sienten que durante este proceso han aprendido a conocer la Ley a profundidad, para así poder difundir el mensaje adecuadamente. “Queremos erradicar la violencia desde las instituciones. Estamos trabajando en los repartos Concepción de María, Santa María, Salomón de la Selva, Rubén Darío, Alfonso Cortés. Nos sentimos alegres, la gente se siente identificada pues han vivido las mismas experiencias que plasmamos. Nosotros tenemos entre 19 y 75 años”.
En cuanto a la catarsis, cuando llega el momento de buscarle el sentimiento a cada escena, Robleto me cuenta que cada una de ellas se quiebra emocionalmente cuando ensayan, “algunas de una manera más fuerte que otras. Daniel Pulido es quien nos dirige y a veces pide permiso para hacer ejercicios que nos hace traer ese sentir desde adentro para desahogarlo en el teatro. Cuando teníamos que montar la obra, algunas salían corriendo, lloraban y pues al llorar una, llorábamos todas. Ahora ya eso no sucede, estamos todas juntas, no lloramos, lo superamos y nos sentimos fuertes, ya ni pena nos da actuar frente a un público”, dice sonriendo orgullosa.
De esa manera, en los distintos puntos del país donde el teatro va germinando este cambio social, las protagonistas se enfrentan a su propia batalla, a la sombra que amenaza, al grito que hiela, al beso que impacta de oscuro en la piel o al simple silencio que intenta quitarles su voz.
Fotografías cortesía del Movimiento de Teatro Popular – Sin Fronteras