Sé que te estás disculpando porque hoy nos tenés miedo, no porque estés arrepentido o deconstruido. Te estás disculpando porque ya crecimos y sabés que podemos contar lo que hiciste. Te estás disculpando porque tenés miedo de que tu nombre forme parte de una nueva lista y de que tu nombre de poeta ya no sea reconocido por la prosa de tu pluma, sino por la prosa de tu acoso. Te estás disculpando porque ahora ya sabemos que los textos de tus inbox tienen un nombre: acoso, ciberacoso y que es un delito contemplado en la legislación salvadoreña.
Sucedió. Un viejo ciberacosador sexual me escribió para pedirme disculpas vía Twitter. Confieso que no me lo esperaba. Todo ocurrió por el 2016. Él, reconocido en el ámbito cultural por sus obras, me acosó a mí, y a otras colegas, la mayoría estudiantes de comunicaciones,todas jóvenes. Todas menores que él, con una diferencia de más de 10 años.
Transcribo aquí el contenido de su mensaje, escrito el 11 de octubre de 2019:
“Hola, Mónica. Te escribo con todo el respeto debido. Quiero disculparme por las veces que en el pasado te haya hecho sentir incómoda o te haya dicho cosas fuera de lugar. Admito mi culpa. Sé que el machismo es estructural, tengo casi cuarenta años de vivirlo en carne propia en modos que yo no comprendía del todo. Eso no me justifica, pero permite entender que el cambio que esta sociedad requiere pasa también por el plano personal. Estoy luchando para cambiar y sanar. Espero no importunarte con este mensaje. Saludos.”
Entre la molestia y el desconcierto, pues estas son cosas de las que una no se quiere acordar, decidí desahogarme con una colega. Así me di cuenta de que a otra colega le había enviado el mismo mensaje. En la redacción del texto sólo cambiaba el nombre. Con mi compañera, a quien llamaré Fernanda, nos enojamos, nos reímos, nos indignamos y llegamos a ciertas conclusiones. Hicimos llamadas, chateamos con otras mujeres, quienes también habían recibido mensajes de contenido sexual de este hombre hace años, y descubrimos que solo se había disculpado con nosotras. La razón: el miedo. Déjenme explicarles por qué.
Esa misma semana en un evento público, en un microsegundo y después de varios años de haber recibido sus mensajes incómodos, advertí la presencia del ciberacosador; y él, la mía. Realmente no le tomé importancia. Como ya expliqué esas son cosas que una prefiere olvidar, aunque sea imposible.
Para describir un poco el contexto del evento: estábamos rodeados de periodistas, políticos, abogados y personas que dirigen y generan opinión pública. Mi colega y yo somos feministas. Nuestras publicaciones en redes sociales, que fue el medio utilizado por él para acosarnos, dan fe de esto. Intuyo que esa situación, y las recientes publicaciones en Twitter sobre agresores y acosadores sexuales, provocó que tres días después él nos escribiera para pedirnos disculpas. También porque ya no somos estudiantes de comunicaciones, somos mujeres periodistas y feministas que nos movemos en espacios donde él es reconocido. Somos mujeres que tenemos voz propia y que generamos contenidos en plataformas que buscan exponer temas de desigualdad: periodistas en los inicios de su carrera, pero periodistas al final.
Esta es para mí la razón por la cual decidió exclusivamente disculparse con nosotras. Acto seguido, se dedicó a hacer un mea culpa desde su cuenta de Twitter. Como era de esperarse, lo que no ha publicado es que se dedicó por años a acosar mujeres jóvenes, e incluso menores de edad, por medio de internet. Solo acepta haber «normalizado el irrespeto y el acoso con» su «cultura de macho». Dice que debe intentar sanar. Y que el patriarcado es un sistema opresor del cual él era parte y bla, bla, bla. Miedo. Además, se ha dedicado a retuitear a activistas feministas salvadoreñas… de un día para otro se ha convertido en un aliado feminista.
Cuentos eróticos como herramienta para el ciberacoso
La primera vez que escuché sobre él, yo era estudiante de comunicaciones y trabajaba por horas sociales como asistente de investigación para un proyecto de la universidad. Una compañera me contó que un hombre le escribía para compartirle sus cuentos eróticos. Esa era la treta que usaba para después hacerle preguntas fuera de lugar. Esto de alguna manera la molestaba e incomodaba. Ambas pensamos que era raro y lo dejamos hasta ahí. Meses después, recibí exactamente el mismo tipo de mensajes de un hombre, quien además era un funcionario público. Era el mismo ciberacosador. Estamos hablando de allá por 2016.
