Antes de hacer la Sopa de Muñecas, los actores, sentados en las butacas, observan con atención el escenario del que se apropiarán en algunos minutos, así se replantean cada vez por qué están ahí. Dinah Ipsen aprovecha el espacio para proyectar a Ana, su personaje, y preguntarse qué le gustaría sentir si fuese espectadora. Pronto llega el momento de ceder el lugar al público, que comienza a entrar a la sala mientras los actores, detrás del escenario, toman su lugar.
Entre los espectadores está Celina, de escasos 18 años, quien escoge una butaca al azar, tal vez la misma en la que estuvo Dinah, que ahora se encuentra sentada en un banquito detrás del telón, en un espacio casi íntimo, esperando su entrada. Desde ahí escucha el público y se impacienta, no hay vuelta atrás porque ya se ha convertido en Ana y ese lugar para Ana es un bus al atardecer.
En casa la esperan su marido, Antonio, y su hija, María. Ana tiene un mal presentimiento y se cuestiona la utilidad del arma que esconde bajo la bolsa de las compras. Llega a casa —sale al escenario— y en cuestión de segundos, con un movimiento fugaz en defensa propia, mata a su marido. Con esta escena comienza —y termina— la obra que, con más de 260 representaciones, es un hito en el teatro nicaragüense. A través de un vertiginoso hilo conductor, Sopa de Muñecas aborda el maltrato intrafamiliar con la historia de Ana.
En algún momento la obra le toca una vieja cuerda a Celina, haciéndola llorar desde la intimidad de su butaca sin que nadie se entere, ni siquiera su acompañante. Ella solo es una de las aproximadamente 60 mil personas que han visto la obra que, a pesar de haber cambiado a tres de sus personajes en los casi siete años que lleva presentándose, se rehúsa a morir. “Es una obra emblemática porque el tema sigue vigente”, dice Lucero Millán, la directora.
Al igual que en esta puesta en escena, el tema de género está presente en otras obras a cargo de grupos que se dedican exclusivamente a la producción teatral. Por otro lado, están las organizaciones, como el Programa Feminista La Corriente (PFLC), que toman el teatro como un medio para transmitir mensajes de cambio social. En ambos casos hablamos de teatro feminista. Este término abarca toda acción teatral que incluya problemáticas de género. Lucero Millán, directora del Teatro Justo Rufino Garay (TJRG) y de Sopa de Muñecas, no califica su trabajo como teatro feminista, pero reconoce que el tema de género está de manera transversal en sus obras.
El teatro como medio para el cambio social
Según Lucero Millán, muchas organizaciones de la sociedad civil que antes no hacían teatro empezaron a descubrir que éste era un medio muy efectivo para llegar a diferentes sectores de la sociedad, y sobre todo a los más vulnerables. “Ellos en la práctica fueron descubriendo el teatro”, dice. “Con el teatro tú te ahorras muchos discursos porque a través de él se comunica con la gente no solamente con lo visual, sino con el lenguaje sensorial, el racional y especialmente el emocional”, apunta.
Mario Sánchez, director del Centro de Análisis Sociocultural de la Universidad Centroamericana, dice que el público puede proyectarse en el teatro ya que éste no crea barreras e incorpora elementos del contexto, lo que permite una mayor cercanía y vinculación. Es el caso del Colectivo 8 de Marzo, quienes creen que el teatro es un mejor medio para abordar las temáticas que antes abordaban en talleres: “en ellos la gente se informa y sale con nuevos conocimientos, pero hacer el clic es más fácil con el teatro, por eso queremos usarlo para tocar la conciencia de las personas”.
Las agrupaciones que hacen teatro feminista coinciden en que es una herramienta muy versátil. “El teatro te da la oportunidad de hacer y deshacer mil veces, podés tener todas las artes en un solo lugar”, explica Ariana McGuire, actriz de Hágase la mujer, obra que abordaremos más adelante. “Es transformador, dinámico, innovador”, apunta por su parte Martha Meneses, del Colectivo 8 de Marzo, como las principales bondades del teatro para el cambio social.
La creación colectiva
El teatro feminista pretende lograr una conexión directa con los y las espectadoras, por tal razón se presta a la creación colectiva, metodología que consiste en el intercambio grupal de experiencias y la creación de una pieza teatral a partir de ellas. Este es el caso del grupo Las Hijas del Maíz, y su obra del mismo nombre. Su puesta en escena aborda temas como la visibilidad lésbica, la lesbifobia, el amor libre y los estereotipos que existen alrededor del lesbianismo, “y lo hacemos sin pelos en la lengua”, ríen.
