Hablemos de ella, a la que todos vamos abrazar.
Alba, Olga, Agustina, Aura: por ustedes comencé a querer dialogar con “ella”. Ya tenemos rato de no vernos, y ya casi que ni las extraño.
En cada una de sus velas, sufridas, repletas de llantos y pésames morbosos, encontré las premisas de lo que no quiero que sea mi despedida, pero sobre todo, me re encontré con esa temida enemiga, a la que le temía, y a la que espero enfrentarme un día con un abrazo.
¿Y quién es ella?
Altanera, impotente, ultrosa. De ella se habla poco. En nuestra cultura, nos enseñan a temerle. Es y será el símbolo de nuestro enfrentamiento con el peso de la moral religiosa. ¿A dónde vamos?, ¿Al cielo o al infierno?. Como brilla la llave de San Pedro, quien nos espera en el living de nuestro destino.
La religión cristiana considera la muerte como el fin de la permanencia física del ser humano en su estado carnal, el espíritu abandona el cuerpo físico que se deteriora y que es incapaz de sostenerse bajo las leyes de este universo finito, e inmediatamente vuelve a Dios (Eclesiastés 12:7).
La concepción de la muerte como fin o como tránsito, su creencia en una vida después de la muerte, en el Juicio Final, actúan como condicionantes para la actuación de los individuos en un sentido u otro. La idea de inmortalidad y la creencia en el Más allá aparecen de una forma u otra en prácticamente todas las sociedades y momentos históricos. Usualmente se deja al arbitrio de los individuos, en el marco de los conceptos dados por su sociedad, la decisión de creer o no creer y en qué creer exactamente. La esperanza de vida en el entorno social determina la presencia en la vida de los individuos de la muerte, y su relación con ella. Su presencia en el arte es constante, siendo uno de los elementos dramáticos a los que más se recurre tanto en el teatro, como en el cine o en novelas y relatos.
Estamos de paso. El fin de las risas, y las mentiras suaves siempre se acerca. El adiós, está inscrito en nuestros cuerpos al nacer. Somos materia que será devorada por la tierra, por el mar o en los caso más exquisitos, seremos polvo hecho suvenir de una sala en el que algún día anduvimos.
¿Por qué hemos de tenerle miedo?
El miedo a la muerte surge como una negación hacia la existencia de esta. Repensemos la muerte, dialoguemos con ella y démosle el valor y significado que parta de nuestras reflexiones y no de los dogmas impuestos por las religiones.
Escribo esto, a pocas horas de llevarle flores a mi madre para una tía que “descansa” bajo el cemento y epitafio que nunca escribió.