Desde hace ya un rato me vengo preguntando por qué los nicaragüenses no viajan. El otro día lancé la pregunta en medio de una conversación y recibí un: «tal vez porque somos el segundo país más pobre de Latinoamérica» en un tono irónico y un poco hostil, como si la pregunta fuera ofensiva. Sin embargo, yo creo que realmente hay mucho más detrás de esa respuesta: me atrevo a decir que los nicaragüenses no viajan porque consideran que viajar es para los «ricos».
El problema, en mi opinión, es que hemos permitido que sean «los cheles» quienes nos digan qué es viajar y cómo se hace, cuando realmente todos/as, de forma permanente, estamos viajando —yo llevo casi 21 años y apenas me di cuenta—. Este modelo importado que consiste en ir de hotel en hotel viendo paisajes bellísimos desde una piscina, con una copa de vino en la mano menosprecia el tesoro escondido en viajar: la oportunidad de conectarte físicamente con una nueva cultura y todo el aprendizaje que esto conlleva.
No quiero negar la diferencia socioeconómica o cultural que existe entre unos países y otros, es una realidad que no elegimos pero que está ahí, es cierto; si un estadounidense o europeo quiere viajar a Latinoamérica le basta trabajar de mesero unas semanas. Si invertimos los roles la historia —si llega a darse— es muy diferente, pero esto no quiere decir que no haya otras formas de viajar —y para eso es este espacio.
La fórmula mágica consta de tres fases: informarse, planificar y presupuestar. La palabra clave: flexibilidad.
Cuando estaba a punto de terminar mi pregrado le dije a mi tío —mi papá, prácticamente— que este año quería viajar mucho… Le expliqué que existen granjas por todo el mundo que dan comida y dormida a viajeros a cambio de trabajo. En ese momento yo tenía el ojo puesto sobre una granja de Götingen, Alemania, en la que se produce pan de forma orgánica… Sin duda una locura, lo sé.
Abandoné la idea tiempo después, pero hubieran visto su cara cuando le dije, después de estar cinco años pagándome la universidad, que quería trabajar por comida. No lo entendió, ni lo entiende y tampoco le exijo que lo haga —es la fecha y no sé si lo ha superado—. Los adultos no están dispuestos a sacrificar su comodidad con el fin de conocer una nueva cultura, pareciera que las ganas de querer ver un poco más de mundo a toda costa es más propio de nuestra generación, y ya que mencioné esa palabra, le escribí al milenial para saber lo que piensa sobre esto.
Él, Ernesto Valle, cree que más allá de las facilidades prácticas que tenemos respecto a los viajes —vuelos baratos, información, etcétera— el asunto se relaciona con los contextos en que nos hemos desarrollado ambas generaciones: «como no hubo guerra podés estudiar y trabajar, y, por lo general, vivís con tus padres o subsidiado por ellos… así que ahorrás y te das tu vuelta».
«Es necesario viajar. Nicaragua está muy limitada en acceso al arte y en capital cultural y poder vivirlo en otros lados y comparar es necesario. Aprovechemos que el contexto nos permite hacerlo», opina.
Hace unos días, cuando aún me cuestionaba la creación de esta columna, me llegó a través de Whatsapp una captura de pantalla de una publicación que rezaba: «¿En qué momento vivimos? Es todo un negocio, y lo pagamos no con dinero, sino con tiempo de vida. ¡Cambia la fórmula! ¡Renuncia!». La imagen que la acompañaba mostraba a dos hombres en una jeep-aventura —creo que originalmente era un video— y claramente instaba a quienes la vieran a renunciar a sus trabajos e irse de viaje. Error 1.
