No entiendo por qué muchas veces son las situaciones trágicas las que nos hacen reflexionar, pero fue la mañana del domingo 12 de junio cuando la muerte me dio miedo de una forma que no había experimentado. Ese día me desperté, revisé mi teléfono, entré a Twitter y el tema de la matanza de Orlando ya era trending topic. Empecé a leer los reportes, la cantidad de muertos (todavía no se confirmaban los 49), el horror del ataque, la madrugada infernal en Pulse y solo pude pensar: «Dios… Yo pude haber muerto allí y mi familia se habría dado cuenta por las noticias». Lo mismo que pasó con algunas de las personas masacradas de forma tan espantosa.
Porque quiero decirlo claro: soy lesbiana y mi familia no lo sabe. Eso significa, entre otras cosas, que vivo aterrorizada, que he tenido que aprender a esconderme de mil maneras, que casi todas (o todas) mis salidas van acompañadas de una mentira, pues digo que voy al cumpleaños de una amiga o a reunirme con alguien por motivos laborales y me invento todo un cuento alrededor de eso… Pero en realidad puedo estar en cualquier otra parte, desde un restaurante, hasta un motel… ¿Y si en ese lapso de tiempo me pasa algo? ¿Si me atropellan, o me asaltan, o hay un terremoto? Nada, a buscar cómo resolver con mucha rapidez y discreción, mis papás no pueden saber dónde estaba (y menos con quién) y debo volver a mi hogar sana, salva y sin huellas de haber roto ninguna regla divina ni humana.
Ustedes no se imaginan cuántas veces en los ratos de tranquilidad familiar he mirado en silencio a mi papá y a mi mamá con el dolor de saber que no me conocen. Solo somos dos hermanos, yo soy la única hija y ellos me han amado, cuidado y protegido hasta el extremo, me han dado absolutamente todo y sin embargo no saben quién soy, me veo a mí misma como una desconocida que vive con ellos y les inventa historias para que «nunca» sepan que desde la adolescencia he fingido ser alguien que no soy, para evitarles ese sufrimiento, esa «vergüenza».
Porque… ¿Cómo decirte mamá, que soy lesbiana? A vos, una mujer de carácter tan fuerte, chapada a la antigua, entregada a la iglesia, a la Virgen y a los santos, volcada en tus dos hijos hasta el punto de asfixiarlos, fiel creyente y defensora del sagrado matrimonio entre hombre y mujer, de la familia tradicional y de la heterosexualidad obligatoria. A vos que ves la homosexualidad como un pecado y te compadecés de las madres con hijos gays. ¿Cómo podría soportar tus lágrimas, tu dolor y tu desprecio? ¿Qué haría si entrás en shock o en depresión? ¿Y si meses después te da un infarto o un derrame? ¿Podría cargar en mi conciencia con tu enfermedad o tu muerte? De verdad pienso así mamá, siempre lo peor, igualita a vos.
Y vos papá, un hombre de campo, machista, conservador, el más homofóbico que conozco, el que me achaca ser «defensora de cochones» cada vez que respondo enojada a tus bromas estúpidas o tus burlas crueles… ¿Te acordás que alguna vez te dije que la lengua te iba a castigar? Pues aquí está tu «castigo»: si defiendo a los «cochones» es porque yo también soy una, la más cochona de las cochonas, así que a partir de ahora mejor pensalo bien cuando vayás a hacer un «chiste» sobre los «muchachos modernos» o a señalar a alguien, pensalo bien porque es a mí que me lo estás haciendo… ¿Eso podría decirte papá? ¿Que tu niña mimada, tu gran orgullo, tu profesional graduada de la universidad con honores es una de esas locas a las que te encanta discriminar?
Hace unas semanas conversaba con alguien que también es gay “en secreto” (créanme que somos muchas y muchos en esta situación), hablábamos de las discos gays de Managua y le decía que debíamos ir a Tabú, que seguro se siente bien estar en un ambiente donde poder ser nosotras mismas, que de pronto ya no me importa tanto «darme color» porque quiero vivir esa experiencia, ese pasito fuera del clóset… Es muy triste, ¿cuántos de los que frecuentaban Pulse lo veían un sitio de liberación, donde podían expresar su verdadero yo? ¿Cuántos tenemos que buscar espacios, rincones, donde poder ser simplemente nosotros?
Por eso esta es una forma diferente de miedo. Tengo miedo a morir encerrada en este armario tan pequeño y oscuro, a partir del mundo siendo una extraña para mis seres queridos, a fallecer sin nunca haber hecho algo tan normal como caminar de la mano con mi novia sin temor o besarla en el food court de un centro comercial o en una parada de bus tal como cualquier pareja hetero lo hace, a no haber ido jamás a una marcha del orgullo ondeando esa bandera multicolor que siento tan mía, a que hayan otros como ese desgraciado que «bromeó» con atentar en Tabú y tengo tanto miedo que hace unas semanas seleccioné en Facebook un contacto de legado, a mi ex novia, una persona maravillosa que sufrió mucho con nuestra relación «secreta» y a medias y le pedí que, si me pasa algo, por favor escriba toda mi verdad y la publique junto con una foto mía donde me vea bonita y libre. Porque sé que un día por fin voy a ser libre. Tan libre como todos merecemos ser.
Colaboración de Leila Vargas (seudónimo)