Nos fuimos a volar lengua con don Álvaro Porta Bermúdez sobre su primer libro: «Somoza, cuenta regresiva». Durante la entrevista con Managua Furiosa, don Álvaro se muestra muy curioso por las preguntas que «un medio joven» pueda tener para él y accede a responder cada una de forma muy llana y simpática.
Tras pensar un momentito don Álvaro concluye: novela política con base histórica, así es como define su libro, que narra los últimos meses de la dictadura somocista y los últimos días del dictador durante su exilio en Asunción, Paraguay. El autor reconoce que su libro tiene sus tintes románticos, pues vivía con su mujer después de todo.
Esta mujer fue Dinorah, la amante y última compañera de Anastacio Somoza Debayle, cuyo personaje, contrario a lo que se pudiera esperar, adquiere un particular protagonismo. Es la persona que acompañó a Tacho desde el primer día hasta que lo matan, no me quedaba de otra que poner a la Dinorah, cuenta.
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Aunque hay una rigurosa investigación detrás de la novela, el autor no pierde la oportunidad de meter algunos detalles literarios muy audaces, llegando a recrear conversaciones entre el dictador y su amante o el precoz inicio de la vida sexual de Dinorah. Si no fuera por estas particularidades la novela podría ser fácilmente un libro de historia de Nicaragua.
Usted dice que es una novela para jóvenes… ¿cómo es eso?
Se ríe. Sabía que me lo ibas a preguntar. Es muy fácil, tal vez cuando tengás la edad de nosotros o cuando vayás llegando te vas a dar cuenta de las cosas que uno quisiera saber y que no sabe. Yo crezco bajo el régimen de los Somoza, desde que nazco, mi juventud, mi adolescencia, mi madurez, es bajo el régimen de los Somoza. Entonces se desarrolla en mí a lo largo de los años una curiosidad por conocer la verdad que hay detrás de ese espejo. Entonces, digo yo, voy a hacer este libro para que las juventudes conozcan un punto de vista distinto, con el propósito de que no sean partícipes con nada que sea conducente a repetir esta historia. Esta historia no puede repetirse en Nicaragua. Y para que se den cuenta la juventud, los políticos y quienes participamos en la vida de Nicaragua de lo duro que es eso y el final tremendo que pueden llegar a tener quienes hacen y participan en las decisiones políticas.
Somoza cierra su carta de renuncia ante la OEA con la frase: «He luchado contra el comunismo, y creo que cuando salgan las verdades, me darán la razón en la historia», misma que usted menciona muy al comienzo de su libro. ¿Le da usted la razón?
Somoza creyó que luchar contra el comunismo era lo máximo que un político importante podía hacer en América Latina. Un buen político tenía que luchar contra el comunismo. Una reflexión hago yo en el libro: pudiera ser que hay algo de verdad en esa frase. La novela, como toda novela, te deja las puertas abiertas a la interpretación.
«Nos incorporamos en la guerra y cuando triunfemos nos vamos a Argentina», dicen los guerrilleros argentinos [que mataron a Somoza]. Ellos pensaban que la revolución de Nicaragua podía estallar en una revolución de América Latina. «Metámonos nosotros ahí para que no nos roben el mandado». Y así se va desarrollando, cuenta don Álvaro, un capítulo es lo que hacen los guerrilleros y otro lo que hace Somoza con la Dinorah. Uno y uno. Uno y uno. Tan, tan. Hasta llegar al capítulo donde se encuentran.
¿Tuvo en cuenta alguna técnica narrativa al momento de escribir la novela?
Yo te lo voy a confesar: no soy un académico de la lengua ni de la historia de Nicaragua. La novela está hecha de una manera libre, completamente libre. De principio a fin. Libre, remarca. No sigue reglas estrictas de narración. Incluso, vos abrís el libro —toma el libro y lo abre— y casi en la primera página vas a encontrar un párrafo —nos lee:
En una calle céntrica de Asunción, capital de Paraguay, a las diez de la mañana del miércoles 17 de septiembre de 1980, los disparos certeros de una vieja ametralladora Ingram, equipada con silenciador, en manos del jefe de un comando de guerrilleros argentinos, impactaron sobre las ventanas del automóvil Mercedes Benz, color blanco, modelo 300D, en el que viajan Anastacio Somoza Debayle, expresidente de Nicaragua, su conductor, y su asesor económico norteamericano. Quien había sido durante más de doce años el hombre más fuerte de Nicaragua se halla desde hace trece meses exiliado en ese país, expulsado por una revolución popular encabezada por el Frente Sandinista. Con su muerte termina una estirpe que ha dominado su país, desde 1936, por más de cuarenta y tres años, uno de los más prolongados imperios familiares del mundo.
