Luego de expresarse a través de la fotografía y los videos, el artista Ernesto Salmerón explora lo que el sonido y la pintura pueden generar.
La llegada del mundo digital apenas como un atisbo de nuestra realidad actual y la flexibilidad en sus estudios de comunicación social, en Cali, Colombia en la Universidad del Valle, le permitieron explorar otras áreas y fue así como descubrió varias pasiones combinadas.
«Los estudiantes teníamos la opción de matricularnos en cualquier clase y eso te daba un amplio foro de gente. Además en las que eran como obligatorias había un rigor de investigación, combinado con las clases de montaje fotografía y video. En Cali había un acerbo cultural grande y uno lo consumía», cuenta Salmerón.
Luego tuvo un momento clave cuando a través de Galería Códice y el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica, participó en una convocatoria de video arte, cuya técnica ya manejaba así que mandó un VHS por correo.
«Mandé unos trabajos que según yo eran documentales, pero eran más bien ensayos audiovisuales sobre cómo entendía yo el archivo histórico de Nicaragua que se hizo en Incine, y que gracias a Fernando Somarriba tuve acceso a esos archivos que eran como la carne con la que nos poníamos a jugar en las editoras», recuerda.
Todas esas habilidades que había adquirido posteriormente se convirtieron en su herramienta de trabajo. Cuando volvió a Nicaragua se dedicó de lleno a la fotografía y el video, mezclándose entre ambas.
El muro que viaja
En 1997 tomó una foto en blanco y negro de un muro de Sandino en Granada, sin saber que esa idea luego germinaría hasta convertirse en Auras de Guerra, su trabajo insigne como artista plástico que se logró gracias a un plan de trabajo colectivo, con cuadrilla de construcción incluida, para proceder a la extracción de ese muro y convertirlo en un objeto de museo junto con un camión utilizado durante la guerra civil.
«Yo buscaba detonar esa conversación. Qué es lo que existe detrás de la memoria historia del país, cómo se entiende el presente. El muro fue un proyecto de entendimiento entre las partes en conflicto, ese legado de conflicto político que entendía a través de las películas, libros, pinturas, canciones. La idea propuesta era agarrar esta pieza de museo y cuidarla entre todos sin importar afiliación política», explica.
Entonces un muro de 2 toneladas cobró otro significado y llegó a formar parte de la colección del Tate Modern de Londres. Pero antes recorrió otros países como una especie de mensaje itinerante. Primero desde Nicaragua hasta El Salvador para la Bienal Centroamericana, luego otra vez hasta Costa Rica en Puerto Limón para llevarla a Europa en barco, de ahí a Italia para la 52ava Bienal de Venecia (2007). Después por problemas de aduana tuvo que regresar a Costa Rica para volver a ser transportado hasta Inglaterra.
«El trajín de transportarlo es parte de la obra y creo que por eso ha tenido tanto éxito. Es una situación donde el arte ya no importa tanto como objeto, sino como una cosa que se mueve y que mueve procesos», opina.
Un momento memorable fue cuando se hizo una solicitud oficial para que el Tate prestara esta pieza a la exposición Crisis, América Latina, Arte y Confrontación (1910 2010) en México, donde 100 años de arte en América Latina fueron presentados por el curador cubano Gerardo Mosquera.
«El camión con el muro entonces viajó desde Inglaterra hasta México y formó parte de esta exposición grande y polémica en Bellas Artes. Hasta el Che Guevara entró como artista, se presentó un billete firmado por él. Es la exposición más importante en la que he estado», cuenta Salmerón.
El acercamiento a la pintura
La pintura para él existía como un deseo, en algún momento sentía que podía llegar a encontrar un estilo propio, pero era algo que se iba postergando hasta que por fin se dio.
Antes de que el Tate hiciera el papeleo para adquirir la pieza y fuera parte de su colección oficial, Ernesto fue invitado a Japón para formar parte de una residencia artística en el Art Initiative Tokyo, una fundación de arte contemporáneo.
Ahí conoció a diversos artistas y vertientes del arte y se impresionó con la tecnología del país y su presencia en la vida diaria de los japoneses. Luego se internó en las zonas rurales de China y lo que en sus planes era quedarse 5 días, se convirtió en una estadía de 3 meses solo interrumpido por un curso en Brasil para después volver a Asia por otros 3 meses.
«Sobre todo me quede en donde estaba la sede de Lijiang Studio, ubicado en una zona completamente rural. No era una carrera profesional, sino una construcción espiritual, haciendo su ser cada quien para poder coordinarse en comunidad y eso traducirlo al sonido o la pintura. Hasta hoy la experiencia sigue siendo una parte importante de mi trabajo como artista y está en mis intereses conceptuales», expresa.
Ernesto mantiene muy buena relación con el estudio desde el 2007, incluso se ha creado un grupo de investigación sobre el arte, donde comparten información, crean redes y grupos de estudio para luego terminar con proyectos concretos.
El sonido y su libertad
Entonces nacen ideas sonoras, en el taller Imagen Tiempo, una residencia de 7 meses con artistas centroamericanos y norteamericanos que él montó en Jinotega cuando volvió de China. «El sonido es concebido no necesariamente como lo que sale de un instrumento musical, lo que se hace no es en formato de canciones, es una experimentación en vivo, como un performance sonoro más que un concierto», explica.
Y aunque aun no hay nada sólido, Salmerón tiene uno que otro proyecto entre manos que espera aterrizar pronto.
Ernesto Salmeron: Taller Imagen Tiempo from L’Oeil de la photographie on Vimeo.
Fotos cortesía de Ernesto Salmerón y Rodrigo Peñalba.