Un matrimonio forzado fue la razón para que Ana empezara a tomar anticonceptivos a escondidas. Cuando Ana tuvo relaciones sexuales a los 14 años, sus padres lo descubrieron y la obligaron a casarse por el temor a ser criticados en la comunidad rural donde vivían, todo esto antes de que empezaran los rumores.
Ella toda la vida había soñado con ser estilista y les había cortado el pelo a los que se arriesgaban a caer bajo sus viejas tijeras.
Al casarse a los 14 años, imaginó el resto de su vida atendiendo a su esposo que llegaba a la casa demandando comida caliente y sexo obligado.
Fue por ello que visitó un consultorio y preguntó a una doctora que podía hacer para no salir embarazada. De esa manera empezó a tomar pastillas anticonceptivas a escondidas de su esposo y su familia.
Violencia y humillaciones
Escondía los anticonceptivos en una bolsa, debajo de una piedra muy grande de un río cercano a su casa, así que todas las mañanas cuando él se marchaba, ella salía a despedirlo y agarraba su pastilla.
Lo que Ana no sabía es que a los pocos meses, al no salir embarazada, las personas en la comunidad comenzaron a burlarse de su esposo por su «falta de hombría», al no «embarazar» de inmediato a su mujer.
El hombre sumamente molesto la obligaba a tener sexo, pero no llegaba ese embarazo, así que la violencia psicológica y física fue la respuesta a su esterilidad.
Me junté cuando tenía 14 años, no puedo decir que fue algo bonito porque no lo fue, siempre viví maltratada, siempre me pegaron. No opté por tener hijos porque no quise, vivía golpeada, verbalmente me maltrataba también, palabras feas. Una amiga que trabajaba en el centro de salud me conseguía las pastillas para planificar y tenía que esconderlas en el patio debajo de una piedra para no quedar embarazada porque mi sueño era salir de eso pronto».
Cansada de tanto golpes, decidió huir, y llegó a la ciudad donde consiguió trabajo de asistente del hogar y con el dinero que ganaba pagó sus clases de estilista.
Los derechos sexuales y reproductivos deben ser respetados, las mujeres son dueñas de su cuerpo y tienen derecho a decidir sobre cuestiones trascendentales como tener o no hijos/as.
Entre la espada y la pared
De acuerdo a informes de Amnistía Internacional, las jóvenes están atadas a merced de la familia, la sociedad y la pareja, donde cualquier paso adelante irónicamente significa un atraso en temas de derechos humanos e igualdad de género.
En Burkina Faso, por ejemplo, si sos niña es probable que tu infancia no dure mucho. El matrimonio forzado a edad temprana es habitual, como lo es el embarazo precoz.
Si sos mujer, te pueden negar el acceso a métodos anticonceptivos, por el mero hecho de no tener el permiso de tu esposo. Y si no conseguís acceder a anticonceptivos, podés verte obligada a usarlos en secreto por miedo a ser acusada de adulterio por tu pareja o tus parientes políticos.
Si sos sobreviviente de violación y quedás embarazada como consecuencia de esa agresión, debés pagar tu propia atención médica de urgencia, algo que no está al alcance de la mayoría de las víctimas.
Ana ya tiene 30 años y pudo cumplir su sueño de ser estilista, ahora sí está en condiciones de tener hijos sin necesidad de esconder sus pastillas debajo de una piedra, ni preocuparse por los comentarios mal intencionados de quienes cuestionan a las mujeres por no salir embarazadas enseguida y a temprana edad.
Hay que educar, sensibilizar a la familias y a las niñas y adolescentes para que sus sueños puedan convertirse en realidad y la maternidad se asuma, si se quiere, cuando se tenga la edad y las condiciones requeridas para ser madres.
Colaboración anónima.