Esa para mí fue la motivación para escribirla: «uno de los más prolongados imperios familiares del mundo», repite. Las primeras hojas de la novela tienen el capítulo final, ¡no sigue ninguna regla! —ríe.
¿Cuántos años le tomó escribir la novela?
Es una buena pregunta. Yo escribí, digámoslo así, la primera versión de la novela hace como quince años. Busco el financiamiento para publicarlo y no lo encuentro… Fui… —piensa unos segundos— …puliéndola. Me resulta una segunda versión, una tercera, una cuarta,…
¿Qué versión tiene en la mano?
Ríe. Ésta es como la número diez. Mi casa está llena, ya mi mujer ya no aguanta: «dejame quemarlas», me dice. Lo importante es que cada vez que entraba a releerla encontraba algo novedoso.
¿No se le salió el antisomocismo al momento de escribirla?
En muy pocas frases. Cuando está disparando el capitán Santiago y está temblando y sudando, dice: «voy a disparar contra el hombre más siniestro que tiene Nicaragua». Es un pensamiento… Cuando lo escribí dije «ayyy». Es de los pocos momentos en que se me salió mi antisomocismo. Pero traté de que no fuera antisomocista y mucho menos somocista, pero no es fácil.
Leí en un libro de historia que uno de los guerrilleros argentinos que mataron a Somoza dijo: «No podemos tolerar la existencia de playboys millonarios mientras miles de latinoamericanos mueran de hambre». ¿Qué opinión le merece esta frase?
Esa frase exactita no la había escuchado, está muy bonita y la habría puesto en la novela. Pero escuché una que dice «no puedo permitir que este jodido multimillonario se la pase bebiendo whisky en Asunción mientras todos estamos aquí [en Nicaragua] hechos leña». Esa es la opinión que muy pocos aquí tenemos de lo que está pasando realmente. ¡Ay, ahora ya estoy opinando sobre lo que está pasando en Nicaragua!
Pero es imposible escribir una novela como ésta sin relacionarla con lo que está pasando ahora…
Me costó mucho desvincularla. Mis hijos fueron al servicio militar y a los cortes de café, han sido revolucionarios. Para respetarles ese pensamiento escribo la novela y ojalá sirva de comparación con lo que está sucediendo. Varias veces estuve tentado a hacer la comparación pero no puedo [como autor], sin embargo así es. Esa frase lo dice.
¿Qué fue de los Somoza? ¿Qué hacen?
Nunca fueron en tiempos normales un factor muy importante en Nicaragua. Disfrutando de los poderes y los beneficios derivados ellos eran importantes. Desaparecido eso se desaparecieron completamente.
¿Qué sabemos de ellos?
El mayor, el chigüin, vive en Guatemala con muy poca suerte económica. Está casado y tiene hijos. Después hay dos mujeres muy bellas, casadas y divorciadas y vueltas a casar, viven en Nueva York y llevan vidas domésticas sin pena ni gloria. Hay dos varones más, el menor (Roberto) y Julio, [a este último] parece que lo tuvieron que meter a un centro de rehabilitación en Kansas por problemas con drogas. Robertillo fue a Paraguay para ayudar a vender las propiedades de Somoza. Hay una anécdota de que ese Roberto vino a Nicaragua, entró clandestino por puerto Morazán, se presentó al comando y dijo: «avisenle a la Dirección Nacional que aquí estoy yo. Me llamo Roberto Somoza y soy hijo de Anastacio Somoza Debayle». Habló con Tomás Borge, eso fue como en el año 2000. «Él es nicaragüense, tiene derecho a vivir aquí y quiere que yo lo reporte para que lo dejen entrar. Decile que le den el salvoconducto». Se lo dieron, se entrevistó con Tomás Borge y éste le dijo: «mirá, tu presencia en Nicaragua es un peligro para todos nosotros, empezando por vos, así que no sos bienvenido para nosotros. Pero creo que tenés derecho como cualquier joven de entrar y conocer tu país, entrá, te vamos a dar una semana para que vayás a conocer todo el país, y después te vas y no volvés a venir nunca en tu vida mientras nosotros estemos gobernando».
Y, según esta anécdota, Robertillo fue a Granada, fue a Rivas, fue a Corn Islands y no volvió más nunca a Nicaragua. Don Álvaro se pregunta qué pasaría si volviera a Nicaragua en estos tiempos, pero eso ya sería otra novela. «Por ahí ha de andar», imagina.