Aunque el amor por el canto se ha mantenido intacto a lo largo de los años, Rocío Velasco, cantante salvadoreña, primero conoció la emoción de estar en un escenario a través del teatro en la universidad.
Mientras las obras sobre las tablas le traían un mundo nuevo de experiencias y creatividad, la música la ha acompañado en todos sus proyectos artísticos y gracias a su compromiso por mantener un continuo aprendizaje y control de su instrumento vocal, las oportunidades fueron llegando a su puerta en el momento adecuado.
Desde muy joven Rocío recuerda tener ese acercamiento a la música desde el estudio, la práctica y el aprendizaje. A los 18 años su mamá la puso a recibir clases con Pamela Robin, quien la introdujo por las sendas de la técnica vocal aplicada a la música popular y a partir de ahí el flechazo por la música se hizo latente y aprendió afinación, control de la respiración, entre otras técnicas necesarias para incursionar en el canto.
Inmersa en las artes
Rocío nos cuenta que al igual que en muchos otros países de la región no hay muchas opciones para el arte y si las hay, son privadas y muy caras. En su caso, ella estaba estudiando biología cuando decidió dedicarse por completo al teatro.
Y así, durante cuatro años, Rocío fue parte del grupo de teatro de la universidad, lo cual le permitió participar en festivales, viajar por Centroamérica y aprender de otros grupos de teatro.
Luego de haber vivido situaciones de violencia fuera y dentro del grupo, Rocío recuerda que sus ojos se abrieron cuando fue con una amiga a ver la obra “No solo duelen los golpes” de la actriz Pamela Palenciano.
Y es así como comenzó a involucrarse con otras mujeres que eran feministas o que estaban incursionando en el feminismo en ese tiempo en El Salvador a través de distintas actividades, como conciertos y conversatorios que la inspiraban a crear canciones, hacer covers o conectar con otras artistas.
Su giro hacia la música
“Ya no me sentía segura en el espacio en el que estaba. Y comencé a organizarme con un colectivo que se llama Amorales, fundado por artistas que estaban comenzando a hacer teatro y habían recibido violencia en estos espacios. Así que crearon su propio proyecto para hacer arte en un lugar seguro”.
Como querían ampliar su colectivo no solo a teatro sino que también a la música, le hicieron la propuesta de crear un grupo y así comenzó el proyecto Luna de Anatolia. Primero aplicaron a un fondo semilla pequeño, y aunque no ganaron, ese proceso les permitió crear y ponerle nombre al grupo, definir qué tipo de música iban a hacer y cómo.
«El nombre nace porque Anatolia era donde ahora es Turquía, allí las mujeres se reunían en cuevas a hacer música, se reunían a tocar tambores. Y cuando entra como religión oficial el catolicismo, comienzan a decir que son brujas y les quitan ese acceso para reunirse en esos espacios a tocar», explica Rocío.
Había una percusionista que hablaba sobre cómo las mujeres en diferentes momentos de la historia han sido importantes dentro de la música, no solo como las musas, sino como ejecutantes, por eso llamaron al grupo Luna de Anatolia.
Con Luna de Anatolia se enfocaron mucho en los tambores, en las persecuciones porque hicieron una pequeña investigación de cuál había sido el rol de las mujeres en la historia dentro de la música y de las percusiones.
Una voz que se despierta
Fue ahí cuando Rocío comenzó a escribir canciones: “Ya había tenido mis intentos, siempre me ha gustado mucho la poesía y suelo escribir un montón siempre. Pero en ese momento me puse seriamente a escribir y en Aquelarre, el festival que teníamos de la colectiva, presentamos el grupo integrado por 4 mujeres: dos cantantes, una guitarrista y una percusionista”.
Entonces, una compañera del grupo que estaba en el sistema de coros y orquestas le dijo que había audiciones para el coro juvenil nacional. Rocío logró entrar y estuvo allí durante dos años, lo cual ayudó a su formación coral y del canto lírico.
Parte de las tareas del colectivo fue acompañar la lucha por la despenalización del aborto en El Salvador, hacían performances o denuncias de feminicidio o por acoso en las universidades. Fue así como Rocío supo erguirse y encontrar en el arte la herramienta necesaria para expresarse y sensibilizar sobre los temas más apremiantes para las mujeres de la región.
«Comenzamos con el proceso de grabar nuestras primeras canciones dentro del grupo. Y en ese tiempo fue la pandemia. No nos podíamos reunir. Cuando pasó, todo lo que hacíamos era estudiar colectivamente para seguir formándonos entre nosotras en temas de historia de la música. Y así íbamos aprendiendo más”, cuenta Rocío.
A finales de ese año, grabaron su primer EP, llamado Amnesia Episódica, son cuatro canciones que están disponibles en Spotify y en todas las plataformas. Rocío cuenta que fue una experiencia interesante poder grabar las canciones, y la gestión que se hace como artista para conseguir fondos, las artistas son muchas veces gestora de su propio arte.
Letras e historias
“Hay momentos en los que debido a las situaciones en las que una está envuelta no puede crear porque para ello también es necesario tener el espacio ideal y las emociones que nos permiten crear. Hay momentos donde no hay producción artística y eso está bien, no tenemos que vivir produciendo todo el tiempo, pero cuando exista ese momento, no importa si lo que se crea es un borrador, siempre hay que guardarlo”, expresa Rocío.
Rocío también ha usado las letras para plasmar su sentir en distintos aspectos de su vida, desde la tristeza y la familia, hasta el deseo y la crítica al sistema. Uno de ellos es el poemario La Panza de las raíces donde aborda el tema del luto, la pérdida de un ser querido debido al Alzheimer.
«Para mí, el arte ha sido algo muy importante, una forma de comunicación de mis emociones, de sanación de mis procesos. Y creo que el arte permite un montón. Por ejemplo, quise hablar mucho acerca del deseo que ha sido como un tema clave dentro de mis procesos artísticos. Cómo vivir el placer y asumirme como una persona que no es hegemónica y que no entra en los cánones de belleza», agrega Rocío.
Un espacio seguro
“Comenzamos a acompañar a estudiantes que habían sido víctimas de violencia sexual, física o psicológica por parte de sus catedráticos. Y así creamos festivales e intervenciones callejeras porque pensábamos mucho también en la reivindicación del espacio público para las mujeres», cuenta Rocío.
Aunque ya estaban en una casa con otras colectivas, no funcionaba como un centro cultural sino como un lugar para recibir talleres. Ante las limitantes las integrantes de su colectivo deseaban tener un lugar donde presentarse y en el cual otras mujeres artistas pudieran mostrar sus piezas. Entonces la oportunidad se dio para que fundaran su primer centro cultural: Casa Bruja.
“Y creo que eso también para mí fue como otro paso porque ya no solo soy la artista que hace piezas y hace activismo dentro de una colectiva, sino que ahora, hay algo físico que sostener. Hay un espacio, una casa que necesita que la coloque, ya no solo para mis piezas, sino que también es lo que hago para gestionar que otras hagan”, añade Rocío.
Planes a futuro
Entre sus planes a corto plazo Rocío quiere enfocarse en sacar música como solista. Acaba de terminar la grabación de una canción gracias a su participación en un concurso de un estudio de música hecho por mujeres, que se llama Reconexión.
Hay una selección de comics y podcast de una historia que escribió junto con dos colegas va a servir como metodología para dar talleres a niñas, con la canción que se llama Contra máquina. Y cuando ya esté lista, el objetivo es comenzar a crear su canal individual de Spotify y sus plataformas virtuales, para difundir su música y luego grabar algunas piezas de esos cuentos musicalizados.