Escrito por: Marielos Montes, psicóloga, gestora cultural e integrante de Las Musas Desconectadas y Nayda Acevedo Medrano, escritora y especialista en Políticas Públicas y Derechos Humanos
Las cantautoras centroamericanas han construido su camino en escenarios marcados por obstáculos: la misóginia exacerbada, la falta de espacios seguros para sus proyectos, el peso de estructuras patriarcales que intentan silenciarlas.
Sin embargo, sus voces se niegan a callar y más bien crean, denuncian, sanan y abren caminos para quienes vienen detrás. Sus historias, recogidas en las tres entregas de este reportaje, son testimonio vivo de resistencia y creatividad.
En cada acorde, en cada verso, en cada historia cantada, resuena la memoria de las mujeres y las disidencias. No es solo arte; es resistencia, es identidad y legado. Es un puente entre generaciones.
Al leer esta primera entrega emprendes un viaje junto con esas voces que han desafiado el silencio, las fronteras y las desigualdades, haciendo de la canción un territorio propio y una herramienta de transformación social.
A través de entrevistas en profundidad con artistas de diversas generaciones y estilos, nos sumergimos en relatos de lucha, fuerza, risas, complicidades y sueños.
Desde la canción de protesta hasta nuevas exploraciones sonoras, cada voz aporta un matiz único a esta historia colectiva, demostrando cómo la música se entrelaza con los movimientos sociales y las luchas feministas en la región. Este no es solo un ejercicio de documentación; es una invitación a reconocer la fuerza de la canción de cantautoras como un legado cultural en constante evolución.
Abrimos este recorrido con Karla Lara, cantautora y activista hondureña, quien ha hecho de su música una trinchera para la justicia social y los derechos humanos, acompañando las luchas feministas en su país y la región.
Canto y lucha social como una sola cosa
Karla Lara lleva la música y la lucha por la justicia social en la sangre. Su padre y su madre fueron determinantes en ello. Profesionales comprometidos en un contexto latinoamericano en el que el centro del continente latía en procesos de transformaciones sociales guiadas por la búsqueda de la justicia y la igualdad.
Es a través de su madre que se vincula a El Salvador. Alumna de Monseñor Romero en aquellos tiempos en los que sus ideas eran aun conservadoras, celebró desde una cercanía importante esa transformación de Monseñor, quien pasó de ese pensamiento conservador a ser la voz de los sin voz.
Es su mamá la que, además, siendo estudiante universitaria, se suma a causas tales como simpatizar abiertamente con la revolución cubana, simpatía que le significó la pérdida del trabajo con monjas y a su vez de su fe.
Su padre también fue muy cercano a familiares que colaboraban con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), quienes en las dinámicas de colaboración logística entre Honduras y El Salvador, y en esas luchas por la liberación, encontraban eco en personas que abrazaban la solidaridad desde la colectividad de esos círculos.
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La literatura, el teatro y mucha música. Es en esas dinámicas en las que pasaban de la música clásica a la popular, donde se abría la puerta a la familia extendida y elegida, política, social y comunitariamente.
Siendo testigo de ese espíritu de cuidado, cercanía y de compartir, sumado a la exigencia de hacer siempre algo y de rechazar el ocio, creció Karla y eso, de acuerdo con sus propias palabras, marcó su personalidad, instalando creencias, pero también le dotó de herramientas que hasta en la actualidad le son útiles.
Recuerda Karla sobre los paseos en familia en los que toda la familia cantaba durante los trayectos largos, sumando las voces, que, dotada del don de la musicalidad y la palabra, se juntaban en torno a sentirse vinculados a través de la musicalidad:
“Los paseos en carro eran todo un espectáculo, porque nos la pasábamos cantando en todo el camino y eran recorridos largos. No había nadie que no cantara ahí”, recuerda Karla.
Esa mística en la que se reunían las luchas sociales, con las familias ampliadas durante un periodo histórico en el que la solidaridad representaba un lenguaje, se abrió campo a través de la poesía de su papá, la pintura de su mamá, el piano de su hermana y las tres canciones que Karla había memorizado.
Contra todo pronóstico por la impronta de las diversas ramas del arte en la familia, nunca se planteó hacer carrera artística.
Sin embargo, una tarde, llegó una propuesta a través de Eduardo Esteijaer, fundador del grupo Cutumay Camones y se dio aquella audición en un parque de México, para dar paso a su participación como vocalista de una de las agrupaciones más emblemáticas de la lucha salvadoreña de esos tiempos.
Luego de haber participado en grupos como Rascaniguas como antecedente musical, Karla se une con su voz para transmitir mensajes de esperanza a través del canto en el momento en el que la agrupación había sido llamada a sumarse en zonas de conflicto más que en giras internacionales.
Para ese tiempo Cutumay Camones realizó su gira junto a Los Torogoces de Morazán, generando ese espacio de diálogo de música que fortaleció aquellos grupos que requerían de esa dosis de solidaridad a través del arte. Cuatro meses profundamente significativos en su vida artística.
Volver a ocupar el espacio de origen
Años después, al regresar a Honduras en 1994, su vida se replanteó totalmente: “¿qué hago acá?”, era una de sus preguntas clave. No fue un camino fácil como madre de tres hijos que intentaba pertenecer nuevamente al país que había dejado para abrazar una causa.
Sin embargo, aquel grupo Rascaniguas al que había pertenecido se había reagrupado y le proponían volver al canto con ellos. Es así como, a través de la música, Karla fue nuevamente gestando su pertenencia en el país que la vio nacer y a partir de ahí no volvió a dejar la música: esa raíz, ese sentido de pertenencia tiene como base su aporte a través de la música.
