He vivido con una depresión intermitente desde hace casi 12 años. Con el tiempo he convertido los sentimientos de ansiedad, frustración, impotencia y depresión en una especie de personaje, una sombra que vive conmigo y tal cual fuéramos mejores amigas que pierden contacto por algún tiempo, ella regresa cargada de miles de recuerdos y anécdotas desagradables que van drenando mi voluntad de estar bien.
No sabés a quién acudir, de qué hablar o qué sentir, ahí estás, sintiéndote sola, pero acompañada al mismo tiempo.
Hace meses traté de callarla, le tapaba la boca con vicios, embriagándola cuando se ponía insoportable, la dejaba en un rincón cuando yo quería disfrutar de ciertas personas o espacios, la amarraba a la cama para que no me siguiera alrededor de la casa, a veces se soltaba, me seguía y si me alcanzaba sucedía lo peor.
Hace algunos meses me alcanzó e intentó convivir conmigo, sin darme cuenta. Fue muy sutilmente, tal vez me distraje y le perdí de vista.
Ya cuando tomó el control solo sentí sus inmensas ganas de atención rodeándome, y cuando quise volver a callarla, ya era muy tarde.
Aprendiendo a escucharme
Recientemente empecé a llorar con ella, muchas noches, tratando de entender lo que me decía, pero me resultaba incomprensible, su lenguaje no me resultaba familiar, eso de acurrucarse buscando sentir algo por uno mismo, esas ganas de gritar, pero no decir ni una sola palabra, expresar algo y pasar desapercibido.
¿Cómo lograrlo?, está tratando de decirme algo fuerte, algo duro, algo que no puedo digerir, que no tengo tiempo para escuchar ni resolver, estoy muy ocupada prestando atención a «mi vida», a mis pocos amigos, reales, que sí existen, que sí están y acompañan.
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Ha regresado con constancia, con fuerza y sin piedad, como si volvieras con ganas de destruir, echándome en cara situaciones perversas, muchas dudas y pidiendo a gritos que resuelva tus problemas.
Todos los lutos no superados, pérdida de talento y amor propio, una relación tóxica conmigo misma, heridas de auto lesión que vuelvo a abrir; va dirigiendo mi mano y lo hace por mí.
Sin miedo a pedir ayuda experta
Es por eso que en mis días buenos tomé la decisión de buscar ayuda spicológica, ignorando los típicos comentarios de que eso es para gente loca, que la gente de hoy en día es muy susceptible o que los débiles son los que andan con terapias.
Y así le he dicho a la sombra «voy a ser honesta, no quiero convivir con vos, no quiero que seas parte de mi día a día, solo te prometo mejorar para que estés tranquila y no regresés».
Hay que hablar de estos temas más seguido para poder erradicar ideas erróneas sobre la salud mental. Gracias al apoyo de mis amistades y pareja he encontrado en la terapia un lugar donde puedo desenredar lo que me oprime.
Eso sí, no idealizo mi estado, pues aun sigo trabajando en mi salud mental. Sin embargo he comprendido que cuidar mi estabilidad y enfrentar mis demonios no me hace débil, al contrario, me hace resiliente, con la capacidad de trabajar lo que me afecta y pedir ayuda cuando es necesario.
Colaboración anónima