El año pasado, en una marcha en Managua a favor de campesinos que fueron agredidos por fuerzas policiales surgió una foto emblemática: mostraba una joven cubierta con la bandera de Nicaragua acercándose a un retén de policías uniformados con escarapelas que tienen el mismo «escudo de armas» de esa bandera nacional. El nacionalismo es una enfermedad, la padecen quienes marchan, el gobierno y la he padecido yo.
Lo que sucede en Nicaragua es el reflejo de nuestras actitudes cotidianas. No es hasta hoy que la democracia representativa puede cuestionarse. En nuestras relaciones, en el día a día, ¿ponemos en cuestión los efectos del nacionalismo?
Lo que sucede en Nicaragua es el reflejo de nuestras actitudes cotidianas. No es hasta hoy que la democracia representativa puede cuestionarse.
Somos una región multicultural, la diversidad de culturas, naciones y lenguas son negadas por esa bandera que cubre a la joven activista de la foto y por ese «escudo de armas» en nombre del cual pedimos “paz”.
La institucionalidad en deterioro no está a favor del propio gobierno. Urgimos de espacios de diálogo donde sea que estemos. Abandonemos -al menos por saludables instantes- el ghetto ideológico o partidario y el monólogo activista que nos separa de otras diversidades. Feminismos que no dialogan con hombres, izquierdas que no dialogan con empresarios, derechas que temen a los sindicatos reales, letrados que ven con superioridad a obreros, etc. ¿No acaso son micro-violencias?
Convendría entender que todo conflicto social es una oportunidad evolutiva para superar el maniqueísmo de «buenos contra malos» o de “mal gobierno” versus ciudadanos inflados de “ética y probidad”. Es crucial ver la contradicción del puño cerrado del pacifista.
Urgimos de espacios seguros, foros en los que todas las partes, pero todas, representadas o realmente presentes, expresen sin valoraciones pecaminosas su rabia, el miedo, su sed de poder político, la autoridad institucional, las historias personales de abuso, el odio, el amor, sus esperanzas, sus frustraciones…
Quienes facilitamos grupos, no importa en qué área, podríamos empezar en nuestro entorno a promover diálogos en diversidad, asumiendo la alteridad profunda, las contradicciones históricas, los duelos de guerra no resueltos y concientizarnos de que el nacionalismo, con pretexto de unificar, invisibiliza la pluralidad real, niega las muchas formas de entender la vida, los diferentes sentires, saberes y maneras de ser que existen.
Desde que empecé a sanar mi historia de abuso sexual infantil, repudio todo tipo de violencia, pero la encuentro y la estudio en mí mismo y en mi sociedad.
Opino que es caduco “marchar contra” la violencia. La paz es el resultado de un proceso constante que requiere de toda nuestra creatividad para “sentarse en el fuego”.
Entre otras herramientas, hay dos métodos muy útiles para transformar conflictos: “Democracia Profunda de los Foros Abiertos” y “Trabajo de Procesos”, desarrollados por Arnold Mindell.
Si usted tiene interés en conocer, facilitar o participar de espacios de diálogo en Nicaragua, contácteme, lo estoy haciendo ya.
Esta es una colaboración de Ezequiel D’León Masís, abogado y artista multidisciplinario. Contacto: [email protected]