Esta no es la historia, si no la historia de la historia. Pasos torpes de un novato que se adentra en el mundo del periodismo o, más bien, una pequeña muestra de lo que no hay que hacer para conseguir una historia: irse de boca. Si les ayuda bien, y si les divierte, mucho mejor.
Hace más de un año, mientras exploraba las pilas de los libros usados del Mercado Roberto Huembes, me encontré una desgastada foto de una boda entre las páginas del Quijote, fechada en la Managua de los 90 con lo que parecía un lapicero BIC rojo. Mi imaginación voló rápidamente alrededor de la foto, del libro y del matrimonio, como cuando nos encontramos un libro con una dedicatoria, pero en este caso, más lejos porque tenía un trampolín: la foto. Supuse que no era la única que había aparecido entre tantos libros, así que me dirigí a una señora que me vigilaba para que no me robara nada o, al menos, así me hacía sentir. Le importaron muy poco mis preguntas, pero bajando la voz y escondiendo su cuello me contó, en calidad de chisme, que el del otro lado se había hallado un billete de 500 euros en una colección de enciclopedias. «Diecisiete mil pesos», dijo con las cejas levantadas, lentamente y casi susurrando.
Me fui inmediatamente al tramo vecino, error número uno del aprendiz de periodista; me fui de boca. El dueño de la venta, apodado «El Chele» por razones bastante obvias, me saludó con familiaridad, tal vez me recordaba o tal vez así saluda a todos sus clientes. «Ya la hice», pensé. Le pregunté por un libro, así como para disimularla, y luego solté un torpe: «debe aparecer su dinerito entre los libros de vez en cuando, ¿verdad?». Me quedó viendo con desconfianza y repitió «de vez en cuando…». «¿Cuánto es lo más que se ha encontrado?», pregunté para seguir encabándola, como si gestionara mi primer fracaso periodístico. «Pues yo me he hallado hasta cincuenta pesos, chele», me dice y se va a acomodar unos libros. Evidentemente es una mentira, hasta yo me he encontrado más de cincuenta córdobas en un libro. Lo sigo con la mirada, sé que ese hombre es culpable de haberse encontrado 500 euros en un libro y por alguna razón no quiere compartirlo conmigo. Al rato se encontró un papel en medio de un libro, vino a mí y me dijo: «para que mirés, te la regalo». Era una imagen de la sangre de Cristo, o algo por el estilo.
Ahora que ya pasó un tiempo, regresé esperando que no me recordara… Pero me saludó con la familiaridad de siempre. «Te habías perdido, chele», me dijo. Luego de una conversación trivial le expliqué que quería escribir sobre él y, sospecho, se sintió halagado. Eso hizo que se abriera y me hablara de su vida, en una plática atropellada por los clientes, la bulla y su hablar seco y distante, con frases claras pero ideas muy poco desarrolladas. Era como si dentro de su coraza inexpresiva hubiera un niño emocionado de estar siendo entrevistado, tratando de decir todo de la mejor manera y esperando, después de cada hazaña relatada, mi aprobación. Era entonces cuando soltaba una pequeña sonrisa de satisfacción, orgulloso de él mismo, dejando entrever algunos dientes de plata, como los que estuvieron de moda hace un tiempo.
Aquí donde usted me ve yo no soy estudiado. Todo lo que sé lo aprendí aquí.
Jorge «El Chele» Zeledón, vendedor de libros
Sus párpados se han ido cayendo con el tiempo, otorgándole una expresión algo triste, melancólica. 25 años de vendedor de libros no se dan fácil, me imagino, pero él asegura que no cambiaría su caramanchel por nada. Se jacta de su rol educador: «aquí han venido muchos profesionales a agradecerme. Los libros nuevos son caros y para muchos es difícil comprarlos, aquí es más favorable». También habla de los escritores que han pasado por su venta de libros: Iván Uriarte, Franz Galich, Manuel Martínez, entre muchos otros, que menciona mientras ordena sus libros. «Conozco muy bien mi mercancía, yo sé mucho de autores, del que vos me preguntés yo sé», dice el hombre, asegurando que puede encontrar «al bolsazo», si lo tiene, cualquier libro que le pidás. «La experiencia, chele», alardea.
Tras darle vueltas al asunto, le pedí que me contara una anécdota que le haya pasado vendiendo libros. Me habló sobre las cosas que uno se encontraba, fotografías, afiches, notas, que él coleccionaba. Lo quedé viendo con interés hasta que él mismo llegó: un día me hallé un billete de 500 euros, me dijo pensando que yo no le iba a creer. «¿Y cuánto es eso?», le pregunté por decir algo. «17 mil pesos», me dijo bajando la voz, al igual que la señora que me trajo aquí.
Era en una colección de medicina. Un cliente la estaba viendo y quería comprarla, pero estaba duro, no quería pagarme lo que valía. Yo le estaba pidiendo mil pesos pero él no quería, estaba pidiéndome rebaja. Yo agarré una de las enciclopedias y la hojeé, y ahí, en medio, estaba el billete. Yo lo agarré y me lo guardé –me cuenta mientras se mete un billete imaginario en su pantalón cholo-. El cliente se chivió, pero qué le vamos a hacer. Eso así es, chele, la suerte era para mí.
Texto y fotos de Francisco A. Soza
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