No sé qué hacía, pero allí estaba con toda la familia tomando un café sangriento. La abuela vertió de una jarra el líquido humeante y en la taza blanca mostró ese color negro purpureo de la cafeína ensangrentada.
Los García son una tradicional familia disfuncional, el padre tiene la buena costumbre de romper las puertas con un hacha, la madre pincha un muñeco con alfileres cada vez que el esposo viaja por su trabajo como vendedor, también suele colarse a los departamentos de los vecinos y asesinarlos, la hija adolescente, Lucía, devora carne cruda la hija adolescente, Lucía, come carne y tiene problemas existenciales, el más pequeño dicen que es un ensayo extraterrestre. Pese a estos detalles, esta familia es tan normal como la tuya o la mía.
Las familias, hoy en día son tan distintas y tienen maneras diversas de complementarse, comunicarse, confabularse, corregirse y castrarse. Estos clanes familiares suelen tener una gama caleidoscópica y cada grupo parental construye su propio mapa astral donde se encuentran sus variantes, ascendentes, planetas retrógrados que orbitan en torno al flujo sanguíneo en la mayoría de los casos.
No existe una forma única de establecer lazos familiares, así como no existe un modelo homogéneo para ser padres, abuelos e hijos. Cada familia implanta un código tácito, un “work in progress” del proceso de urbanizar esa asociación que denominamos familia. Por tanto, es un recorrido de prueba-error en el cual todos hemos servido de conejillo de indias, de fase experimental, de proyecto concluido, abortado, mejorado, diversificado, de probeta, de mejora continua y está en constante relevo generacional.
Como la familia es un ciclo de lavado, secado y exprimido, cada uno confecciona su método de lavandería. En palabras populares: La ropa sucia, se lava en casa. Así que los García, son de este tipo de familias, como todas, que saben guardar muy bien los secretos entre ellos, saben los ínfimos delitos que comenten unos y otros, pero se cubren bajo el antifaz emotivo de la negación. Nadie se atreve a decirse frente a frente lo que sabe el uno del otro. ¿Les parece esto conocido?
También, esos pequeños secretos se escurren por las paredes del vecindario y carcomen, como las polillas, la circunspecta imagen de la familia “normal” en pose fotográfica. Al fin y al cabo, que es una familia, sino los reflejos de la miseria humana de los demás magnificada por nuestra mirada.
En los vecindarios todos se conocen las cuitas, movidas, tragedias y desgracias de todos…pero circula en voz baja. Es vox populi que la vecina es adicta al juego de azar, que el hijo del pastor es gay, que el panadero es alcohólico y la última virgen se entregó al cura. Estos podrían ser algunos comentarios que se cuelan por los tendederos o las pulperías de un barrio. Pero en los departamentos de los García son otros los rumores que tocan las puertas.
Toqué la puerta de la casa de los García y me recibió Alberto Sánchez Arguello, me presentó a cada miembro de la familia por separado pero al mismo tiempo éstos se extendieron como un tapete finamente hilvanado. El cual presumieron como hilo conductor, el vapor de Stephen King con el perspicaz humor de Alberto Sánchez, quien en sus escritos no suele ser políticamente correcto.
Los García, es una serie de 15 cuentos de una particular familia, creada por el polifacético Sánchez, quien es un creador y promotor de la micro literatura; aunque los detractores impugnen el término por considerar que la literatura no puede condesarse en unas cuantas palabras. Pero ese es otro tema.
Pero qué pasa cuando debes enfrentarte a la desértica página en blanco, aquí el cliché que todo escritor es noctámbulo, pero cómo explicamos que si tenemos varias responsabilidades como padres, ciudadanos, hombres, mujeres, pareja, trabajo, ¿en qué momento de las 24 horas del día te sentas a escribir una historia?
Alberto, explica en el libro que la serie de cuentos fue producto de un ejercicio creativo, el cual consistió en hacer un cuento diario durante 15 días, asumió el reto y aparecieron Los García. Crear bajo presión no es fácil, esta faena la manejan bien los creativos, diseñadores, reporteros, editores quienes tienen que apretujar el tiempo para entregar un producto de calidad.
Los cuentos como tal pueden leerse de forma separada porque cada uno es una célula, una historia independiente, pero en su conjunto forman un solo cuerpo. Esta fue una de las técnicas o estrategias que Alberto Sánchez utilizó para la estructura de este proyecto literario que lo avala Parafernalia Ediciones, sello editorial digital el cual dirige.
Mientras avanzaba la lectura de los cuentos reconocí de inmediato al maestro del horror y misterio Stephen King quien definitivamente es una influencia para todo aquel aspirante a novelista, escritor que debe al menos leer o ver una película de este fructífero escritor del siglo XX.
Siendo apasionada del cine y la lectura me apresaron Los García quienes se mimetizaron con personajes clásicos del thriller creados por King. El escritor enfurecido de “El Resplandor”, golpeando con un hacha la puerta para matar a la esposa, una escena imposible borrar de tu memoria, “Los niños del maíz” y las abducciones, “El payaso asesino” que se esconde bajo tu cama. Alberto, con la habilidad de ilusionista, nos introduce a todos estos personajes memorables, o sea corta con un serrucho a la mujer frente a nuestras miradas atónitas y luego la mujer se levanta sin herida alguna.
En lenguaje literario esto se le conoce como intertexto, el cual entrelaza la influencia literal o tácita de otro autor u obra. Sánchez, establece un juego de espejismo con los personajes, quienes sin ser específicos se traspapelaron y cada miembro de la familia García retoma una escena impactante de los personajes de Stephen King, sin que pierdan el toque irónico que Alberto les pincelara. No les contaré sobre las historias, el libro está disponible en línea…obligada lectura de una mañana con vaporoso café.
Mientras, Alberto concluye la presentación de los García, viene hacía mí la abuela y con voz oxidada me pregunta, ¿cómo te gustaría el café, con cianuro o sin cianuro?
Por Madeline Mendieta