Generalmente no suelo escribir desde una posición de víctima que constantemente sufre la discriminación machista, no, en realidad mi posición es más propositiva y entusiasta a poder reconocernos como diversos y por qué no, diferentes.
En esta ocasión escribo desde un ¡basta ya! Un basta ya de que muchas personas en la calle se crean con derecho a querer minimizar nuestra dignidad humana, nuestro derecho a ser diferentes.
Resulta que el pasado domingo debía asistir a una cita y se hacía tarde para comer en mi casa, así que decidí pasar comprando comida rápida para poder llegar a tiempo a mi lugar de destino.
Cuando parquee para ordenar lo que se me antojó en ese momento, recuerdo, pedí unas papas grandes y con énfasis le dije a la muchacha que me atendió que fueran grandes, en segundo plano saltó la voz de un joven y con tono burlesco exclamó ¡Ay bien grandotas!
En fracción de segundos por mi mente pasaron dos ideas: hacerme el que no escuchó nada (muchas veces prefiero reaccionar de esta manera) o parquearme para poder entrar al establecimiento y hablar con el/la encargado/a del lugar para expresar mi queja. Decidí hacer lo segundo.
Una vez dentro del lugar todo el equipo de trabajo de ese restaurante volteó a verme de manera rápida. Era obvio, sabían que era lo que había sucedido. Pregunté de inmediato quien era la persona a cargo del local y titubearon en responderlo.
Finalmente pude hablar con la chica en cuestión y expuse lo que había sucedido. En ese momento empezó mi relatoría de porque era necesario que las personas que atienden este tipo de negocios respeten a todas las personas cualquiera que sea el motivo de su “diferencia”, ella asentía con la cabeza y solo escuchaba.
La queja continúo por unos minutos y ella contestó que iba a tomar cartas en el asunto, que se disculpaba y que esperaba que no fuera a volver a pasar. Luego de nuestra plática ella me dijo que si deseaba tomar la orden en el mostrador a lo que le respondí: no pienso generar ingresos para pagarle salario a ningún asqueroso homofóbico y di la vuelta.
A partir de lo que les he compartido esta vez, creo que se debe convertir en una necesidad reclamar nuestro derecho a ser respetados/as en nuestras maneras de ser, estar y querer expresarnos en este mundo en el que nos tocó coincidir.
Debemos, sin miedo a la censura poder alzar nuestra vos a favor de nosotros/as mismos/as ¿Quiénes si no los mismos cuerpos de la diversidad para defender nuestra dignidad como ciudadanía libre y con derechos?
Ya otras veces había conocido denuncias públicas sobre lugares que agreden a las personas de la diversidad sexual, no las pienso mencionar, tampoco se trata de hacerles el marketing, pero creo que deberíamos tomar seriamente cartas en el asunto sobre nuestra asistencia a estos perversos lugares, es decir, debemos pensar racionalmente en el poder que tenemos como consumidores para lograr mantener o desaparecer este tipo de negocios.
Y no se trata de la burda e insensata excusa de que “no dejo de ir porque a mí nunca me han hecho sentir mal”, se trata de poder tener cierto sentido de solidaridad con las personas que diariamente, nos vemos y se ven humilladas por la discriminación.
Hay que ser de pensamiento extremadamente limitado para hacer burla de las personas diferentes a uno/a, pero sobre todo para cometer este tipo de agresiones en tu propio centro de trabajo. Algún día no muy lejano nuestras quejas podrán tener reacciones en las personas y serán que ser sancionadas.
Escrito por Elvis G. Salvatierra