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Voces feministas centroamericanas: Katia Cardenal y Claudia López

Voces feministas centroamericanas: Katia Cardenal y Claudia López

Un recorrido por la labor artística y la trayectoria musical de Katia Cardenal (Nicaragua) y Claudia López (El Salvador)

furiaca.com Por furiaca.com
miércoles 21 de mayo, 2025
en EllaEsFuerza, ESPECIALES, La Escena
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Escrito por: Marielos Montes, psicóloga, gestora cultural e integrante de Las Musas Desconectadas y Nayda Acevedo Medrano, escritora y especialista en Políticas Públicas y Derechos Humanos.

En la primera entrega hablamos de Karla Lara, cantautora y activista hondureña. Ahora en esta segunda entrega nos adentramos en las historias y la trayectoria musical de Katia Cardenal (Nicaragua) y Claudia López (El Salvador).

Este reportaje especial no solo busca visibilizar estas voces, sino también inspirar a nuevas generaciones a tomar un instrumento o alzar la voz y escribir sus propias letras. Que esta lectura sea también un compromiso: el de seguir escuchando, amplificando y apoyando estas voces que tanto tienen por contar y cantar.

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Katia, el trino de un guardabarranco

Al iniciar esta plática, Katia suspira y dice: “Todo se ve tan lejos…”, dejando al aire, nostalgia y reflexión. Lo cierto es que el tiempo es incontable cuando se trata de memorias y semillas, de cantos y coros que atraviesan generaciones.

Katia Cardenal, Nicaragua.

Quizás Katia no esté del todo consciente del gran aporte musical que, a través de sus letras y su voz, ha entregado no solo a Nicaragua, sino a América Latina. Con cierto dejo melancólico, contempla lo que aún vibra, incluso en un tiempo donde la creatividad ha sido desplazada por la inmediatez.

Desde sus inicios, Katia representó la posibilidad de tocar el corazón desde lo más profundo, elevándose por encima de cualquier etiqueta para convertirse en una voz transformadora. Con su guitarra, o a capella, invita a reflexionar sobre abrir la casa, amar la vida, pelear como “guerrero del amor”.

Ella viene de una familia de poetas y artistas, en un ambiente que, en sus palabras, “valora la cultura de una forma no

tradicional”. Su abuelo Salvador Cardenal Argüello, reconocido musicólogo y folclorista, sembró la posibilidad de imaginar una realidad músico-cultural alterna a la cotidiana Nicaragua. Katia reconoce ese privilegio y lo abraza con gratitud.

Su madre, autodidacta y amante del arte, la historia y la psicología, posee una de las bibliotecas privadas más grandes que haya visto. Ella abonó en Katia el amor por la poesía, sumado al ADN musical familiar.

En su casa siempre había música: Elvis Presley, Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, los Bee Gees, Mocedades y Carlos Mejía Godoy. Esa mezcla tenía algo particular: buenas melodías y poesía con mensaje. Su mamá, con su tocadiscos siempre sonando, mantenía la música como un aire permanente.

Katia Cardenal

“Tenía yo como 8 o 9 años, mi mamá sonaba discos de Serrat, poesía musicalizada de Miguel Hernández y Antonio Machado. Cuando empezó a sonar ‘Cantares’, sentí que iba a explotar mi corazón. Es como una foto que quedó grabada por siempre en mi memoria. Esas canciones eran diferentes a las que sonaba en la radio, me decían algo más y yo quería entender las palabras. Fue como un llamado, y a la vez una premonición de lo que vendría para mi vida”, recuera Katia.

Así empezó a cantar en el coro del colegio en la secundaria a sus 15 años. “Había un fuego interno que buscaba cómo salir a través de mi voz. Yo quería cantar a pesar de mi timidez”.

Crecer en los años de la dictadura somocista, donde apenas podían salir de casa, hizo que su voz adquiriera un caudal intenso.

