Hablar sobre el peso que tienen las religiones en nuestras vidas es engorroso, sobre todo porque éstas se han asentado en nuestras conciencias y nuestros inconscientes como verdades absolutas sin capacidad de ser cuestionadas. En esa naturalización de las cosas, se justifican cientos de abusos que se comenten contra las mujeres, pero también las fobias a las personas lesbianas, homosexuales y trans son resultado de estos fanatismos religiosos que atentan contra el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos.
Estamos atravesadas/os por una vena religiosa, moral y heterosexual que nos coloca a partir de nuestros deseos más íntimos, en una clasificación de buenas o malas personas, por las prácticas sexuales que mantenemos con otra gente sean estas del mismo sexo o no. Inclusive el sexo heterosexual entre mujeres trabajadoras sexuales y hombres está visto como malo, y es que desde los fundamentalismos, toda práctica sexual que no se haga con fines reproductivos es pecado.
Recientemente en un grupo de personas de diversas procedencias y credos, planteaba lo adverso que es la alianza del Estado con las iglesias, ya que no podemos ni debemos aceptar que las instituciones que deben garantizarnos el cumplimiento y acceso a nuestros derechos humanos más básicos, se basen en creencias religiosas personales al momento de legislar o de crear políticas públicas que beneficien a todos los grupos sociales que formamos parte de este país.
Una sociedad que se respeta a sí misma, es una sociedad que debe respetar sus símbolos y creencias y no debe aceptar que sus funcionarias/os públicas/os se basen en creencias personales a la hora de tomar decisiones que se traducirán en beneficio o desventaja para las personas de un contexto especifico.
Una vez más, hay que aclarar que no es que debemos pedirle a estas personas que toman decisiones sobre nuestros cuerpos o que dejen de creer en lo que creen, sino más bien en tener la claridad y la precaución de no cruzar la delgada línea de lo que considero correcto como persona creyente y lo que debo hacer como un/a funcionaria/o público/; sabemos de diputados/as que han afirmado que están en contra de la despenalización del aborto terapéutico porque sus creencias personales sustentan que esto es un asesinato, esto verdaderamente es un atentado contra el Estado laico y un atentado contra los derechos humanos de las mujeres.
Fomentar una conciencia laica y crítica del uso de ciertas figuras religiosas debe ser parte sustancial de una verdadera construcción ciudadana y democrática. Promover la diversidad de creencias religiosas, pero desligada del ejercicio de los derechos políticos y ciudadanos, no es fomentar el ateísmo ni mucho menos, es más bien promover una cultura de fe, más ligado a lo espiritual que a lo que predican los pastores y padres de las iglesias, quienes constantemente emiten mensajes que incitan al odio y al desprestigio de la dignidad de las personas que no cumplen con la heterosexualidad como único modo para vivir sus vínculos eróticos.
Reflexionar desde la propia experiencia en cómo los fundamentalismos han afectado el ejercicio de los deseos de mi cuerpo y mi mente es una tarea primordial para darnos cuenta que ciertas creencias lo que hacen es convertirnos en seres desdichados incapaces de aceptarnos en diversidad y libertad para poder amar y ser amados ¿Acaso Dios no es amor y todo lo comprende?