“Yo me preguntaba por qué la picardía no estaba presente en el activismo nicaragüense”, cuenta Cristina Arévalo, una de las seis hijas del maíz. Esta curiosidad la hizo buscar en Internet hasta dar con una compañía de teatro cabaret de México, Las Reinas Chulas, y pensó: “esto es lo que necesitamos aquí”. “Les voy a escribir para ver si es chicle y pega, me dije, y fíjate que fue chile y pegó porque estuvieron dispuestas a compartir lo que ellas sabían”, cuenta. Ana Francis Mor, de Las Reinas Chulas, vino a Nicaragua y bajo su dirección nació Las Hijas del Maíz, la obra.
Fue un proceso de diez días en los que las seis hijas del maíz se a ellas mismas, “fue de llorar, reír y volver a llorar”. “La escribimos a partir de lo que nos pasaba, pero también tuvimos la ventaja de haber compartido con otras lesbianas en los talleres de La Corriente”, cuenta Cristina.
El humor está muy presente en la obra. Ana Portocarrero, coordinadora de la Maestría de Género en la Universidad Centroamericana, recomienda manejar el humor con mucho cuidado, ya que hay situaciones que pueden ser muy sensibles para el público. “Las Hijas del Maíz cuestionan los temas de manera bastante directa”, dice, y a la vez, destaca que entre las actrices haya una lesbiana trans —Juanita— porque ella misma se representa y no la representa alguien más. “Yo siento que mi principal logro es que mi mama lo haya visto y se haya muerto de la risa”, comenta Aracely, también hija del maíz, “y ese es uno de los retos, que primero salga el humor y luego la ideología sin caer en lo panfletario”, agrega Cristina.
Feminismo en el teatro popular
Mónica Ocampo, directora del grupo de teatro Oscurana y Quiebraplata, explica que en Nicaragua existen dos tipos de público: “tenés un público con un nivel académico mayor, que no lo hace más culto, simplemente tiene un mayor poder adquisitivo. Y otro público más sencillo”. Lucero Millán recomienda no quedarse con el público que ya está convencido de los temas de género, sino trabajar también con otros sectores que desconocen estos temas. Por su parte, Cristina Arévalo opina que en Nicaragua hay una tradición de teatro popular: “yo creo que en las comunidades te instalas y ahí vas a tener a la gente”. Mario Sánchez, en relación, califica las judeas como la prueba de la tradición teatral nicaragüense.
Un buen ejemplo de teatro popular es el Colectivo 8 de Marzo, que trabaja con mujeres en comunidades rurales en Esquipulas, Matagalpa. Está conformado por cuatro sociólogas, entre ellas Cristina Arévalo, también parte de Las Hijas del Maíz. “Ser como el aire quisiera”, una de las obras del colectivo, es muy significativa porque fue creada a partir de investigación y creación colectiva. “Es precisamente la otra cara de la violencia, nunca ves a la mujer golpeada, cantamos, bailamos, te ríes y esa es la diferencia. Entendemos que cada mujer es dueña de su proceso”, cuentan. Ana Portocarrero, del PIEG, explica que este es un punto clave para abordar temas de género: no victimizar a la mujer.
Querían que la obra se convirtiera en una propuesta y así resultó: las mujeres se identifican mucho con Chante, la protagonista. “Muchas mujeres que la han visto lloran porque les toca profundamente, pero después te dicen: ‘se puede, porque ustedes nos están diciendo que sí se puede’”. La vasta experiencia en el colectivo las ha llevado a la conclusión de que “no se puede escribir en el aire”: “yo creo que toda obra tiene que tener un proceso de investigación, entrevistas y documentación, porque eso permite tener credibilidad”, dice Martha Meneses. “Sabemos que los cambios no se hacen a las fuerza sino que también son lentos, hemos tratado tener un discurso que genere empatía”, agrega.