Dúo Guardabarranco

Dúo Guardabarranco

“Mi hermano Salvador iba a ser jesuita, pero cuando regresó del noviciado en Panamá, con sorpresa vimos que había aprendido a tocar guitarra y hasta componía canciones. Nunca antes, él había mostrado interés en aprender un instrumento”, cuenta Katia.

Katia, con apenas 16 años y una vocación muy clara, se sumó a ese despertar musical. Querían hacer un canto más profundo, humanista, alejado de los panfletos. No se afiliaron nunca a partidos políticos, aunque cantaban para sindicatos y milicias. Eso les cerró puertas, pero su necesidad de crear era más fuerte.

Desde sus inicios trabajaron con letras y melodías de Salvador, Katia aportaba con los arreglos que les caracterizarían, pero pocas de sus propias creaciones salieron a la luz.

Así nació el Dúo Guardabarranco, que rápidamente se convirtió en un referente de la canción latinoamericana, evocando humanismo y esperanza. ¿Quién no se ha sumado al espíritu de un “corazón de niño” o a la belleza de saber que vienen “días para amar” la vida, la casa que habitamos?

Duo Guardabarranco, Nicaragua

Katia como cantautora

Katia se graduó como educadora musical y fue profesora de solfeo, flauta dulce y guitarra en su juventud, pero se arrepiente enormemente de haber dejado la guitarra a los pocos años de haber empezado el dúo con su hermano.

Sin embargo, Katia ha representado la musicalidad y la autoría desde su voz. Ella compone a capella, tarareando lo que la inspira, dejando que la imagen vibre en ella hasta convertirse en canción, y tomarse el espacio para llegar a lo necesario.

En sus inicios en Nicaragua estuvo rodeada sobre todo de colegas hombres, salvo excepciones como Norma Elena Gadea. No tuvo un círculo de amigas cantautoras. Pocas personas saben que comenzó a escribir a sus 20 años, aunque el síndrome del impostor siempre la rondaba: ¿gustará?, ¿estará bien?

Festival de cantautoras, Nicaragua.

Al abrir su garganta, dejaba al público boquiabierto, pero ella misma se cuestionaba. Le parecía que hablar del amor, en tiempos de revoluciones, casi era culposo. No imaginaba que el amor podía ser una de las fuerzas más determinantes, capaz de influir incluso en contextos adversos.

Muchas de sus primeras canciones estuvieron guardadas por años en un viejo casete: inéditas, no vistas. Le tomó años atreverse a grabar un álbum con sus propias canciones. Fue hasta en el año 2007 que grabó su disco Mariposa de alas rotas, donde mostró su primer trabajo de autoría total.

Entre sus referentes de aquella época están Violeta Parra, Mercedes Sosa, Soledad Bravo: grandes voces que marcaron caminos, no solo interpretativos, sino creativos. Katia, tanto como solista como junto al dúo, bebió de esas fuentes mientras forjaba la suya.

Katia Cardenal y cantautoras.

Cantautoras y Mokadiscos

En 2007, Katia organizó el primer festival de cantautoras en Granada. Katia recuerda que conocía a María Pretis, Guadalupe Urbina, colegas costarricenses, pero al preguntar por otras artistas centroamericanas a sus amigos (como Rómulo y Guillermo Anderson) no supieron dar referencia de nadie más.

El festival se abrió entonces a artistas como Liuba María Hevia (Cuba), Tish Hinojosa (EE. UU.) Silvia Comes (España) y Zoraida Santiago (Puerto Rico).

Buscando más a fondo Katia encontró a Karol Cabalceta (Cista rica), Karla Lara (Honduras) Yomira John (Panama) y Sara Curruchich (Guatemala), todas estaban en la misma situación: no había un estímulo colectivo que alimentara la autoestima, ni que ayudara a contagiarse unas a otras, tampoco una industria musical en la región para impulsar la música de autor.

Festival de cantautoras 2016.

Antes de eso, Katia había vivido en Noruega, donde grabó siete discos, ganó un disco de oro y tradujo e interpretó canciones del noruego al español. Sin embargo, un giro en su vida personal la llevó a regresar a Nicaragua, a pesar de tener proyectos aún pendientes allá.

