Es un gusto poder compartir nuevamente con ustedes reflexiones tan mías, que en algunas ocasiones también son tan suyas, no hay nada mejor que poder expresar a través de un escrito situaciones que vivimos a diario, pero que ignoramos y silenciamos por la perversa naturalización de todas las formas de discriminación en contra de las personas de grupos poblacionales considerados “minorías”.
Como ustedes saben, tengo gran interés por escribir sobre temas referidos a la experiencia de las personas LGBTI y no es porque sea monotemático, sino porque me parece justo y necesario poder reflexionar y evidenciar los constantes maltratos que recibimos en muchos lugares que son para socializar; lo hago porque me parece ético denunciar, pero también porque es necesario demostrar que resistimos y existimos y que aunque muchas personas nos tienen pánico, estamos más cerca de ellas de lo que piensan.
De repente siento que muchas personas a las que se nos nota nuestra preferencia sexual o de plano nuestra explícita ruptura de género, somos blanco constante de atención, por el hecho de estar en lugares donde lo que está permitido es solamente algo ajeno a lo diverso, no solamente lo sexo-diverso, sino también a la diversidad de cultura, de raza y de clase. Hay lugares donde es notorio el corte clasista y racista, pues ambos están solamente a un paso de distancia y la presencia de cuerpos negros, indígenas o de personas de escasos recursos no son bienvenidos, y son detenidos en la puerta por el famoso eslogan que reza: nos reservamos el derecho de admisión.
Resulta que para poder ser tomado en cuenta en espacios como el académico, el bancario, el servicio al cliente, el gerencial, el policial, el político partidario, por mencionar algunos, debemos cumplir con un modelo rígido de apariencia, para poder ser tomados en cuenta como personas capaces de asumir el puesto y todas las funciones que este conlleva.
Creo que es difícil para muchas personas -sean estas hombres o mujeres- , tener que empezar a relacionarse con otra sexualmente diversa y vaya que no se trata de que nacemos con un rechazo natural en contra de lo diferente, sino más bien es el resultado de una educación que veta lo que no le conviene al sistema que se sepa, mientras las personas LGBTI, las comunidades afro e indígenas sepan menos de sus derechos, mayores abusos en contra de ellos serán hechos con la mayor de las impunidades.
Se ha hecho un vicio espantoso querer estereotipar cómo debe lucir una gerente de banco, cómo debe lucir un profesor de universidad, qué cara debe tener una diputada o un diputado, qué aspecto debe tener la primera o primer comisionado de la policía y esto no apunta más que a fomentar estereotipos que lo que hacen es reforzar la doble moral social que tanto daño nos hace y que a la vez sirve de plataforma para naturalizar todas las formas de discriminación que conocemos, sean estas por lo LGBTI o por ser negro, indígena, pobre, inculta o migrada, como si Managua fuese la urbe del mundo entero.
Yo la verdad no estoy dispuesto a dar un paso atrás en cómo quiero ser y de qué manera hago míos los espacios donde participo o apenas me integro, ha costado muchísima energía vital disfrutar ciertas acciones que nos han sido negadas por mucho tiempo y la verdad no sé si deba dejar de ser o debamos dejar de ser nosotras/os para que otros/as sean, la misión de diversificar los espacios -creo que suena mejor mariconizar- es un fin democrático fundamental de todas y todos.
Propongo que cada cual lo intente desde sus propias experiencias, quizá no vaya a verse un cambio radical en el momento, pero si podemos empezar a demostrar poco a poco que existimos y resistimos y que las incomodidades por ser diferentes se las trabaje cada quien sin necesidad de querer cambiarnos o heterosexualizarnos.