He descubierto la felicidad y la soledad que viene con la libertad de saberse poseedor de un conocimiento al que puede acceder cualquiera, pero al que cualquiera no quiere acceder.
Yo, ser humano que descubrió junto a otras y otros tantos seres el privilegio de dibujarse y desdibujarse cuantas veces quiso frente al espejo, frente a los demás y frente a la vida: fuera del margen y también fuera del centro.
Me he desnaturalizado y vuelto a naturalizar en una línea constante de vida. Reinventándome como quiero en cada espejo. Poseedor de un cúmulo de actos subversivos que me aíslan, que me conminan al silencio que rompo con un llanto, con un grito y me escapo ante las definiciones y me defino cuando quiero. Aquí no existe el límite. ¿Límite? Esa palabra nunca la conocí.
Y he llenado mi cuarto de sus fotos. Y en mi celular guardo los videos que me envía para masturbarme los domingos en que no nos vemos por skype.
Y también se me da llamar a mis fantasías: aquellas en las que camino sobre una línea recta o donde uso hasta el cansancio el brillo labial red de mamá. O aquella estupenda camisa a rayas de papá. Si, y uso peróxido para subir nueve tonos el color “natural” de mi cabello. Y me apetece ser de plástico, porque nada odio más que ese estúpido amor a lo “natural” de esta sociedad.
Extraído del blog de Waldir Ruiz
Waldir Ruiz / Fotografía por Flor Velásquez