Compromiso social del teatro
Hay quienes piensan que el arte no debe comprometerse con las causas sociales. Es el caso de Harold Agurto, dramaturgo y docente de la Escuela Nacional de Teatro. “El teatro no debe ser para un problema único, porque entonces no es teatro, es una denuncia. Yo no lo puedo encasillar como artístico”, opina. Sin embargo, reconoce que el teatro es una buena herramienta para transmitir ideas y conceptos. Lucero Millán está en contra de esta opinión: “yo estudié sociología, es el ejemplo clarísimo de que podés hacer un trabajo social pero al mismo tiempo hacer arte, es como decir que una canción de Calle 13 no tiene valor artístico, o una de Silvio Rodríguez, que formó a toda una generación. Son contenidos que están planteados de una manera hermosa y por eso trascienden”, argumenta.
Para Ariana McGuire, del Grupo de Teatro Drugos, la concepción del arte sin compromisos es absurda y egoísta: “a pesar de respetar la individualidad creo que los artistas tenemos un privilegio y una ventaja. Si tu arte es solo para vos no me parece trascendental ni significativo”. Mónica Ocampo recalca que los teatristas no crean en base a otras realidades, sino a lo que están viviendo. “Esta sociedad es dolorosamente machista, para todos y para todas. Uno habla de lo que le chima”. Por su parte, Martha Meneses, también socióloga, dice que su compromiso es como profesional, “hay que hablarle a la gente desde la información y no desde estereotipos”, reflexiona. A esto Mario Sánchez agrega que es importante que el teatro haga puentes con otros actores, tales como universidades y centros de investigación.
Clavos presupuestarios
Cuando se habla de presupuesto, el asunto se complica. Montar Las Hijas del Maíz, por ejemplo, fue posible gracias a La Corriente a través del Fondo Centroamericano de Mujeres (FCAM). “Ojalá el teatro pudiera ser más accesible, pero hay gastos que pagar y eso tenemos que comprenderlo”, reflexiona Cristina Arévalo. Al igual que Las Hijas del Maíz, los otros grupos de teatro requieren financiamiento. “Trabajamos con muchas comunidades vulnerables que nunca tendrían acceso al teatro si no es por apoyo financiero”, comenta Lucero Millán, refiriéndose a Sopa de Muñecas, que es subvencionada por Hivos a través del Programa de Actores de Cambio.
En otros casos más particulares, el apoyo no es estrictamente necesario. Un ejemplo es Hágase la mujer, que nació en 2008 en la Escuela Nacional de Teatro como un proyecto de culminación de estudios teatrales. Alicia Pilarte, la directora, no se imaginó que la obra tendría tanto impacto: “no la montamos porque era de género, la escogimos porque eran cuatro personajes y teníamos cuatro actores. Cuando estábamos leyéndola la empezamos a analizar. La idea del autor es empoderar a la mujer”, relata. “El reto fue que no teníamos ni un peso para hacerla, ahora me dicen que ‘es minimalista’, pero es que no había dinero”, cuenta entre risas. La obra narra el Génesis desde una perspectiva completamente nueva, en la que la mujer, la primera de todas, refuta los argumentos machistas presentes en su propia creación. “Prefiero irme al infierno pero no me voy a pisotear por ustedes”, le dice a Dios, al hombre y al angel-serpiente, el asistente de Dios que representa la dualidad. “Hágase la mujer es una propuesta audaz para la sociedad en la que vivimos”, comenta Cristina Arévalo.
Hágase el teatro
Estas puestas en escena, entre otras, han definido una nueva manera de hacer teatro y feminismo. “Con obras de teatro no erradicás los problemas sociales porque es necesario que todas las esferas sociales se unan, lo cual no significa que el teatro sea inútil porque propone medidas para el cambio. Todo tema es un proceso, no digo que hay que tener paciencia, digo que hay que ser constantes”, reflexiona Ariana McGuire, protagonista de Hágase la Mujer.
Las acciones teatrales que están abordando temas de género en Nicaragua son muy variadas y existe muy poca articulación entre estos grupos y otras entidades sociales, como mencionaban McGuire y Sánchez. Las razones por las que el teatro ha acogido las temáticas feministas son diversas, puede ser por su sensibilidad, según Ocampo, o por su cercanía con la gente, según Meneses, o por su practicidad, según Pilarte. La realidad es que estas personas han decidido cambiar la sociedad a través del teatro o, más bien, han puesto sobre las tablas el cambio que quieren ver en la sociedad.
Reportaje ganador del Certamen de Periodismo María José Bravo In Memoriam el año pasado en la categoría de prensa escrita para estudiantes. Realizado por Francisco A. Soza con la colaboración de Noelia Gutiérrez.