Por Gabriela Castro
¿Se imaginan tener una idea fija en la cabeza por casi diez años? Pues bien, esa especie de perseverancia y disciplina me trajo a vivir a São Paulo hace ya ocho meses, a estudiar un máster en comunicación y prácticas de consumo, en el cual el eje de trabajo de estudio, análisis e investigación gira alrededor de temas de cibercultura y ciberactivismo en diferentes áreas, como género, arte, política y hasta marketing. Mi permanencia en la Escuela Superior de Propaganda y Marketing (ESPM), casa de estudio a la que asisto, ha sido enriquecedora, caótica y fascinante. Pero más allá de eso, hay una vida después de los salones de clases, la cual me ha enseñado mucho más de lo que esperaba sobre mí y sobre el país en el que vivo ahora.
Llegué a la “Tierra da garoa” (esp. tierra de la llovizna) un lunes de carnaval y no sabía, lo juro. Me encontré con una ciudad semi desierta y muy diferente a la que había conocido hace seis años, cuando vine de vacaciones, por segunda vez, a Brasil con mi familia. Diferente a como la recordaba y la recreaba en mi imaginario. Ahora, esta ciudad que miraba más gris (de ahí lo de la garuada eterna) y sucia que antes, se convirtió en mi casa mientras atrás dejaba la incomprendida, bulliciosa, polvosa y pequeña Managua en mi segunda estancia académica en el exterior.
Ahora, de São Paulo puedo decir tantas cosas que hasta me asombro. Primero, olvídense del carnaval pomposo y multitudinario que vemos en la tele, hay blocostemáticos por todos lados y vos podés seguir el que más te gusta, y embriagarte, claro. Segundo, a todas las amigas que me han preguntado “¿dónde están tus fotos en la playa paulista?”, déjenme decirles que la playa más cercana queda a dos horas de donde vivo, pero sí, hay tantos centros comerciales que te dejan ver una cultura de consumo muy arraigada y la cual me parece sumamente graciosa. Todo el mundo te encuentra en un mall, todo el mundo hace planes en él. Y ni hablar de la burocracia, tuve que llenarme de ardiente paciencia para poder abrir una cuenta en el banco y tramitar documentos varios. Ni modo, tocó aprender a hacer filas y no morir de desesperación en el intento.
Mis vecinos dicen que Sampa – como la ciudad es conocida también – es como Nueva York o su equivalente en Suramérica. Me gusta mucho esa teoría. Es una ciudad donde hay personas de todas partes de Brasil y del mundo. Aprendés de ellos estando con ellos. No en vano, ser la única nicaragüense que vive aquí, hasta donde yo sé, me causa cierta gracia y sarcasmo. Si recibiera un dólar por cada vez que me preguntan dónde está o qué es Nicaragua, hoy creo que tendría más de mil. Me han preguntado si está en Uruguay, o si es en el interior del Estado (llámese interior, es decir todos los 645 municipios de SP) o en Rondônia, el estado brasileño más lejano a mi ubicación geográfica. Descubrí que el brasileño no se considera latinoamericano y que “Latinoamérica” – o sea, nosotros, somos un todo isolado y separado más allá de la lenguas, costumbres y miles de kilómetros de distancia.
Pero eso también hace muy rica mi estadía acá, esa multiculturalidad y pluralidad de voces me hace adquirir un nuevo conocimiento cada día, o aprender una palabra nueva y hasta disfrutar de un nuevo platillo y lugares donde comerlos. Tengo un bar favorito donde saben qué me gusta y me lo sirven, sin preguntar, al sentarme. Y claro, no puedo dejar de hablar y pensar en la música brasileña, una de las pasiones más grandes de mi vida. Ver en vivo y en primera fila (Si estás leyendo esto, gracias Diana) a mis cantantes favoritos de la MPB y otros tantos me llena de paz infinita. Existen en esos momentos melodías y yo, nada más. Y la música, además de letras y acordes, es analgésica, purificadora y alegría a manos llenas. Soy feliz. Y este año, es muy sobresaliente en Brasil porque además de ser el año de #ForaTodoElMundo (ustedes saben a quiénes me refiero, pero de eso, hablamos en otro episodio), es el centenario de la encantadora samba que fue grabada por primera vez hace un siglo y también, la conmemoración del natalicio de Clarice Lispector, una de las escritoras más revolucionarias de Brasil y favorita de mi biblioteca personal.
Otra de las cosas que puedo contarles de São Paulo es que el clima es irregular. En un mismo día puede llover muy fuerte, hacer mucho calor y acabar con niebla y frío. Mis pulmones y mi sistema inmunológico lo han resentido dos veces con bronquitis; pero eso sí, es una delicia hacer caminatas inglesas (término denominado a los paseos dedicados para pensar y reflexionar, o simplemente caminar sin rumbo en la literatura). La semana pasada caminé a medianoche con una brisita y un frío cautivante, lo cual me llenó de sosiego y contentura.
Estar aquí me ha permitido darme cuenta de muchas cosas. Ha servido para deshojarme, cual árbol, para estar cerca de mi misma de una forma certera pero paulatina, así como paralizadora. Que al estar lejos, los que te aman de verdad siempre van a estar cerca de vos a un mensaje de distancia. Extraño a mis amigas. Extraño los atardeceres de Managua. Aún aquí no capturo uno. Extraño la Managua naranja y rosácea al despedir la tarde desde Tiscapa. Y extraño los tostones con queso también, pero qué les diré, por ahora estoy comiendo algo de carne y tapiocas, probando cada vez más la comida mineira (De Minas Gerais, Estado Brasileño) y a deleitarme con una torta de chocolate, así como la perfecta combinación entre el coco y la leche condensada. ¡Una delicia!
Puedo decirles que estoy pensando qué haré en los próximos 10 años de mi vida otra vez, pero mientras tanto, tengo una lista grande de cosas que aún no he podido hacer por aquí y eso me alegra, como ese atardecer que aún no llega, pero probablemente llegará y colgaré feliz en mis redes sociales… y en una retratera en mi casa, en 10 años tal vez…
Qué bonito escribís chavala!!!!!!!!!!!