El 17 de noviembre de 1983 un pequeño grupo de guerrilleros mexicanos funda en las montañas del sur el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). En las selvas de Chiapas se encuentran con grupos indígenas politizados que les servirán de puente para relacionarse con la comunidad, lo que ellos no imaginaban es que en ese intercambio, ellos serían quienes aprenderían más.
En esta fase de “acumulación de fuerzas en silencio” tuvieron que romper la barrera cultural en la que el lenguaje significó un gran obstáculo, además del hermetismo y la desconfianza de los indígenas hacia los mestizos, originada por siglos de opresión y desprecio.
Los primeros integrantes del EZLN que se adentraron a la selva Lacandona pronto empezaron a vivir una realidad distinta y muy ajena a la que su adscripción ideológica les permitía ver. El contacto con las comunidades indígenas originó una especie de conversión del grupo original.
El famoso Sub Comandante Marcos (ahora Galeano) narra este proceso de la siguiente forma:
Sufrimos realmente un proceso de reeducación, de remodelación. Como si nos hubieran desarmado. Como si nos hubiesen desmontado todos los elementos que teníamos —marxismo, leninismo, socialismo, cultura urbana, poesía, literatura—, todo lo que formaba parte de nosotros, y también cosas que no sabíamos que teníamos. Nos desarmaron y nos volvieron a armar, pero de otra forma. Y esa era la única manera de sobrevivir».
Fue en la madrugada del primero de enero de 1994 cuando el Ejército Zapatista se dio a conocer ante los ojos de México y el mundo, todos veían con admiración como un ejército en su mayoría indígena y mal preparado, se tomaba cinco de las principales cabeceras del estado de Chiapas.
Los “zapatistas”, como serían conocidos públicamente, provenían de los pueblos tzeltal, tzotzil, chol y tojolabal, todos ellos de la familia maya. Aunque su objetivo último consistió en la transformación revolucionaria de México en una república socialista, los rebeldes demandaron entonces «trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz».
Con el levantamiento, traían consigo algo que sería transgresor por sí mismo, se trata de la «Ley Revolucionaria de las Mujeres», una proclama que fue aprobada el primero de diciembre de 1993, exactamente un mes antes del alzamiento. Esa ley fue votada por consenso dentro de las filas del EZLN, aunque no por ello dejó de ser incómoda para algunos.
Sus principales impulsoras la Comandanta Ramona y la Comandanta Susana, dos mujeres indígenas que además de ocupar cargos en la comandancia general del EZLN, se dedicaron a visitar por varios meses las comunidades zapatistas para dialogar con mujeres y hombres sobre la importancia de pensar en una ley que planteara una nueva forma de relacionarse y de vivir, porque planteaba la urgente necesidad de eliminar la violencia hacia las mujeres, el pago justo por el trabajo, el reconocimiento de su derecho a decidir con quién casarse y cuántos hijos tener, la participación en la comunidad y en cargos de dirección en la organización y en las fuerzas militares.
Quizás esos derechos podrían parecernos muy básicos y ya conquistados en muchos países, pero hay que recordar que muchas veces las leyes no son más que una retórica que no se cumple en la realidad, de ahí la importancia de este acuerdo, porque no se trata de una imposición o un decreto, se trata de un acuerdo de la comunidad sobre el derecho de las mujeres, y lo más novedoso en ese momento fue que una de las cartas de presentación de un movimiento «guerrillero» o revolucionario, fuera la exigencia de los derechos de las mujeres. Basta ver las fotografías de ese momento para observar la gran presencia de mujeres en puestos de autoridad y dirigencia. Era una mujer, una mayora, quien dirigió la toma de San Cristóbal de las Casas Chiapas: la Comandanta Ramona.
Las formas que adoptaron las demandas de las mujeres zapatistas tienen una estrecha relación con las del movimiento feminista que ha enarbolado por muchos años la necesidad de terminar con la violencia hacia las mujeres, el acceso a condiciones de trabajo, entre otros. Sin embargo, las zapatistas no han señalado su adherencia al feminismo, quizás porque esta idea ha sido más asociada con un feminismo liberal urbano que no reivindica de forma central la lucha de las mujeres indígenas junto a su comunidad. Ahí radica también la riqueza de las concepciones de las mujeres zapatistas, nos muestran otros feminismos y otras concepciones del mundo.
Mientras ciertos feminismos hacen hincapié en el acceso y disfrute individual de los derechos, las mujeres zapatistas insisten en el disfrute colectivo de los mismos. Las distintas iniciativas que plantean para la atención de sus demandas incluyen una concepción de comunidad, en las que defienden el trabajo colectivo, la distribución de los recursos, las responsabilidades y los cargos.
Sin duda, las mujeres indígenas y en particular las mujeres zapatistas han contribuido a enriquecer el debate en torno al género para comprender que la experiencia de ser mujer también se encuentra ligada a la etnia y la clase social. También nos demuestran desde sus propias comunidades que es posible construir espacios que respeten la vida, la dignidad y la participación de las mujeres, porque solo así podremos vivir en un mundo más justo para todas y todos.
Fotografías del Colectivo Manifiesto.