Ese mismo año, el cuatro de febrero, la Asamblea Legislativa aprobó La Ley Especial de Delitos Informáticos y Conexos. Esta busca proteger los siguientes bienes jurídicos: “La información que garantice y proteja el ejercicio de derechos, fundamentales como la intimidad, honor, integridad sexual, propiedad, propiedad intelectual, seguridad pública, entre otros”.
En el Capítulo III de la ley: «Delitos relacionados con el contenido de los datos», se lee:
«Acoso a través de Tecnologías de la Información y la Comunicación
Art. 27.- El que realice conducta sexual indeseada por quien la recibe, que implique frases, señas otra conducta inequívoca de naturaleza o contenido sexual, por medio del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, será sancionado con prisión de cuatro a seis años».
Sin embargo, el acoso sexual es un delito desde 1998, cuando entraron en vigencia los nuevos Código Penal y Procesal Penal. El artículo 165 lo tipifica y la condena es de tres a cinco años. Si el acoso es cometido contra menores de edad, la pena es de cuatro a ocho años de cárcel. Pues bien, mi ciberacosador, el ciberacosador de mis colegas y amigas, el poeta y ensayista ha infringido ambas leyes.
A Fernanda, la acosó cuando era menor de edad. A ella le molestaba recibir sus mensajes. Pensó que el acoso sexual se detendría si ella dejaba de frecuentar los espacios y talleres literarios donde ambos coincidían. Y lo bloqueó de sus redes sociales. Así, Fernanda renunció a sus espacios y a formarse en la literatura. Todo para encontrar paz, respeto y tranquilidad.
¿Qué teníamos Fernanda y yo en común a parte del mismo acosador sexual? Enfado, impotencia, incomodidad, frustración y falta de información. No entendíamos el acoso como tal y mucho menos sabíamos de la Ley de Delitos Informáticos ni del Código Penal. Al final, ambas lo bloqueamos de Facebook con tal de detener sus mensajes. Y él terminó cerrando su cuenta en esta red social, no así en Twitter.
En el caso de Fernanda, cometió un delito más grave porque ella era menor de edad cuando la acosó. Esto de acuerdo con el Capítulo IV de la citada ley contra delitos informáticos:
Acoso a Niñas, Niños y Adolescentes o Personas con Discapacidad a través del Uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación
Art. 32.- Quien atormente, hostigue, humille, insulte, denigre u otro tipo de conducta que afecte el normal desarrollo de la personalidad, amenace la estabilidad psicológica o emocional, ponga en riesgo la vida o la seguridad física, de un niño, niña, adolescente o persona con discapacidad, por medio del uso de las Tecnologías de la Información o Comunicación, será sancionado con prisión de dos a cuatro años. La pena se agravará con prisión de cuatro a ocho años, para quien realice conducta que implique frases, señas u otra acción inequívoca de naturaleza o contenido sexual contra una niña, niño, adolescente o persona con discapacidad, por medio del uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación.
Entonces, exciberacosador sexual, no nos debés una disculpa. Nos debés un par de años de prisión. Lo mínimo sería que, con tu prosa, redactés una disculpa pública dirigida a todas las personas que has acosado sexualmente. No esos tuits ambiguos ni esos mensajes privados en los que solo cambiás el nombre de tus acosadas. Y déjame aclararte algo, la deconstrucción, esa tu lucha por cambiar y sanar no es válida si solo te disculpás con mujeres que tienen roles específicos en la sociedad, con mujeres periodistas que trabajan en medios de comunicación. Eso no es ganas de cambiar, es conveniencia.
Un lugar común llamado acoso
Mientras me debatía entre escribir o no sobre esto, me encontré con un post de Claudia Alvarado, una excompañera de la universidad y comunicadora social. Claudia exponía indignada a un ciberacosador sexual. Entonces me pregunté: ¿Cuáles son las probabilidades de que yo, una persona que sufrió ciberacoso, encuentre ese mismo instante la publicación de denuncia de otra mujer con el mismo problema? Pues parece que somos muchas. Y es que el acoso cibernético o acoso online es un mecanismo que utilizan los hombres que aprovechan el carácter impersonal de Internet para aproximarse a las víctimas.