El regreso no fue nada fácil. Katia tuvo que empezar de nuevo, pero esta vez con cuatro hijos a su lado. Fue en ese tiempo que ella y su familia recibieron el diagnóstico de su hermano Salvador. Y entre los desafíos personales y un sistema patriarcal que pesaba, la música siempre volvía. Siempre estaba.

Fue después de regresar de Noruega que nace Mokadiscos (2004), el sello disquero de Katia que, frente a la falta de conocimiento sobre derechos de autor y en medio de una crisis cultural, se convirtió en un soporte para la música de autor en Nicaragua.

Luego de la muerte de su hermano Salvador (2010) nace la Fundación Dúo Guardabarranco donde Katia no solo continúa sus actividades como cantautora, esta vez enteramente como solista, sino también como gestora cultural.

Festival de cantautoras.

Un cambio de adentro hacia afuera

Al preguntarle si cree que la música salva, Katia responde sin dudas: “Hay muchos sueños muriendo, pero seguimos escuchando y escribiendo. Yo nunca suspendí un concierto en mi vida, así hubiera solo cinco personas. Cada persona que me escucha hace válida mi razón de cantar”.

En los años 80, la música era un cimiento colectivo. El Dúo Guardabarranco inspiró a varias generaciones. Ahora, en cambio, la música parece hecha para individuos, no para multitudes solidarias. Incluso los colectivos se han vuelto espacios cerrados que juzgan en vez de proponer. Y eso duele.

“Vivimos en un mundo sobreestimulado desde la individualidad, gente que no para. La colectividad se ha perdido, la gente está tratando de sobrevivir, y la música, siempre he creído que es como ver un atardecer. Podés ir por una acera, y al lado van 50 personas, y solo vos te detenés a ver el atardecer porque te tocó, a ti, por tu sensibilidad… pero ya casi nadie ve atardeceres”, explica Katia.

Katia cree que la música solo salva si tratas de ser una mejor persona a lo interno y con quienes te rodean, para así enviar un mensaje de mejoría de adentro hacia afuera.

“Si no lográs ese cambio desde la raíz, la música difícilmente logra tocar esa individualidad que se convierte en semilla colectiva de transformación”, afirma Katia.

Ella no cree en el panfleto como herramienta para lograr una falsa colectividad. Cree en la necesidad de crear desde el alma, desde el corazón. Desde ahí volver a decir, volver a nombrar la tolerancia, el respeto, la vida. Ahí, la música se vuelve milagrosa.

Katia vive en Noruega desde el año 2018, este 30 de mayo 2025 lanzará un nuevo álbum con canciones de cuna, sumándose a un amplio catálogo donde canta al amor en todas sus expresiones, trova, infantil, espiritual, folclórica y romántica.


Claudia López (1970-2019): La voz de latinoamérica en El Salvador 

Hablar de la interpretación de la música latinoamericana con mensaje social en El Salvador es hablar de Claudia López, nacida en 1970. Fue parte de la generación que no solo vivió el conflicto armado, sino que también se comprometió desde su voz con la construcción de una sociedad más justa. Tras los Acuerdos de Paz, se convirtió en una de las voces más representativas, llevando con su canto los temas pendientes del país.

Cludia López, junto a los músicos y músicas, Cesia Ramirez, Andrea Ramirez, Teto Burgos y Paulino Espinoza.

Desde pequeña, Claudia supo que quería cantar. La Iglesia fue el primer lugar donde su voz resonó entre los feligreses. Antes de entrar a la universidad, ya formaba parte del coro de la Universidad de El Salvador, dirigido entonces por el estudiante de ingeniería y músico, Mario Romero Cárcamo. Allí conoció a otros músicos con quienes su talento fue reconocido dentro de la comunidad universitaria.

Con esa formación inicial, Claudia empezó a interpretar el repertorio latinoamericano, cantando temas de Mercedes Sosa, Amparo Ochoa, el dúo nicaragüense Guardabarranco y el grupo suramericano Los Kjarkas.

