Desde muy niña los carritos y los aviones eran sus juguetes favoritos. Cuando muchas niñas y niños soñaban con ser artistas, bomberos o parte de la realeza, ella quería ser piloto y tener muchas aventuras. Ahora el sueño está tan cerca de convertirse en realidad y Anielka Espino nos cuenta cómo.
Aunque vive en Managua desde los 15 años, sus raíces están en Ocotal donde creció siendo hija única con el sueño de andar por el cielo. Cuando llegó el momento de decidir por una carrera optó por Comunicación Empresarial y Relaciones Públicas, pero no la terminó porque al enterarse de que ya existía una escuela de aviación, no la pensó dos veces en perseguir lo que le apasionaba.
«Decidí estudiar lo que me gustaba y no me arrepiento, me encanta, ya pasé toda la parte teórica y ahora estoy con las horas prácticas, debo completar 60 horas de vuelo para obtener mi primera licencia de piloto privado y luego me faltan dos licencias más», comenta emocionada y luego agrega que su plan es especializarse en volar helicópteros.
Anielka nos cuenta que si bien con sus compañeros de clase se siente cómoda y respetada, es con las personas externas al tema que ha sentido burla o escepticismo de que una mujer quiera ser piloto. «He recibido comentarios machistas: ‘Eso es de hombres, yo no me subo a un avión donde el piloto sea una mujer’. Considero que en la actualidad las mujeres ya no deberíamos de tener límites. Me gusta ser una mujer en un campo que supuestamente es de hombres y demostrar que sí es posible, así les digo: ‘¿ya vieron que sí se puede?’ a las personas que me repetían un NO».
Por otro lado, su familia la apoya pero con cierto temor pues consideran que es una profesión peligrosa. Sin embargo, Anielka se siente en su charco, o mejor dicho, en sus nubes. Confiesa que le sucede lo contrario a los estudiantes de otras carreras, «cuando el profe no llega o no hay clases de vuelo me pongo triste». Además de que se la pasa hablando de aviones con sus compañeros también ha dejado un poco a un lado las salidas y prefiere quedarse en casa leyendo sobre sus clases, jugando con simuladores y aprendiendo nuevas cosas en la materia.
«Es que, para mí es demasiado genial, cada vez que me subo a un avión siento una emoción. Casi nunca siento miedo, sino adrenalina, me siento como hiperactiva cuando estoy en el aire y paso feliz haciendo lo que me gusta, me entusiasmo mucho cuando sé que voy a volar. De repente te ves en el aire, que andas en el cielo, es simplemente indescriptible».
Eso sí, no es nada fácil lograr la meta y ha tenido que esforzarse mucho, ya sea económica o intelectualmente es todo un reto, pero ella se caracteriza por ser perseverante. Para empezar hay que tener facilidad para las matemáticas, se debe tener nervios de acero (incluso nada de problemas en el corazón) y reaccionar rápido. Asimismo, antes de entrar le hicieron un examen sicológico y de la vista para asegurarse de que todo estuviera en orden. Y ahora el objetivo es ahorrar y acumular la mayor cantidad de horas de vuelo.
«Yo le digo a las chavalas que se lancen, se esfuercen, ser piloto no está pegado al cielo. A veces una misma se pone trabas yo hasta me preguntaba ‘¿será que yo llegue a volar un avión? ‘, pero uno debe de ser constante y apasionado con lo que le gusta».
Es por eso que incluso a su hija la deja estar cómoda haciendo lo que le gusta, con la intención de incentivar y apoyar una educación sin parámetros ni estereotipos. «A mi hija la veo que juega con aviones también, yo la dejo; si quiere jugar con carros que juegue; si no quiere vestido que no use. Por ejemplo a ella no le gustan las chapas, pues no se las pone y ya. A mí me interesa que sea feliz y la apoyo en lo que quiera hacer. La vida es tan corta que yo quiero que sea feliz en lo que elija ser y la estimulo a que el sueño no sea querer ser una princesa sino ser una gran profesional».
En una pelicula había un poeta q decía, por ningún motivo le perdono a una mujer que no sepa volar, esta mujer cumple ese y todos los requisitos.