Considero que el ser humano siempre ha necesitado de etiquetas para poder adaptarse mejor a su entorno. Es más fácil para el receptor, tratar de conocer algo o a alguien por la etiqueta que le han puesto. Sin embargo, lo más fácil no siempre es lo mejor.
A mis 23 años me han puesto varias etiquetas; por mi preferencia sexual, identidad de género e incluso mi profesión. Todas estas ligadas a la idea de género que nos enseñan desde pequeños.
He tenido la ventaja de no dejar que estas etiquetas me definan, porque yo tengo el poder de construir y decidir por mi vida. Sin embargo, en el contexto nicaragüense cargar con etiquetas puede convertirse en ser víctima de agresiones verbales y físicas.
No puedo evitar comparar la reacción de las personas en Managua con las de las personas en el extranjero en relación a mi estética no heteronormada. Al menos puedo decir que en Quito no me da miedo caminar solo en la calle.
Gran parte de mi decisión de no llevar el género masculino a como nos enseñan, es que estoy claro que el género es una construcción social. Por ende, asumirme con un género no me limita de hacer, comportarme y disfrutar de arquetipos clasificados para otros géneros.
Realmente cumplir con las expectativas sociales de género, es algo que no contribuye a mi felicidad, por lo cual no es algo que me tenga con cuidado.
Siempre he creído que el ser humano no se «descubre», más bien se construye. Es responsabilidad de nosotros y nosotras deconstruirnos para conocernos y transformarnos.
Colaboración de Vidal Dio