Ya para ese entonces Karla se hace su propia voz. En su construcción musical recuerda un casete blanco con una viñeta roja que incluía en el lado A a los hermanos Mejía Godoy y un par de canciones de Pablo Milanés.
Por su parte en el lado B escuchaba y cantaba una y otra vez las canciones de Amparo Ochoa y Soledad Bravo. En su adolescencia y juventud recuerda perfectamente la influencia de Los Guaraguao, pero suma en sus espacios privados a Violeta Parra.
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Durante esos años ella participaba en espacios tremendamente machistas y conservadores, sin embargo, recuerda que ver a la agrupación Claroscuro la hace detenerse a plantearse preguntas, entre ellas: ¿por qué solo trabajo con hombres?
Ya entre 1994 y 2004 mantuvo una dinámica de hacer y deshacer bandas en las que la mayoría eran hombres, “siempre eran hombres haciendo cosas alrededor de su quehacer artístico”, menciona, como intentando encontrar a sus pares de causa en el escenario.
Sin embargo, en 2004 cuando regresa de El Salvador a Honduras, su hermana Katya instala una productora, lugar desde el cual le lanza la invitación para colaborar y que a su vez le inspira a crear un disco.
Todo esto coincide con la presencia de Claroscuro, una agrupación solo de mujeres instrumentistas irrumpiendo en escenas públicas con sus letras de alto contenido social y decolonial.
Por ese tiempo la agrupación Las Chamanas también llamó su atención, y aunque no se dijera feminista como tal, de manera natural iba fluyendo su participación en esos espacios, cuidando siempre su repertorio y su discurso.
Asimismo, considerando que en esos tiempos era importante juntar todas las voces al unísono y sin marcar diferencias, pues inmediatamente surgían juicios sobre su quehacer artístico y su compromiso si su discurso era disonante del de la mayoría de representantes de organizaciones feministas en Honduras.
Karla y la lucha feminista
En 2004, por recomendación de su hermana, lanza su primer disco como solista, Donde Andar, que ya sumaba letras profundamente reflexivas sobre los derechos de las mujeres.
Karla comienza a reflexionar sobre las limitaciones impuestas por la sociedad y sobre los mandatos sociales en un espacio en el que, si no se dedicaba a sus hijos y su pareja, sería siempre una amenaza.
Fue hasta el año 2008 que Karla conscientemente llega a un espacio político definido: la lucha feminista por el trabajo sobre la prevención de los embarazos y el uso de las pastillas anticonceptivas de emergencia.
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Desde su participación artística con letra y música vinculada al derecho a decidir y con una clara definición sobre qué decir y qué hacer desde su creación artística. Este andar no representa para Karla una “evolución” en su creación artística, sino más bien una ruptura de la linealidad para dar paso a un ejercicio circular de construcción personal, planteándose la vivencia desde su propia corporalidad.
Es así como vibra con las causas de los derechos de las mujeres, con la rebeldía y resistencia feminista, convirtiéndose ya en una voz fundamental en la defensa consciente de las grandes desigualdades e inequidades.
“No considero que haya dado un salto evolutivo, sino más escuchando mi cuerpo, porque para mí es importante que lo que hago cruce mi corporalidad, entonces, ser parte de estas luchas fue siempre el camino más natural, el siguiente paso de lo que ya venía haciendo”, reflexiona Karla.
El encuentro con nuevas generaciones fue parte también de este andar. Fue con Melissa Cardoza, poeta hondureña, con quien compartía las ganas de aprender percusión. Es así como la frase surge “¿se imaginan un grupo solo de mujeres?”
Y a partir de esa pregunta se crea un grupo caracterizado por la intergeneracionalidad: mujeres jóvenes de la que es parte Karla Lara, quien, ante la salida de Melissa, se queda trabajando con la agrupación Puras Mujeres.
Esta agrupación trae consigo textos y musicalidad con nuevas resistencias y luchas desde el feminismo. El grupo lleva consigo la huella de Berta Cáceres y esa defensa del territorio previa que impulsa nuevas generaciones de mujeres a que se sumen a la lucha a través de la música.
Nuevas voces en colectivo
Karla nos habla de su admiración por los proyectos de otras cantautoras y manifiesta que le encantaría realizar colaboración con artistas como La Muchacha de Colombia. Le llama la atención la manera en que comparte su proyecto creativo con una vida política orgánica.
“Creo en la canción que le puede seguir el paso a las luchas de todo lo que nos traspasa a todas”.
La artista Guadalupe Urbina también le representa un respaldo potente y considera que juntas tienen un sinfín de puntos de encuentro que le hace proyectar una posible colaboración a futuro, deseando coincidir en escena y creación artística.
Karla habla también de Ochy Curiel y nuevamente con Melissa Cardoza, quien ha apostado a la creatividad como herramienta por excelencia para las transformaciones, resistencias y luchas.
Las Musas Desconectadas de El Salvador, Ceshia Ubau, cantautora nicaragüense, Sandra Morán de Guatemala y Claro Oscuro de Costa Rica, también se suman a esa lista de tejido conjunto de complicidades.
Combinar la música y la poesía, la forma de hilar entre palabras irreverentes, es lo que convoca el trabajo de Karla Lara, quien reivindica desde el canto y la coherencia de su quehacer artístico.
Ella es Karla Lara, la lucha por la justicia social a flor de piel, en una dupla irremediable desde su voz, desde su canto, desde su creación, apuesta y propuesta.