Erase una vez en la Managua furiosa, una ruta enana, más parecida a una lata de sardina que a un autobús. La 195 en aquellos tiempos era el escenario matutino donde un excedente de personas nos ayudábamos a respirar el mismo aire que expulsábamos caliente por la nariz. Ahí fui testigo de muchos dramas del día a día, entre los cuales predominaba el acoso y los prejuicios contra las más chavalas que viajábamos hasta la avenida universitaria.
– Asqueroso, abran la puerta, no lo soporto – gritó una estudiante de la UNI que vestía una falda cinco centímetros más larga que las que yo usaba en el colegio y una camisola salpicada por la lluvia.
Una pareja de señores que podrían ser nuestros padres, comenzaron a murmurar:
-Después se quejan porque las tocan, y mirá como anda vestida. En mis tiempos…
-Si verdad – le dije en su oído como si me tuviese confesando- somos culpable de que nos violen. Lástima que no viví en sus tiempos.
Está no es una historia novedosa, más bien es de las más repetidas en nuestro día a día. Me pregunto, ¿cuántas mujeres hoy fueron abusadas en pocos minutos previo a llegar a su trabajo, universidad o colegio?, ¿Cuántas historias se quedan presas en los autobuses?.
No hace falta hacerte un test para comenzar a cuestionar esos mitos que «nos hacen responsables» de todo tipo de violencia. No importa que te pongás, al final, está claro que aunque salgamos vestidas con la falda más larga, el famoso «ella se lo buscó», seguirá siendo la justificación para proteger al abusador.
No nos vestimos a diario buscando el mejor atuendo para ser abusada sexualmente. Mujeres y niñas de todo el mundo son violadas a diario. La cultura de la violación evidencia que somos objetos en una cultura que no tiene reparos en invalidar nuestras decisiones. Y por tanto, no podemos quedarnos calladas.
La violencia[1] es el tipo de interacción entre sujetos que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada,[2] provocan o amenazan con hacer daño o sometimiento grave (físico, sexual, verbal o psicológico) a un individuo o a una colectividad;[3] o los afectan de tal manera que limitan sus potencialidades presentes o las futuras.[4] Puede producirse a través de acciones y lenguajes, pero también de silencios e inacciones.
La violencia contra la mujer está presente en la mayoría de las sociedades pero a menudo no es reconocida y se acepta como parte del orden establecido. La violencia anula la autonomía de la mujer y mina su potencial como persona y miembro de la sociedad.
Quiero cerrar este pequeño relato, invitándolas a denunciar con sus historias todos esos momentos de violencia que han vivido en los buses. En Managua Furiosa, queremos iniciar una maratón de voces contra estos abusos cotidianos. La denuncia y condena de estos actos tiene que ser colectiva.
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