Muchas veces, cuando escucho la palabra piratería me acuerdo de los Piratas del Caribe. Pareciera que quienes la practican están forzados a verse como Jack Sparrow o el Capitán Garfio.
En el ámbito musical el término fue ampliamente utilizado, sobre todo a finales del siglo pasado, por disqueras tradicionales que gastaron millones de dólares en publicidad para contrarrestar el enorme mal que Internet les había generado.
A través del maligno MP3, miles de piratas «con pinta de mafiosos» robaban la obra que esforzados y talentosos músicos habían creado a través de los años.
En realidad, ese fue el discurso que usaron las transnacionales para justificar sus desesperadas acciones para frenar este enorme tsunami.
En lo personal estoy de acuerdo con la piratería, incluso con los piratas que venden discos en los mercados y paradas de buses (estos últimos generalmente te venden películas “taquilleras” de Hollywood más que CDs).
Yo empecé como un pirata musical cuando se puso de moda quemar tus propios discos y hacer tus propias colecciones con una calidad, que si bien no era totalmente igual a la del disco original que te vendían a 20 dólares, por lo menos era mucho mejor que cuando grababas tus rolas favoritas de la radio en un casete (para los que tenemos la edad suficiente para recordar, me refiero a ese “hobby” de esperar a que pasara tu canción y tener listos los dedos sobre la tecla REC).
La práctica de quemar discos ha sido reemplazada por los teléfonos inteligentes. Lo maravilloso de poder hacer tus propios “playlists” y encontrar nuevos discos en formato torrent o escucharlos directamente en plataformas como Youtube o Spotify es verdaderamente abrumante.
El negocio de la música grabada se mudó casi por completo a las plataformas digitales. Allí emigramos los consumidores.
Como músico que ha editado álbumes, el disco físico ha sido más una carta de presentación que algo con lo que hago dinero.
Uno hace discos para hacer conciertos, eventos, tener más gente que conozca tu trabajo, pero no para sacar dinero vendiendo pedacitos de plástico. Y ese es el enorme cambio que tumbó a finales de los noventas a las enormes compañías discográficas.
Es maravilloso poder acceder a tanta música. Antes tenías que comprar el disco original (o el pirata que costaba una fracción), o esperar que la canción sonara en la radio, cosa del pasado para muchos consumidores de tecnología.
La piratería ha liberado a la música. La ha sacado de cajitas plásticas y la ha viralizado a través de Internet. Cuesta mucho entender que apenas veinte años atrás, para la mayoría de personas que no concebimos nuestra realidad sin tener música al lado, no estaba el Internet como herramienta para buscar y seguir al artista que más te llamaba la atención.
Sinceramente la radio me da tristeza, son muy pocas las estaciones que la verdad valen la pena escuchar; la inmensa mayoría pone la misma música una y otra vez.
La innovación tecnológica que ha generado la piratería ha liberado al mercado, y al menos en el caso de la música, le ha dado mucho más poder a los creadores y se lo ha quitado a las disqueras tradicionales que eran constantemente acusadas de corruptas.
Ahora tengo la opción de escuchar el último disco de Bjork y no pasar oyendo en la radio o en los canales tradicionales donde pasan pura bachata sin sentido que se presenta como la oferta musical del momento, cuando a todas luces su discurso musical es trillado y cursi. Además, su identidad musical es repetitiva y poco innovadora.
Pero viéndolo desde otra perspectiva, comprendo por qué las disqueras, productoras de películas tradicionales o los desarrolladores de software no están para nada contentos con la piratería.
La venta de una película “pirata” es dinero que ellos no ganan, que a todo esto, no es pérdida, porque igual siguen generando y sigue siendo negocio; sino que simplemente no es ganancia. Lo mismo puede decirse con la música en formato Mp3.
No obstante, hay que pensarlo como otra forma de promoción. Al final del día, mucha gente conoce ciertas obras porque las compró «pirata» o las descargó de Internet, de lo contrario sería difícil acceder a ellas. Los vendedores de los mercados y paradas de buses son una especie de promotores también (sé que muchos amigos podrían lincharme con este argumento).
Como todo en la vida existen pros y contras con este fenómeno y para muchos sigue siendo un tema espinoso.
En dependencia del contexto del país y de la escena musical de la ciudad y del músico en cuestión, podrá verse la piratería desde una perspectiva moralmente aceptable porque supone una herramienta útil, más que algo nocivo que se debe prohibir.
Y el gran culpable de la piratería musical y de otras formas de arte que generan derechos de autor es el Internet.
Como factor revolucionario cambió completamente todo y democratizó las formas en que las personas consumen lo que quieren, a la hora que desean.
Gracias al Internet, casi no sé de artistas que no me interesan porque estoy un lugar en el que determino qué es lo que escucho, cuándo y cómo lo hago. Yo soy el que decido.