Esa música representaba un mensaje de transformación social, de participación y construcción democrática, en un momento histórico que exigía abrir debates urgentes.

Claudia López, Guillermo Cuellar, Victor Canizalez y Juan Carlos Sánchez.

Comprometida con la construcción de una sociedad incluyente, Claudia se convirtió en la voz de quienes seguían soñando con un país más solidario y empático. Su talento no se limitó a un solo grupo, pues integró Tohil, Los Ejecutivos, Ecos Nativos y la agrupación Sal y Vida.

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Todos estos grupos sumaron a su repertorio ese vasto universo de la música latinoamericana hecha por cantautores de esta región y era la voz de Claudia López la que en este país de apenas cerca de 21,000 km2 concentraba la América nuestra.

Claudia López

Claudia no faltó a ningún evento relacionado con el derecho humano al agua, los derechos de las mujeres o la lucha contra las desigualdades. A menudo, sus dos hijas y su hijo la acompañaban, fortaleciendo el motor de su canto, junto a las guitarras de Julio Ernesto (Teto) Burgos y Hugo Bernal.

Su repertorio también incluía la vieja trova cubana. Inspirada por esa raíz musical, Claudia creó el grupo “Encuentros Latinos”, dedicado a tocar son cubano en El Salvador, evocando esa sonoridad tanto en las luchas sociales como en las celebraciones populares. Su batuta fue entregada a “Teto” Burgos, quien actualmente dirige el proyecto musical.

Asimismo, Claudia fue parte clave en grandes homenajes, tal es el caso del concierto para el 30 aniversario del martirio de Monseñor Romero (2010). Así como el disco de Ciudad Mujer, “La fuerza de nuestra voz”, iniciativa que en 2012 reunió a 110 mujeres de todas las edades para interpretar 13 canciones. Entre esas voces, la de Claudia López sonaba con una fuerza especial.

Claudia fue sin duda pieza fundamental durante el periodo de postguerra, cuando el arte fue la herramienta en la construcción de derechos y de un estado democrático. Nunca faltó a festivales de poesía, a espacios de reivindicación de derechos, a las marchas por el derecho humano al agua.

Una voz inolvidable

Y así, desde ese compromiso, en el año 2015 Claudia fue diagnosticada con cáncer. Comenzó su batalla con esa fuerza interna que la caracterizaba. Se mantuvo cantando hasta el 21 de septiembre de 2016, fecha en la que dejó su voz como legado, retumbando en las paredes y en los espacios donde siempre estuvo, gestando risas y estribillos, brindando esperanza a través de las luchas.

Hoy, sus dos hijas y su hijo mantienen vivo ese legado. Alejandra lleva en su garganta el don de su madre y María José la acompaña con segundas voces. Su hijo, Guillermo Alexander, también la lleva en su andar con cada paso, con cada canto.

Claudia López junto a sus hijas e hijo
Claudia López y su guitarrista Teto Burgos

 

“Mi madre para mí fue una guía y me mostró la libertad. Mi madre tuvo la libertad de dejarnos experimentar a cada uno de nosotros tanto en géneros musicales  (…) y ahora, a mis 28 años, puedo cantar en diversos tonos gracias a ella. Hubiese querido tener más tiempo a mi mamá, que conociera a mis hijas y me aconsejara”.  – Guillermo Alexander.

Y quienes la escuchamos la llevamos en cada coro, en cada marcha, en cada espacio que sigue luchando por los derechos que Claudia defendió.

La voz de Claudia sigue viva en el canto latinoamericano que nos recuerda quiénes somos, que nos conecta con la tierra, el viento, el sol y la luna, en la eterna búsqueda de nuestra identidad. Porque eso era Claudia: la voz que le cantaba al agua y a la vida digna. A las mujeres, a las niñas, a la salud, a la educación.

¡Gracias, Claudia, por tu canto, por tu voz!

Etiquetas: cantautorasEl SalvadorNicaragua
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