El hecho de reconocernos como personas sexualmente diferentes es un proceso que requiere de su tiempo, así como nadie nace aprendido, todas las personas que conformamos la así llamada comunidad LGBTI, enfrentamos en carne propia y en relación con otras personas un conflicto que está atravesado por la moral y la heterosexualidad obligatoria, esa que tanto daño hace en la vida de las personas -entiéndase de manera crítica el planteamiento, no soy heterofobico-.
Asumir públicamente una opción sexual distinta a la que generalmente se considera como “natural” o romper con una identidad de género impuesta por un par de testículos o de una vulva, tiene consecuencias visibles sobre el cuerpo de uno/a mismo/a, pero también tiene consecuencias que influyen sobre las vivencias de las personas más cercanas en nuestro entorno social: nuestras familias.
Efectivamente las personas que militamos en algún movimiento social o que pertenecemos a algún tipo de agrupación por los derechos humanos de la diversidad sexual, hemos olvidado, me atrevo a decir desde siempre, qué pasa por las mentes de nuestras madres, padres y otras personas que conforman eso que reconocemos como una familia. Por supuesto no me refiero a qué entienden las mentes de familiares trogloditas que condenan y aborrecen el homosexualismo, la transgeneridad y el lesbianismo de sus primas/os, sobrinos/as o el que fuese el vínculo familiar con ellos/as, de mí parte tolerancia cero con ese tipo de gente.
Lo que quiero que reflexionemos es como esas personas que están tan cerca de nosotros/as han luchado también en contra de instituciones socializadoras del género, que reproducen mecanismos de opresión tan desdeñables como las fobias a la comunidad LGBTI.
En mi caso no fue sino hasta hace poco que supe que había significado para mi mama esto de aceptar y reconocer que yo era un hombre diferente, ese al que algunas otras personas de mi familia les parecía escandaloso, ese al que quizá de grande se le iba a pasar eso que el sentía, el mismo que hizo que ella buscará ayuda en alguna iglesia para encontrar, quizá en Dios, alguna respuesta.
Creo que parte de nuestra ruta al empoderamiento tiene una estrecha relación con esas energías vitales que nos transmiten las personas más cercanas en nuestras vidas, por supuesto que ni para ellos/as mismos/as esto ha sido el paraíso prometido, al contrario ha significado un cuestionamiento intensivo de la realidad, de lo que significa enfrentar eso que muchas personas suelen nombrar como “la vergüenza de la familia”.
Debo confesar que he sido alguien privilegiado, jamás tuve límites para andar por el mundo siendo como yo era, reconozco ahora que eso es fruto de la lucha constante a la que se enfrentó mi mama cuando tuvo que defender desde mis primeros años y mis primeras transgresiones esto que ahora es mi dignidad.
Escrito por Elvis G. Salvatierra