Llegué a los semáforos de la UCA a las seis en punto y aún eran contadas las personas que se encontraban ahí. No todas andaban camisas negras tal y como decía la convocatoria, algunas parecían llegar de sus trabajos.
Ni una más, ni una más, ¡ni una asesinada más!
No son dieciocho, ¡son cuarenta y ocho!
Cuarenta y ocho hermanas menos, todas con nombre, todas con historia.»
Un grupo cinco estudiantes, morenas en su mayoría, se habían pintado golpes en representación de las agresiones a las 48 mujeres asesinadas. No tardaron en empezar las consignas características de este tipo de manifestaciones, los gritos y las expresiones eran categóricos: ni una más. Tan solo veinte minutos después llegó el primer policía (de tránsito) queriendo anotar los nombres de las organizaciones que protestaban; nadie le paró bola, después de un par de intentos fallidos se retiró aproximadamente 50 metros, desde donde observó el desarrollo de la protesta en compañía de otros tres policías.
El sol caía sobre Managua y el tráfico aumentaba. Las personas fueron llegando de una en una y la protesta fue tomando forma. Entre un par de mantas, algunas pancartas y muchas paginitas con frases improvisadas, las consignas y las reacciones fueron intensificándose. Cuando hubo suficiente gente y aparecieron las primeras candelas, el plantón se trasladó eventualmente a la cebra del semáforo, deteniendo el tráfico durante tres intervalos de luz roja aproximadamente. Un grupo de estudiantes se mostró sorprendido por la paciencia que tuvieron los buseros, conocidos por ser tiricientos a más no poder. «Es que es un tema sensible», comentó una estudiante universitaria. ¿Será que éstos hombres están «sensibilizados»?, me pregunté. De cualquier manera son las cifras las que deberían mostrar la sensibilización, me respondí.
No faltaron los que demostraron su enojo haciendo sonar sus cláxones, tampoco los que rechazaron abiertamente el motivo de la protesta; algunos tiraron los volantes que les fueron entregados por las/os protestantes, otros les sacaron el dedo mayor. «¡Vagos!», alcancé a escuchar que gritaba alguien desde una ruta. El intolerable de la noche fue un taxista que pitó muy fuerte a las/os protestantes, éstos reaccionaron inmediatamente acercándose al taxi verde y cantaron los lemas del plantón para la resignación del enfurecido taxista.
¡En fin! La protesta logró poner en la mesa los 48 casos de femicidios y sensibilizar a las/os que por curiosidad levantaban sus cabezas desde los asientos de las rutas e incluso a una niña que coreaba las consignas mientras vendía mangos con sal. Algunas de las protestantes más enérgicas que abordé después del plantón, que se identificaron simplemente como feministas, dijeron que la manifestación había superado sus expectativas y que estaban muy contentas con los logros obtenidos. La actividad se disipó a eso de las ocho y las camisetas negras se esparcieron, las mantas se guardaron y las candelas se apagaron como las 48.
Fotografías de Bri Baltodano Marín