La llamada semana santa, tiene una completa programación de actividades eclesiásticas que se han popularizado entre la población nicaragüense, muestra de ello es que cada jueves santo de la semana santa (¿no les parece que hay demasiada santidad en lo anterior?) las personas católicas tienen programada la procesión del silencio a las diez de la noche.
Nunca ha sido de mi agrado asistir a eventos de esta índole, pero a petición de una compañera de trabajo me he dado la tarea de participar en la procesión del silencio. La iglesia San Jerónimo de Masaya fue la escogida, ahí sería espectadora de esa tradicional celebración religiosa, que inició con una oración al santísimo sacramento.
Después, cuatro encargados van a buscar y levantar la imagen tamaño real de Jesucristo, que está en el costado derecho de la iglesia, para sacarla por la puerta principal seguida por varias personas. Y al ver la imagen de Jesucristo vendada igual que la que representa la justicia, es fácil pensar que la religión y la justicia son dos entidades que necesitan la fe absoluta de sus creyentes o que actúan sin considerar las circunstancias de sus adeptos, aunque esto es solo una percepción mía.
La imagen de tamaño real además de estar vendada, sostiene unas palmas y va vestida de blanco, lo cual me recuerda a las innumerables víctimas de altercados de diferentes naturalezas como la masacre de Las Jagüitas, el caso de Amalia, los refugiados sirios, y muchos más que están atados de manos intentando hacer ver que tienen la vestidura blanca pidiendo tregua. Es cargada la imagen de Jesús por cuatro hombres mientras un niño detrás toca el redoble y una cuadra antes los chicheros tocan una marcha que parece el anuncio de una muerte dolorosa.
Este año fue diferente. Los feligreses no llevaban candelas para acompañar la imagen, la gente en la procesión no iba callada, algunos, incluso, iban distraídos con sus celulares, porque las cosas van cambiando. Lo único frío, inamovible, espectral y silencioso era la imagen de Jesucristo que durante aquella larga peregrinación por las calles de la ciudad de las flores, invitaba a la reflexión y a la crítica del contexto en el que transitaba.
De ahí nacen los silencios sociales:
El silencio de los moteles sobre la identidad de sus visitantes a causa de la doble moral de la sociedad.
El silencio de las mujeres que no denuncian a sus padres, maridos, parejas, compañeros de vida y novios que las golpean.
El silencio por miedo a que no les crean de las niñas y jóvenes víctimas de abuso sexual por parte de algún pariente cercano.
El silencio que nos imponen a quienes no comulgamos con ninguna religión, cuando nos bajan el volumen del radio por ser semana santa.
El silencio de los ancianos que son abandonados por sus hijos en un acilo.
El silencio de los animales que son maltratados por ser callejeros, cuando la sociedad es quien no se hace cargo de ellos.
El silencio de los animales que están en peligro de extinción y de los que ya están extintos; por la caza imprudente, la comercialización y por quienes prefieren ignorar el asunto.
El silencio de las adolescentes, jóvenes y mujeres adultas que se masturban, que tienen sueño húmedos o que perdieron su virginidad por miedo a la exclusión, al juicio social y los típicos dedos señalando con las miradas inquisitivas junto al susurro que destruirá tu reputación como mujer de bien que la sociedad te ha impuesto.
El silencio de los temores y los miedos que tienen los hombres porque habrá incluso mujeres que los señalarán y llamarán «cochones».
El silencio de los hombres que sufren maltrato tan verbal como físico en su relación de pareja, pues el estereotipo social que la mujer es la única víctima y los estereotipos machistas que el hombre es el fuerte no los dejan pedir ayuda.
Y podría seguir enumerando la lista de silencios pero de nada sirve si vos amigx lector(a) no tomás consciencia e iniciás acciones para cambiar el patrón que nos hace callar las injusticias sociales. ¿Vas a seguir callando?