Hay miradas que molestan, y molestan mucho. La mayoría ha sentido alguna vez una mirada de este tipo, de esas en las que los ojos parecieran ser un par de balines que se clavan directamente en tu cuerpo y sentís que molesta, que es nocivo, que querés que te dejen de ver.
Esas miradas aparte de demostrar desprecio, son generalmente hechas para desaprobarte como persona, es decir, acusarte con la vista de ser una persona “incorrecta”, “anormal”, o sea, sancionarte visualmente por ser lesbiana o gay (ya que insistimos por llamar a las cosas por su nombre y como son).
Alguna vez he tenido que estar en esta situación, usualmente no suelo responder a este tipo de reacciones de la gente, me cansa tener que lidiar con el absurdo y con la ignorancia de la mayoría de personas que desconocen que el respeto a la diversidad, forma parte del ejercicio democrático de ser ciudadanas y ciudadanos, es decir, cómo ejerzo ciudadanía si no puedo asumirme con tranquilidad sexual y eróticamente, es imposible, ténganlo claro.
Cuando usé el pelo largo y lucía más “plumífero” me pasaba bien seguido, las miradas eran constantes y el desprecio podía percibirse a través de las mismas. Es obvio que la misoginia está instaurada en el pensamiento de varias personas y por tanto todo hombre que luzca muy “femenino” será socialmente sancionado ocupando un puesto inferior en la jerarquía social-sexual de nuestra suciedad, sinónimo próximo a sociedad. Por favor no se ofendan que les aseguro: más ofendido he estado yo.
Recientemente estábamos una amiga y yo en un centro comercial de Managua y pasó lo que suele pasar cada que salimos juntas, un grupo de hombres mirando fijamente nuestros movimientos, nuestra plática, nuestras expresiones, que claro deben tenerlo, no eran artísticas. Sentir que la privacidad de lo que uno/a hace está siendo supervisada es verdaderamente despreciable, es decir nadie mira a los heterosexuales cada que están en tertulias o cuando están bebiendo en algún bar, es obvio que no necesitan miradas aprobatorias o desaprobatorias para estar y ser, nosotras/os mucho menos mis vidas, es por eso que no queremos miradas fiscalizadoras.
Recuerdo haberle dicho alguna vez a mi misma amiga, Cristina Arévalo, que si todavía recibíamos discriminación o que si habíamos aprendido a ignorarla, en el momento no pensé que fuera una pregunta que diera para pensar tanto; sin embargo creo que es algo que deberían plantearse todas las personas, ¿ejercemos discriminación sobre las personas LGBTI cuando las miramos de manera acuciosa? No sé lo que piensen de esto, tampoco creo me quite el sueño saberlo, lo que si exigimos es que nos dejen de ver como marcianos y marcianas y que por favor promuevan el respeto a la diversidad sexual, recuerden que caras vemos y preferencias desconocemos.
PD: En esta ocasión acompaña esta entrada un pequeño texto que Cristina Arévalo hizo sobre este mismo tema. Esperamos les guste la lectura.
M i r a d a s
Y no precisamente miradas catorce, esas que encuentras despreocupadamente por las calles, en los bancos, en los bares, en una fiesta; esas miradas que te indican cambio de luces y que puedes seguir avanzando y que te emocionan. No, esta vez hablo de las miradas ostentosas, las miradas que te desvisten y te vuelven a vestir, son miradas que quieren saber qué eres en realidad, son miradas incomodísimas, que cuando volteas a ver directamente a los ojos a tu inquisidor/a, inmediatamente la bajará o la desviará para otro lado. Y cuando a esa mirada ostentosa le devolviste la mirada y vuelve a la carga, no te queda otro remedio que preguntarle directamente: “Fíjate que desde hace rato me doy cuenta que no has dejado de mirarme, y una vez fue chiste pero ya toda la noche me incomoda. Así que si quieres preguntarme algo, decirme algo o te inquieta algo, aquí estoy para que me lo preguntes directamente. Si no es así, yo también me voy a sentar ahí y te devolveré la mirada que me estás haciendo para que veas lo incómodo que puede ser”. Seguramente la persona, te dirá que “no, de ninguna manera”. Pero eso sí, no lo volverá a hacer.
Escrito por Elvis G. Salvatierra