Soy sobreviviente de abuso sexual infantil, y estoy segura, que la mayoría de mujeres que leen este artículo también lo son.
Crecemos en una cultura que nos enseña a callar desde niñas, a obedecer, y a minimizarnos, de tal forma que vamos perdiendo el poder de nuestros cuerpos y sin darnos cuenta nos quedamos sin sueños. Resignadas y aceptando la vida que “nos toca vivir”.
Un dolor punzante se alojó en mi pecho
Durante las últimas semanas traté de tomarme un descanso de las redes sociales porque sentía que quería estar serena para recibir mi cumpleaños.
La tranquilidad me duró unas cuantas horas, empecé a recibir las noticias de la violación sexual hacia la niña de 2 años que ocurrió en León y al día siguiente los casos de femicidio de las niñas de 10 y 12 años en Mulukukú.
El dolor aumentó al ver las diversas expresiones que culpabilizaban a las madres de familia por “no cuidar bien a sus hijas”. Es difícil vivir en este país sin dolerte. Especialmente si sos mujer.
Por eso es que nuestras historias se parecen
Lo que me queda claro en este momento, es que solo podemos recurrir a espacios feministas para sentirnos seguras y contenidas, porque, por un lado, vivimos en una situación de desamparo ante las leyes, y por otro, la nueva Nicaragua parece que solo piensa en cambiar de presidente, omitiendo hacer análisis profundos sobre la violencia machista, patriarcal, colonialista, capitalista y conservadora, que son los cimientos de la crisis actual. Parece que en ese concepto de democracia, justicia y libertad la vida de las mujeres no es tan urgente.
¿Dónde escuché una historia similar?
La nueva Nicaragua parece un retorno al pasado, donde además de ser asesinadas, también somos las culpables de nuestras muertes…Y si alzamos la voz, resulta que somos exageradas y violentas. Parece 1980.
Las mujeres siempre hemos estado aquí, construyendo la historia que no se ha querido contar. Es por eso que invito a todas las mujeres (mestizas, negras, indígenas, blancas, estudiantes, profesionales, influencers, artistas, mujeres urbanas, rurales, etc.) a hablar sobre estos temas en sus espacios de influencia. Solo contamos con nuestras voces para hacernos escuchar. Cada vez que una hermana muere, una parte de nosotras muere con ella.
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La cultura de violencia se nutre de la cultura de silencio. Por eso, hablar y posicionar nuestras experiencias se vuelve emancipador y, además, es un espejo para que otras mujeres reconozcan que, sobre todas las cosas, merecemos VIVIR. Esto es un llamado a la acción, es lo menos que podemos hacer por cada mujer que hoy ya no nos acompaña.
Tomarnos los espacios por quienes no han podido, hablar por quienes no han hablado, gritar por quienes no han gritado, será la mejor forma de honrar y demostrar que sus muertes no han sido en vano.
Escrito por Cristel Montenegro