El acoso por Internet tiene como antecesor al acoso sexual offline, ese que se da en la casa, en el trabajo o en espacios públicos. Solo de enero a septiembre de 2019, la Policía Nacional Civil recibió 612 denuncias de acoso sexual: 562 corresponden a mujeres que han sido acosadas sexualmente. Es decir, nueve de cada 10 víctimas de acoso fueron mujeres. En las siguientes infografías, la periodista Metzi Rosales Martel, presenta estos datos que fueron publicados en las redes sociales de Temporada de Leonas y que actualizó para que yo los comparta en este texto:
Después de leer el post de Claudia, le pregunté si sabía que podía acudir a la Fiscalía General de la República y su respuesta fue no. Juntas llegamos a la conclusión de que el desconocimiento es un arma para estos hombres.
Claudia decidió denunciar públicamente a su acosador. En su cuenta de Facebook escribió: “Dudé muchísimo antes de escribir esto, quizás porque sentí que no tiene ningún caso. En parte es porque estoy molesta porque no reaccioné como debía o como quería ante esta situación, eso me hizo sentir muy culpable”.
Para ilustrar mejor la situación, Claudia adjuntó capturas de pantalla de los mensajes que le envió el sujeto.
Le conté a Gabriela lo que este ciberacosador sexual tenía en común con el mío y el de Fernanda y su respuesta fue abrumadora. Hace años, cuando ella cursaba la materia de Periodismo II, entrevistó a nuestro exciberacosador para un reportaje sobre escritores que tuvieran otros trabajos para poder costear su carrera. Tiempo después, él comenzó a acosarla. “Yo lo bloquee. Hubo días en que me escribía que quería verme. Qué horrible, hasta tenía su método. No sé por qué uno siente que una es la del problema, que una exageró, que solo es un man loco y que se le va a pasar”, me explicó.
Claudia concluyó su post invitando a romper el silencio. “Denuncien el acoso, sea online o offline pero no callen, ellos hacen estas cosas porque creen que no pasará nada, que podrán regresar a las sombras y no pasará nada. Ahora más que nunca necesitamos el feminismo, necesitamos que la gente entienda que no es no y que no pueden abordar a otras personas que no conocen de esta forma porque no es romántico ni lindo ni nada. ES ACOSO.”
Un día después de que ella hiciera públicas las capturas de pantalla, cuatro personas allegadas al dueño del perfil, le escribieron pidiéndole que eliminara la publicación. Aseguraban que a su familiar y amigo le habían hackeado su cuenta de Facebook. La presión por parte de estas personas, la hizo ocultar la publicación. Como no hay forma de comprobar si estas explicaciones son ciertas, sabe que es su palabra contra la red de apoyo de este sujeto.
Yo también dudé al escribir esta entrada en mi blog, porque la crítica y los señalamientos nunca dejan de dar miedo. Aunque el texto de sus disculpas constituye una prueba, él puede intentar minimizar el ciberacoso sexual que me hizo a mí y a mis colegas. Debo reconocer que no hago público su nombre por esta razón. Por eso, las palabras de Metzi cuando le comenté mi experiencia, la de Fernanda y Claudia, me hicieron mella: “Para estos casos es curioso cómo la presunción de inocencia juega a favor de ellos. Las acosadas tenemos que demostrar que nos acosaron, las violadas tenemos que demostrar que nos violaron”. Sin embargo, estoy consciente de que es hora de romper el silencio para prevenir que otras personas pasen por lo mismo y para que quienes han experimentado cualquier tipo de acoso sepan que es un delito y pueden denunciarlo en la policía o en la fiscalía. No somos las primeras en despertar y sé que no seremos las últimas.
Y para vos, no acepto tus disculpas porque no me parecen sinceras. No le hacés honor a tu profesión. Ocupar el arte, en este caso la palabra escrita, para ciberacosar sexualmente, te aleja de la naturaleza de tu profesión. No eres una persona humilde ni afable. Y tu pluma no solo nos ha lastimado, nos ha ofendido, nos ha irrespetado y la has usado como arma para cometer el mismo delito con distintas jovencitas.
Texto originalmente publicado en La Palabra Incómoda, escrito por Mónica Campos con edición de Metzi Rosales Martel.