Desde que se abordó en una capacitación que recibí, el abuso sexual infantil ha sido un fantasma que me persigue. Nunca me abusaron y por esa razón nunca había reflexionado sobre el tema. Cuando conocí las cifras de Nicaragua respecto al embarazo adolescente y abuso sexual infantil empecé a comprender un poco mejor el problema, entonces decidí abordarlo en algunas de las conversaciones con amigos, amigas, conocidos/as y familiares. Fue así que me di cuenta que a mi alrededor había muchas personas —muy cercanas y queridas— que fueron víctimas de abuso sexual.
Es como si llegara a un punto en mi vida en el que me entero de que todas las personas por las que siento aprecio fueron dañadas irreparablemente durante la infancia. Amigos, amigas, familiares y, además, la persona con la que en ese momento estaba empezando una relación. Con intervalos de semanas o días y por alguna casualidad que no entiendo, estas personas se acercaron a mí para contarme sus experiencias de abuso… Así entendí que cada historia es diferente.
Ahora que lo pienso, las razones por las que estas personas han callado también son muy variadas y lo único que tienen en común es eso: el silencio eterno que las carcome a diario.
De todas las historias que con lágrimas y mocos me fueron contadas, debo decir que la que más me impactó fue la de mi tía, una mujer muy fuerte que a lo largo de sus 50 años ha callado dos intentos de violación, ambos por parte de su padrastro cuando apenas era una niña. Sus razones para callar fueron varias, pero las principales fueron el miedo al qué dirán y el posible repudio del resto de la familia.
En su caso, el abusador se encargó de hacerla creer que de ella dependía la unión de la familia, y, claro, ningún niño o niña quiere ser la «causante» de que su familia se separe o de que su padrastro vaya preso. El enorme peso que las víctimas tienen encima si revelan el abuso sexual hace que por lo general opten por guardar silencio.
El otro enorme golpe en la cara lo tuve cuando la persona con la que estaba saliendo me confesó que fue abusada, también, durante su infancia. Yo era la primera persona con quien tenía contacto físico después del abuso, lo que me hizo sentir una enorme responsabilidad y me causó mucha inseguridad por no saber cómo actuar (luego entendí que nadie sabe cómo reaccionar antes esto). Para esta persona era muy difícil tener a alguien más cerca, porque sentimientos de confusión y temor recorrían su cuerpo cuando la acariciaba.
La razón por la calló fue por culpa. Se sentía culpable de haberlo permitido, aunque tenía 8 años cuando los abusos sucedieron. A pesar de que me informé para abordar el tema fue muy difícil convencerla de que no era su culpa… Estamos hablando de víctimas en edad prescolar y si para nosotras/os, las/os adultas/os es un enorme paso comunicarlo, imagínense para los niños y las niñas, que no tienen un nombre para lo que les ha sucedido ni entienden de qué se trata el sexo.
Para los niños y las niñas es una decisión muy difícil y la confusión puede llegar a bloquearles, sobre todo si el abusador es una persona cercana o querida. Por irónico que parezca, muchas de las personas que sufrieron abuso sexual se sienten culpables de su victimización y esto contribuye al silencio.
La tercera persona que me lo confesó fue mi mejor amigo… Y él calló por vergüenza. Por si el abuso fuera poco, tuvo que lidiar con otros prejuicios, como el de su preferencia sexual. Los abusos, por lo general, dificultan la gestión y entendimiento de los sentimientos propios y complican el establecer relaciones sentimentales y sexuales.
Me entristece como la mayoría de los casos no son denunciados por todas estas razones, por las que hechos tan graves y destructores como los abusos sexuales quedan impunes y ocultos. Yo, que tuve la dicha de no ser una víctima, cargo con el silencio de las personas que quiero y que, a pesar de lo que yo pueda decirles, cargaran con su propio silencio el resto de sus vidas.
No necesitamos más secretismos ni tratar de mantener el «honor» de ninguna familia. El maldito silencio no hace más que colaborar con el abusador y, lo peor de todo, aporta a que los abusos se sigan realizando.
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