Como respuesta a esa publicación había un comentario muy prejuicioso e intolerante. Quise resumirlo, pero es mejor que lo lean íntegro:
A mi parecer ambos tipos adoptan posturas muy extremas, pero el segundo, en medio de su soberbia, tiene algo de razón. Es cierto que es una irresponsabilidad decirle a la gente que renuncie y viaje bajo modelos copiados de los europeos o estadounidenses —Error 2—, pero se equivoca en que es «un lujo» que solo ellos pueden darse, como si el hecho de ser latinoamericano fuera una razón para renunciar a una experiencia que en realidad beneficia el crecimiento personal y, además, el desarrollo profesional. En lo que sí acierta al 100% es en que para viajar, al menos desde este lado del mundo, hay que trabajar —duro— y ahorrar.
Aunque considero que este concepto errado debe cambiar, no culpo a quienes lo sostienen, pues, como todo, tiene un precedente histórico. Los boletos aéreos, al comienzo de la aviación comercial, eran un lujo que muy pocos podían darse. Las principales rutas solo volaban entre las ciudades más caras del mundo, como París, Londres y Nueva York.
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Volar, más que el hecho práctico de transportarse, era formar parte del jetset, un término originalmente utilizado por los periodistas para referirse a la cúpula de personas adineradas que podían costearse los vuelos, que después fue acogido por el mundo de la moda e, incluso, la industria cinematográfica. Fue hasta después de los años 60 que los boletos empezaron a abaratarse en y entre Estados Unidos y Europa y volar fue accesible para más personas.
Acá todavía tenemos esa percepción alrededor de viajar. Conocí a un señor que se vestía de saco y corbata solo cuando volaba a Alemania para visitar a su hija, como si 25 horas de vuelo —con escala y conexiones— no fueran suficiente tortura. Me estoy adelantando a los tips de viaje, pero tengan esto en mente: lo primero es la seguridad y lo segundo la comodidad.
En Nicaragua, como era de esperarse, el abaratamiento de los costos tardó un poco en llegar… La escasa afluencia de viajeros y, por ende, las pésimas conexiones con los aeropuertos del mundo causaban que hasta hace algunos años la mayoría de las rutas fueran ridículamente caras. No es que actualmente volar desde MGA sea como tomar un bus a Granada, sin embargo, los precios de los pasajes de avión han disminuido y tenemos mejores conexiones con el mundo. Tan solo con tener alrededor de 4 conexiones diarias con la Ciudad de Panamá (PTY) —uno de los aeropuertos más importantes y mejor conectados del continente— mejora considerablemente nuestra situación.
Viajar es cada vez más accesible para el mundo —incluidos nosotros—; la razón por la que no lo hacemos corresponde a nuestra cultura y no a nuestra situación económica, prueba de ello es el poco turismo interno que se realiza en Nicaragua. Teniendo algunas de las atracciones naturales más impresionantes de la región los nicas nos damos el lujo de no conocer nuestro país. Dicho esto, les pregunto, ¿a dónde vamos?
A mi parecer, también, gran parte de los jóvenes actualmente cuando consiguen un trabajo lo primero que piensan hacer es comprar un automóvil. Muchos tal vez lo hacen porque piensan que un auto te da cierto «estatus» social, otros por comodidad o signo de cierta «independencia» de poder irse donde quieran cuando quieran aunque vivan en el mismo techos que sus padres.
Toman una deuda por años que compromete un salario no tan alto como para pagar un gasto fijo (mensualidad, combustible y reparaciones) y viajes al mismo tiempo.
Así mismo pienso que muchos lo que tienen fijado en sus mentes es hacer sus familias lo mas pronto posible.
Hay falta de cultura en los jóvenes para que busquen como viajar y llenarse de experiencias que hacen crecer al ser humano y hacerlo independiente. Y creo que hay que intentar culturizar de alguna manera y crear conciencia que la vida no es solo una vía (estudio, trabajo y familia) que también hay otros caminos para ser felices y tener satisfacción por lo vivido.
No debemos llegar a una cierta edad inconformes por como gastamos nuestro dinero y tiempo.
En lo cierto, Adriana. Muchas gracias por tu comentario y retroalimentación. Saludos desde Chiriquí, Panamá 🙂