Tengo dos amigas a las que siempre les he dicho: soy egoísta. Nunca me creen y siempre temerosas de semejante pecado me dicen: ¡No digas eso, vos no sos así! Pero sí lo soy y cuando he dejado de serlo no me ha ido nada bien.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
– Pero un día el Gigante regresó. (…) Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta… (De Oscar Wilde)
No, no soy de ese tipo de egoísta. El egoísmo moral en lo cual radica mi postura, se trata de no hacerle a los demás lo que no me gustaría que me hagan, en otras palabras: hacer siempre lo que me gustaría que hicieran para mí.
Hace mucho escribía todo lo que se me cruzaba por la mente. Le enseñé a un par de personas mis textos y tuve las reacciones comunes: ah qué bien! Qué bonito! Pero ninguna la sentí real, quizás fueron ellos, quizás fui yo.
Recuerdo una discusión que tuve con mi prima, cuando me preguntó ¿para qué escribís? Y mi respuesta fue: porque de repente aparecen emociones y las quiero hacer tangibles, lo único que se me ocurre es escribirlas.
Íbamos en mi carro o en el de ella, ya no me acuerdo. Ese es otro problema que tengo, no se por qué a veces tengo recuerdos absolutamente fieles y otras son como aquellos sueños que los tenés en la punta de la lengua pero que nunca logras decifrar.
En fin, pasamos más de una hora discutiendo para qué escribir, con qué sentido. Hasta que desistí. Si, yo desistí. No en dejar de escribir, sino en dejar de pensar que a la gente debe interesarle lo que escribo. Mi interés es puramente egoísta, solo quiero decir lo que siento, lo que pienso.
Evidentemente lo de egoísta a algunas personas les parecerá “una real modestia” y a otros una confesión que esperaban.
Soy egoísta porque necesito decir lo que pienso, y generalmente pienso sobre lo que me rodea.
Lo que escribo soy yo con mi entorno, mis entornos en realidad. Todo aquello que me explota por dentro y que si mis manos pudieran descifrarlo fielmente me sentiría absolutamente liberada.
Mi entorno hacia afuera: toda la gente, sus emociones, sus frustraciones, las mías, las injusticias, las alegrías, los odios. Todo pues.
El único motivo para escribir esta nota es para recordarme a mí misma que escribir es una acto personal, con una satisfacción eminentemente personal. Que si leo nuevamente mi texto y ya no tengo aquella inquietud en el pecho es que lo escribí bien.
Si otra persona no gusta del estilo será consecuencia de sus experiencias pasadas y como esas experiencias no me pertenecen ni me pertenecerán nunca, entonces no debo asumir sus gustos o críticas como propias. A esas personas las dejó volar hacia los nidos que mejor les parezcan.
Porque soy egoísta.
Crónica extraída de Kenia Regina Sánchez