Sí, este es un artículo sensacionalista, pero tal vez así hago escuchar mi voz, que de otra forma se perdería entre los lamentos que rodean cada uno de estos casos. Lamentos que solo esperan mi nombre para volver a surgir, esta vez fue en Rivas, la siguiente seré yo desde algún municipio en el norte u occidente del país. Yo, la próxima niña violada, puedo declarar desde ya, porque ésta es una historia que se repite una y otra vez.
El calvario comenzará desde la comodidad de la privacidad familiar, porque estas son cosas de familia y Dios nos libre del escándalo público. Cuando el secreto no pueda mantenerse más y explote el nuevo chisme del barrio -y del país- la noticia irá más o menos así:
Mi madre tendrá que verse en la penosa situación de contar mi violación a un periodista. Como si no fuera suficiente desgracia haber sido violada: voy a aparecer en todos los periódicos, escondida tras cuatro iniciales en un intento absurdo de darme privacidad.
Y así, como los chismes en los pueblos, mi caso estará en boca de todos, hasta que mis iniciales sean cambiadas en los diarios por las de mi sucesora, la siguiente niña violada. Y la historia se repetirá una vez más, sin importar que los abusadores estén entre nosotros, en nuestras familias, en nuestras escuelas o donde sea que haya niñas, porque todas estamos expuestas.
Si mi caso se convierte en uno de esos en los que muero, en los que encuentran mi cuerpo en un plantío de maíz días después de haber salido a comprar a la venta de la esquina, mi madre tendrá que verse en la televisión llorando mi muerte, porque ni los funerales respetan:
Pero si vivo me espera el peor de los escenarios: convertirme en mamá con 12, 13, 14 o 15 años, porque las leyes del país donde me tocó nacer no están a favor de la vida de las mujeres ni de las niñas como yo. Aquí se nos obliga a criar un bebé que es el producto de la peor experiencia de nuestra vida. «Se puede dar en adopción», me dirán algunos, como si mi cuerpo estuviera preparado para un embarazo, como si mi mente lo estuviera. Soy una niña nicaragüense, y en Nicaragua los medios normalizan el embarazo de niñas como yo y el gobierno califica de «milagro divino» los abusos a nuestro cuerpo, lo que contribuye a que siempre haya una «próxima niña violada» y que las iniciales de la anterior sean arrojadas, cada vez, en el hoyo del olvido.